Economía y Mercados en Marcha

Pandemia, reactivación y capacitación

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En la medida que las cuarentenas se van suspendiendo paso a paso, comuna a comuna, los trabajadores y trabajadoras pueden salir de sus casas, sin salvoconductos y sin tener que justificar ante nadie el moverse por la ciudad. Muchos de ellos podrán volver a sus trabajos o a sus ocupaciones habituales, incluidas las actividades informales, con lo cual se espera que logren algún ingreso adicional que llevar a sus casas.

Durante los meses más duros de la cuarentena, la obligación de permanecer en sus casas – aun cuando se cumpliera a medias – les impedía a muchos no solo ir a trabajar, sino que incluso salir a buscar trabajo, cuestión que hoy en día se modifica en ambos sentidos. Pero, de todos modos, habrán cerca de 3 millones de trabajadoras y trabajadores chilenos que permanecerán sin acceso al mercado laboral.

A fines de septiembre, los desocupados – los que no tienen trabajo, pero lo buscan activamente – sumaban 1 millón 37 mil personas.  Los que no buscaban trabajo, pero están dispuestos a trabajar si las condiciones lo hacen posible, sumaban 1 millón 365 mil trabajadores más. Y los que estaban en la situación de ocupados ausentes – no tienen trabajo, pero mantienen un vínculo contractual con su empleador – sumaban un millón 108 mil trabajadores adicionales. Total 3 millones 800 mil trabajadores fuera del mercado laboral, al 30 de septiembre recién pasado.

Por más que el PTB deje de caer, y se comiencen a presentar niveles de producción conocidos en momentos anteriores, la creación o recuperación de puestos de trabajo irá necesariamente más lenta y habrá muchos trabajadores que no podrán incorporarse rápidamente a la condición de ocupados. Además, no hay que perder de vista que la condición de ocupados, desde el punto de vista estadístico, se logra trabajando una hora o más a la semana, en cualquier cosa, es decir, todos los que trabajan en actividades informales son tan ocupados como los obreros fabriles que trabajan 40 horas o más a la semana, con contrato de trabajo y todo. No todos los ocupados, por lo tanto, tienen un trabajo decente y de calidad.

La carencia de trabajo genera, obviamente, carencia de ingresos y reducción de la capacidad de compra de los grupos familiares correspondientes. Ese problema merece ser atendido. Políticas públicas que impliquen transferencias directas de ingresos – las que se han desarrollado en el 2020 u otras nuevas – deben ser mantenidas y extendidas de modo de abarcar a todos los que se encuentran en la situación de desincorporados al mercado laboral. Eso debe contemplarse explícitamente en el Presupuesto del año 2021 que se discute actualmente en el Parlamento.

Pero la transferencia directa de ingresos de origen publico debería ir acompañada – en las comunas que no están en cuarentena, y donde las personas puedan salir de sus casas – con cursos de capacitación que permitan potenciar las capacidades laborales y productivas de los trabajadores. Y en materia de capacitación, nada es más necesario que la capacitación en todo el amplio campo de la tecnología digital. Hay que crear salas de computación en locales vecinales, o comunitarios, o en escuelas que no estén funcionado, coordinadas a nivel municipal, donde se puedan capacitar a miles de trabajadores – y en alta medida también de trabajadoras – en el manejo de internet, de word, de excel, de power point, o de otras temáticas relacionadas con el mundo de la computación. Eso ayudaría en forma sustantiva a cerrar la brecha digital, a elevar la productividad de los trabajadores y trabajadoras, y a abrirle a todos ellos nuevos campos de acción, de conocimientos, de comunicación, de estudio, de búsqueda de trabajo, de diálogo o interacción con los organismos públicos, de bancarización, de desempeño laboral, etc. También serviría para que la micro, la pequeña y mediana empresa, pudiera digitalizar sus procesos administrativos, productivos, comerciales y laborales, con el consiguiente incremento de la productividad. A mediano plazo, hay que avanzar también en proporcionar una computadora a todo alumno en la educación pública, lo cual ayudaría a cerrar la brecha digital no solo de ese niño, sino a expandir sus efectos positivos a todo el núcleo familiar. Desde luego, todo esto tiene que ir unido a la universalización de la banda ancha y al abaratamiento sustantivo del acceso a internet.

 

Por Sergio Arancibia

 

 

Economista

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