Crónicas de un país anormal Poder y Política

Las trampas que trama la oligarquía para no soltar el poder en la convención constitucional

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La teoría de los clivajes fue desarrollada por Seymour Lipset y Stein Rokkam; ambos describen los grandes quiebres en la historia, como también sus dilemas a resolver.

El triunfo del APRUEBO para la nueva Constitución y para Convención Constituyente puede ser analizado desde muchas perspectivas y aristas. La gran participación de los jóvenes y el más alto porcentaje de votantes, al menos, desde la implementación del voto voluntario, fue verdaderamente un acontecimiento, sin embargo, llamó especialmente la atención el clivaje entre las comunas ricas “y las demás”, en el caso de la Región Metropolitana, donde sólo en tres comunas, las más adineradas de la ciudad, ganó el RECHAZO, (las Condes Lo Barnechea y Vitacura).

Otro hecho que demuestra este clivaje entre oligarquía y ciudadanía es el triunfo, aún superior al del Apruebo o Rechazo, de la opción por el método de la Convención Constituyente, (todos los participantes deberán ser elegidos por los ciudadanos), por sobre la Convención Mixta, (mitad parlamentarios actuales y mitad ciudadanos).

En la distribución geográfica es evidente que la derecha, en su casi totalidad, votó por el Rechazo, pues siguen siendo fieles a la Constitución de 1980, que le sigue permitiendo mantener el veto y las trampas, (muy bien descritas por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán); el que el alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín y el “iluminado” Pablo Longueira hayan votado por el Apruebo, no tiene mayor connotación política, pues la derecha no los siguió, (estuvieron “más solos que Toribio, el náufrago”, en el seno de la centro-derecha).




En las comunas de Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura vive la mayoría de la élite chilena, representativa de la oligarquía hegemónica del país, por consiguiente, es innegable que las clases adineradas y los potentados están cada vez más lejos de la ciudadanía, (recordemos que el ex ministro de Salud, doctor Jaime Mañalich, reconoció que él, al menos, no tenía ni idea de cómo vivían los pobres en Chile).

Los parlamentarios, dentro de esa oligarquía, al menos, se ven obligados a visitar sus distritos donde reina la pobreza, y de enterarse, así sea superficialmente, de la indigencia en que viven sus electores. En este plano no existe ninguna diferencia con la vivida en la época parlamentaria, en que los aristócratas también visitaban los distritos pobres.

En cuanto a la crisis de representación, se ha profundizado en forma tan radical que los representados ya no están dispuestos a que sus representantes sigan hablando por ellos: ahora lo están haciendo directamente a partir del 18-0 de 2019, (los jóvenes, conscientes de la realidad marcaron un hito rechazando la política transaccional, y ahora, con el resultado del plebiscito, sabemos que muchos ciudadanos y ciudadanas, de otras generaciones, reconocen el valor de la juventud, que actuó sin miedo y decisión).

La oligarquía, así haga gárgaras de autocrítica, sobre todo en las pantallas de televisión, aún no capta la situación de desigualdad en que vive la mayoría de los chilenos, sus mandantes, los electores, pero no quieren renunciar a sus privilegios, y muchos de ellos, verdaderos megaterios, quieren ahora encabezar las listas de sus partidos políticos en la elección de convencionales, (quizás, el caso más llamativo es el de Camilo Escalona, quien acusaba a los partidarios de una nueva Constitución, de “fumar opio”, volada tan placentera que lo arrastró a él mismo).

En 1988, cuando ganó el NO a Pinochet en el plebiscito, irrumpieron una serie de “beatos de la democracia”, que incluía a muchos oportunistas que habían hecho muy poco para derrotar la dictadura, atribuyéndole cualidades milagrosas a la democracia. Es cierto que este régimen es incomparablemente superior a la dictadura, pero no por ello es “el menos  malo de los regímenes políticos”, para repetir el lugar común, atribuido Winston Churchil.

