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Pero, entonces… ¿qué es ‘la violencia’?

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PRESENTACIÓN

Desde hace algún tiempo había pensado escribir algunas líneas en torno a ‘la violencia’, materia que ha ocupado amplios espacios en las alocuciones gubernamentales y en las páginas de la prensa oral, escrita, de imágenes y digital. Y es porque, a nuestro entender, el tema, que pudo ser tratado de manera más profunda, pareciera estar dominado por una suerte de superficialidad analítica o, simplemente, por una perversa intención.

La violencia da, por sí, posibilidad para escribir un tratado. De hecho, así ha ocurrido con la obra de Hanna Arendt y con otros autores que se han referido al tema[1]. Llama, no obstante, la atención que pocos se hayan referido al aspecto conceptual del mismo y, consecuencialmente, a otras materias que sí deberían considerarse, contribuyendo con ello a su uso desproporcional y desmedido.

 

EL CONCEPTO USUAL DE VIOLENCIA




La violencia es definida por el Diccionario de la Real Academia Española como

 

“Fuerza física que aplica una persona sobre otra y que constituye el medio de comisión propio de algunos delitos, como el robo y los delitos contra la libertad sexual, entre otros”.

 

Esta definición es, al parecer, la que corrientemente se emplea. Y si nos atenemos a las reglas que impone la hermenéutica jurídica, en el sentido de asignar a las palabras el significado ‘natural y obvio’, propio de las relaciones humanas, así deberíamos entenderla. Por lo mismo, también de esa manera deberíamos aceptar la definición que nos dan otras personas u entidades como la que reserva para sí la organización religiosa Los Traperos de Emaús’ para quien violencia es

 

“[…] el uso desmedido, desproporcionado y desigual de fuerza, que una de las partes ejerce sobre la otra”[2].

 

Thomas Platt, luego de contabilizar siete acepciones, concluye diciendo que violencia no es sino

 

«[…] fuerza física empleada para causar daño»[3].

 

Definición extrema que, en pocas palabras, condensa la esencia que, para la generalidad de los autores, implica la naturaleza de la violencia: el carácter material de la misma, su naturaleza eminentemente física. No hay, en consecuencia, violencia moral como derivado de la ‘violencia’ conceptual sino como analogía de la misma, no como parte suya. La definición de Platt limita el uso de la violencia a la fuerza o energía física y separa definitivamente la posibilidad de la existencia de una violencia moral. Algo que repite en el mismo tono la Organización Mundial de la Salud, institución que, por su parte, la define como

 

“El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”[4].

 

Las expresiones anotadas permiten descubrir algunos elementos que parecen formar parte de la esencia del fenómeno definido, a saber, la existencia de ‘partes’ (no necesariamente ‘personas’, como parece estimarlo la OMS, que incluye el atentado contra uno mismo, suicidio o autoflagelación), la aplicación de la energía física de una de esas partes sobre otra y, aunque sin nombrar, la existencia de un lugar (locus) donde sucede.

 

CAMPO DONDE LA VIOLENCIA SE EJERCE

La primera dificultad que surge en materia de violencia dice relación precisamente con uno de los tres elementos esenciales de su existencia que hemos señalado y que, precisamente, no se nombra pero se supone: la existencia del locus donde ella se aplica. Y es normal que así lo sea pues el locus es el espacio, el campo donde ocurre el fenómeno, el lugar donde la fuerza se va a aplicar y ese campo, si queremos armonizarlo con la definición que nos entrega la generalidad de los autores, debe ser, necesariamente, físico porque sobre él se va a ejercer fuerza, también física.

El campo de aplicación de la violencia, pues, se encuentra limitado a una dimensión espacial que puede ocupar una o más personas como, igualmente, una o varias cosas. El locus, en ambos casos, se puede determinar específicamente, pues la aplicación de la fuerza física va dirigida a un punto también específico; sin embargo, no puede decirse lo mismo respecto de la intensidad de dicha aplicación. La fuerza se ejerce sobre fenómenos físicos con mayor o menor intensidad.

La aplicación de la fuerza física no es algo que pueda determinarse con exactitud. Por el contrario, a nuestro entender, dicha aplicación es esencialmente relativa. Porque la aplicación de los conceptos es directamente proporcional a la concepción que de ellos tiene quien los emplea. Es útil recordar, al respecto, que los términos mismos son elaborados por personas situadas en determinados locus y, por ende, con una visión particular de los fenómenos que las rodean. Permítasenos, en esta parte, recordar a Budha y su encuentro con los cuatro ciegos que discutían la naturaleza de un elefante. ‘Es un cocodrilo’, decía uno tomando su trompa; ‘No, es una serpiente’, decía otro, aferrado a su cola; ‘una ballena’ sostenía el tercero palpando su vientre; ‘un árbol’ insistía el cuarto tomando una de sus piernas. En este aspecto, las reglas de la hermenéutica jurídica, que nos invitan a entender las palabras en su ‘sentido natural y obvio’, se nos hacen tremendamente mezquinas.

