¿Sobrevivirá el Trumpismo a la derrota de Trump?
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Estados Unidos, potencia que antes se permitía dar lecciones sobre democracia a los distintos países del mundo, hoy está convirtiéndose en una “república bananera”: el Presidente actual, al pretender el rompimiento de la regla antes respetada, en que el perdedor reconocía el triunfo del vencedor, al negarse a aceptar su derrota alegando fraude y, además, pidiendo la suspensión del recuento de votos en aquellos estados en que los escrutinios le son desfavorables, está propiciando un autogolpe de Estado, propio, tal vez, de países bananeros.
Uno de los políticos que logró anticipar este panorama “trumpista”, fue Bernie Sandersi auguró que el Presidente Trump ganaría en Florida, donde se cuentan muy rápidamente los votos, y se declararía el triunfador en las elecciones de 2020. Posteriormente, vendría el conteo de los votos anticipados y por correo, que favorecerían al candidato demócrata, Joe Biden. Hasta ahora es lo más posible que Donald Trump pierda la elección, pero el trumpismo, a mi modo de ver, seguirá vivito y coleando.
El Presidente Trump ha logrado interpretar, a la perfección, a una parte muy importante del electorado norteamericano: no en vano ha logrado el apoyo del 48% de los ciudadanos, a quienes motiva con un discurso vulgar y sencillo, en que expresa la supremacía de la raza blanca, y el temor de que los afroamericanos e inmigrantes terminen predominando en la sociedad, (en el caso de los inmigrantes latinos, en pocos años más, alcanzarán los 50 millones de habitantes en Estados Unidos).
Donald Trump, muy hábilmente, ha logrado mediante su campaña, introducir que el castro-chavismo se ha apropiado del Partido Demócrata, (el triunfo de Trump en Florida, en 2016 y ahora, se lo debe a los refugiados cubanos, venezolanos e, incluso a los colombianos, seguidores de Álvaro Uribe). Además, esta identificación de cualquier tendencia progresista, incluso, centrista, con el castro-chavismo, ocurre en casi todos los partidos de derecha latinoamericana, que le sirve para llevar a cabo golpes de Estado, (según la nueva modalidad de acusar fraude en las elecciones, como ocurrió en Bolivia; también ha habido golpes parlamentarios, como sucedió en Brasil y Paraguay).
El trumpismo se identifica también con el fanatismo evangélico que, tanto Trump, como Bolsonaro, han sabido aprovechar a la perfección y, a su vez, lograr confundir con su discurso a muchos de sus fanáticos seguidores con la idea de que estos mandatarios también son pastores, enviados por Dios, a fin de combatir un mundo depravado y demoníaco, protagonizado por los abortistas, los homosexuales y los transgénicos…
El resentimiento, que para Nietzsche era propio de la religión cristiana, ha penetrado en el evangelismo trumpista: ciudadanos que se sienten apartados de la sociedad a consecuencia de la hegemonía de la casta política, buscan la forma de vengarse siguiendo a “líderes” de un fuerte rechazo a la política y a las reglas de la democracia; en este sentido, Trump sigue siendo “outsider” respecto a la política que se encarna, en el caso actual en Biden, y antes en Obama, Hillary Clinton…, como también en los republicanos moderados, sobre todo, en el extinto John Mac Cain, (su esposa lidera la campaña de Trump, en el distrito de Arizona donde, hasta hoy, estaría ganando Joe Biden).
Donald Trump es un líder incansable y, sus odios son prácticamente eternos, especialmente a los periodistas, (salvo el caso de la Cadena Fox). En menos de un día, previo a las elecciones, Trump fue capaz de recorrer un número abultado, (casi imposible para su edad), de lugares donde se efectuarían las distintas manifestaciones. La desmesura, el derroche de energía, el discurso políticamente incorrecto y la vulgaridad en su lenguaje, le permite a Trump atraer a aquellas personas que se sienten marginados, (blancos, anglosajones y protestantes, es decir, las “víctimas” de la clase política que, según ellos, ha destruido el orgullo de pertenecer a la primera potencia del mundo).
El nacionalismo, al cual apela Trump para ganar adeptos, expresa el sueño de la mitad de los blancos norteamericanos, y abogan por un país que retorne a ser la primera potencia del mundo, primacía que está perdiendo en manos de China que, talvez, en poco tiempo más, le “robe” su primer lugar.
Tanto Donald Trump como Jair Bolsonaro basan su éxito en culpar a sus rivales de todos los males que ocurren en este valle de lágrimas: el que Estados Unidos ocupe el primer lugar en el número de infectados y muertos a causa del Covid-19 no es culpa de la pésima política de Trump, sino del infectólogo máximo de Estados Unidos, Antony Fauci …, como también de China y del jefe de la OMS. En una última manifestación, (ningún participante usaba mascarilla) e hizo “bramar” a sus fanáticos seguidores anunciándoles que despediría al famoso médico.
La estrategia del Presidente Trump es la misma que empleó, en aquel entonces, para derrotar a sus rivales, cuando sólo era un empresario inmobiliario, y animador de Realities Shows, a quienes llenaba de querellas que presentaban un ejército de abogados y, una vez derrotado y a su merced el rival pactar con él.
El “trumpismo” seguirá vivo mientras exista la ultraderecha.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
07/11/2020
Germán Westphal says:
Todo lo que dice el artículo sobre la derecha estadounidense más reaccionaria y el cristofascismo es absolutamente cierto y siempre ha estado presente. Lo que Trump hizo fue despertarla y exaltarla. Ciertamente no va a desaparecer. Es de desear que el equipo de Biden-Harris restaure algo de decencia en la Casa Blanca, pero no será por mucho tiempo… Trump definitivamente hará todo lo posible por regresar. Su despedida de enero de seguró que será algo como «¡Volveré! ¡Volveré para recuperar la Casa Blanca que me fue fraudulentamente arebatada —mi propiedad por la gracia de Dios y la sagrada voluntad del pueblo de los Estados Unidos de Amérika!»