La oligarquía, a través de la historia, nunca ha dejado el poder, por consiguiente, hay que seguir vigilante y muy atento a las trampas que las castas oligárquicas coloquen a fin de evitar que el pueblo soberano se pronuncie, y de no mantenerse unido, organizado y en la calle, se corre el riesgo de que triunfo logrado el 25-O-20 se convierta en un bello recuerdo, que sólo quede en la memoria histórica de las luchas electorales.

Hoy, la Carta Magna no es una biblia, menos un dogma de fe: hay que respetarla, pero no tener temor de que cuando envejezca, hay que cambiarla. Una Constitución ilegítima en su origen, como la de 1833, por su larga vida no la hace en sí legítima; lo mismo ocurre con la de 1925, incluso, la de 1980, cerca de sus cuarenta años, también ilegítima en su origen y en su funcionamiento. La explicación de la longevidad de las distintas Constituciones chilenas, además de ser ideológicas e impuestas por las armas, radica en que son pétreas, es decir, prácticamente irreformables, pues se exigía 2/3 de los parlamentarios, (la de 1833, dos parlamentos consecutivos); esta situación ha hecho imposible que se dé un cambio pacífico de Constitución, es decir, han optado por el recurso del golpe militar para cambiarla. La mejor Constitución chilena fue la de 1828, la más corta de todas, (duró cerca de cinco años), fue redactada por el genial español José Joaquín de Mora, (autor del famoso poema “El uno y el otro”, en que se burlaba de Diego Portales y de José Tomás Ovalle, ´el uno cubiletea, el otro, firma no más…´”.

Hoy, es la primera vez, y a pesar de la trampa de los 2/3, que una Convención Constituyente va a ser elegida por el pueblo, (como precedente, podría considerarse la participación de los Cabildos Populares, (1928), así como también la Asamblea Popular, (1925), con la participación de estudiantes, profesionales y obreros.

Todas las Constituciones chilenas, hasta ahora, encierran trampas: el plebiscito de 1925 fue fraudulento, pues ni siquiera respetó el secreto del voto; la de 1980 fue impuesta por una dictadura militar, sin Registros Electorales, y sin ninguna garantía para quienes querían optar por el rechazo.

La oligarquía, a través de la historia, nunca ha dejado el poder, por consiguiente, hay que seguir vigilante y muy atento a las trampas que las castas oligárquicas coloquen a fin de evitar que el pueblo soberano se pronuncie, y de no mantenerse unido, organizado y en la calle, se corre el riesgo de que triunfo logrado el 25-O-20 se convierta en un bello recuerdo, que sólo quede en la memoria histórica de las luchas electorales.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

27/10/2020

 



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  1. Capaz que un pueblo organizado , alguna vez , logre romper las amarras de la oligarquía y alcanzar ,si no la absoluta alegría 2.0 , una que le permita
    un «buen vivir» a la mayoría….hay que estar despierto ,chileno , para que algo así suceda……hay que estar en la calle para que resuene el NOSOTROS.

  2. Felipe Portales says:

    Rafael Luis, hay dos problemas capitales que el artículo considera erradamente o subestima. Uno es que no será una «Asamblea o Convención Constituyente» con plena autonomía para su funcionamiento, sino que será una «Convención Constitucional» que estará completamente «amarrada» por lo que estipuló la Reforma Constitucional de diciembre; la que, a su vez, consagró el funesto acuerdo del 15 de noviembre. Y el otro -derivado del anterior- es que «la trampa de los dos tercios» establecida en dicha Reforma, invalida completamente el carácter formalmente democrático de ser «la primera vez» que el pueblo chileno pueda elegir una entidad que elabore y apruebe una Constitución. El fraude de los dos tercios hará equivaler el poder de 34 al de 66; es decir, le dará a la derecha minoritaria (pero desde 1990, lejos superando un tercio) un poder de veto decisivo. Y esto sin considerar que la derechización de la Concertación que la llevó a consolidar el «modelo chileno» en sus 24 años de gobierno, continúa vigente; por lo que no le costará mucho consensuar nuevamente (como en 2005) una «nueva» Constitución. ¡Por algo el liderazgo de la Concertación le regaló (como en 1989) el poder de veto a la derecha el 15 de noviembre!

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