 

LA VISIÓN ‘SITUACIONAL’ DE LOS FENÓMENOS

En la elaboración de las formas de comunicación, y como manera de asimilar las diferentes opiniones sobre los objetos y fenómenos que nos rodean, recurre el ser humano a la creación de conceptos, de signos, de construcciones mentales que, unificando algunas características, nos hacen suponer igualdades o apreciaciones que no existen ni son reales[5]. Cuando dos personas conversan, el panorama que tienen ante sus ojos no es el mismo: para uno, el marco de la conversación puede estar constituido por la puerta de su casa; para el otro puede ser una ventana hacia el mundo exterior. No puede pedírseles que coincidan en la descripción de lo que ven pues son visiones por entero diferentes. Porque la visión que una persona tiene sobre determinados hechos jamás podrá ser la que otra tiene sobre los mismos. Y es natural que así sea. Se trata de individualidades que observan acontecimientos desde campos diferentes, desde locus distintos. Carlos Matus nos llamaba la atención acerca de esta distinta forma de observar los fenómenos llamándola ‘situacional’[6].

Esta verdad que se nos aparece después de analizar, o que implica la visión ‘situacional’ de los hechos, la ha hecho suya un refrán muy chileno al expresar que ‘todo depende del cristal con que se mira’.

Por eso, una discusión de esa naturaleza no puede limitarse al estrecho (y, constantemente, mal intencionado) marco de discusión al que obligan las agobiantes y permanentes intervenciones del primer mandatario y de su equipo ministerial cuando intentan abrir debate sobre la materia. Es cansador ponerse a la altura de personajes tremendamente poco cuidadosos en el uso del lenguaje, que no quieren discutir o invitar a un debate sino buscan imponer sus ideas de la manera que sea, recurriendo a la mentira, a la metáfora, a las analogías, a los tropos, en fin. De esa manera es imposible hablar. La discusión seria ha devenido en chacota.

 

COMPLICANDO EL PROBLEMA: LAS CLASES SOCIALES

Si la dificultad para entender una realidad se hace tan patente, es de imaginar cómo se complica todo cuando se establece la existencia de un locus como lo es el de ‘clases sociales’. Clases y fracciones que, por definición y en defensa de sus propios intereses, se contraponen unas frente a las otras. ¿Se puede pensar que las clases sociales y sus respectivas fracciones miran de la misma manera el problema de la violencia? ¿Se puede concebir una definición de violencia que no sea interesada, en esta materia, es decir, que no esté impregnada del interés que una clase o fracción de clase quiera defender? ¿Se puede concebir que las clases sociales no miren su propio interés y quieran ver las cosas desde un ángulo estrictamente teórico?

Pero, un momento. Hasta aquí solamente hemos hablado del campo en donde opera la violencia. Pero no olvidemos algo elemental: el mundo físico opera en dos grandes dimensiones que son el espacio y el tiempo. Falta que agreguemos a las dificultades anotadas el problema del tiempo, el elemento del transcurso del tiempo.

 

LA VIOLENCIA EN EL TIEMPO

El problema que se nos presenta al respecto es que la violencia no es solamente fuerza física (o energía física) aplicada por una persona a otra, sino la persistencia en realizar dicha aplicación, es decir, el tiempo que se emplea para ejecutar la acción. Puede resultar sorprendente que incorporemos el factor ‘tiempo’ al concepto de ‘violencia’, pero entendemos que no es lo mismo aplicar la fuerza sobre otro (u otros) por un período corto que hacerlo como una forma constante de actuar. Porque toda fuerza se aplica en forma temporal; por un período corto o largo. Cuando se aplica por período corto, la violencia se muestra como sorpresiva; cuando se aplica por un período largo, un nuevo fenómeno se hace presente Necesitamos referirnos al mismo. Necesitamos llamar la atención sobre ese hecho.

Si aceptásemos el concepto tal cual lo expresa el Diccionario de la Real Academia (sin incluir, por cierto, la analogía que contiene), necesariamente deberíamos incluir la aplicación persistente de la violencia. O, dicho de otro modo, la aceptación de la violencia como parte integrante de la forma de vida habitual de una sociedad, como parte del paisaje cotidiano que debe observar toda persona que vive en ella sin experimentar mayor sorpresa. Nos referimos, en este caso, a la aceptación de la esclavitud como forma de vida del Imperio Romano, o de la pena de muerte como espectáculo público en la Europa de la Revolución Francesa. La violencia, en esos casos, deviene en forma habitual de comportarse el grupo social. En consecuencia, no se considera tal. Se invisibiliza. Porque, en el transcurso del tiempo, la violencia se hace cultura y la cultura se hace norma; entonces, el terreno está fértil para que la ‘violencia moral’ o la violencia institucional’ haga su aparición.

 

REPETICIÓN Y COSTUMBRE

¿Por qué sucede aquello? ¿Qué sucede con los seres humanos? La repetición es la forma usual de aprendizaje de los seres vivos. La Biblia nos recuerda que repetir setenta veces una palabra la hace formar parte de nuestro acervo cultural. La repetición es la forma de vida usual de los seres vivos. Gilles Deleuze[7] nos recuerda las palabras de quien lamentaba de hacer lo mismo todos los días, vestirse y desvertirse, acostarse y volverse a levantar, caminar y desplazarse, colocando un pie delante del otro y así, sucesivamente, en medio de una ritualidad aterradora. Por lo mismo, una forma violenta de vida, repetida como parte del funcionamiento de una sociedad, se transforma en algo cotidiano. Deviene en normalidad. Como el sol que nos alumbra todos los días.

Para poder explicar las formas violentas de vida impuestas por algunas personas al resto de la comunidad para ser aceptadas por ella como parte de su cotidianeidad, necesitamos recordar algunas leyes chilenas, como aquella que castigaba la vagancia y la mendicidad porque era delito ser pobre y salir a mendigar o mostrar que no se tenía empleo alguno. O como aquella que permitía al marido ultimar a su mujer, si la sorprendía en flagrante adulterio, en virtud de una figura jurídica llamada ‘uxoricidio por adulterio’, que protegía su ‘bien material’. Por lo mismo, no debe sorprender que, entre las formas de adquirir el dominio se incluya a la prescripción, de la cual decía un jurista alemán, haber sido inventada por un

 

“[…] pueblo de saqueadores y maleantes como eran los romanos”.

 

¿Podría, si no de la misma forma, entenderse que, en el derecho internacional, pervivan formas de adquirir el dominio como lo son la conquista, la accesión, la ocupación, que no son sino formas violentas de adquirir la posesión de una porción del globo terráqueo?

Así, pues, el primer problema que se presenta para una correcta conversación (ni siquiera discusión) sobre la violencia, debe resolver el problema conceptual. Y no abordar otros temas soslayando su esencia, como lo hace Hanna Arendt quien, en su obra, citada anteriormente,

 

“Literalmente, no ofrece una definición explícita de qué es la violencia, aunque da varias pistas para que el lector entienda que la violencia es, fundamentalmente, un instrumento, que surge por la rabia y la injusticia y que resulta tan tentadora por su rapidez e inmediatez”[8].

 

La pregunta que surge de inmediato es, por consiguiente, si acaso esta ‘cotidianeidad’, esta forma de aceptar situaciones que resultan inaceptables constituyen o no una forma de violencia. O es que debemos conformarnos con la acepción según la cual la única violencia que existe es aquella que ejerce el que roba con fuerza a sus semejantes o con la simple intimidación.

 

LA VIOLENCIA EN LA ESTRUCTURA JURÍDICO POLÍTICA DE UNA NACIÓN

Terminemos esta breve reflexión acerca de la violencia refiriéndonos a la institucionalización de las formas represivas como forma de dominio social, fenómeno que pocas personas advierten pues, en esos casos, sucede lo que ha de suceder: que la violencia devenga en cotidianeidad. Algo que parece ya haberse instituido por la ‘democracia’ piñerista bajo la pandemia, en donde la figura jurídica del ‘toque de queda’ — cuya innecesaria elongación, completamente inútil para el tratamiento del virus—, ha devenido en forma de vida para toda la nación, haciendo decir a un académico de la U de Chile:

 

Es preocupante que la sociedad en general asuma una actitud pasiva y sean pocos sectores los que en definitiva se cuestionen y al mismo tiempo rechacen este tipo de iniciativas”[9].

 

Materia que ya había sido motivo de preocupación al prolongarse el Estado de Excepción, en septiembre pasado, según nos lo recuerda una publicación:

 

“Lo más preocupante es que ningún órgano público ni representantes de partidos políticos tomen iniciativa —al menos— para pedir las explicaciones que correspondan al Ejecutivo, toda vez que se trata de restricciones de derechos fundamentales de la población; o hacer las prevenciones acerca de los procedimientos constitucionales que hay que cumplir o, derechamente cuestionar la medida realizando un análisis a fondo de lo que la decisión presidencial implica y sus riesgos para la ciudadanía y la democracia”[10].

 

El derecho, en sí, es una forma de violencia que persiste en el tiempo y se nos hace cotidiana. Ya nos lo advertía aquella lapidaria frase que empleara Friedrich Von Savigny para describir su verdadera esencia:

 

“Si la fuerza sin el derecho es la barbarie, el derecho sin la fuerza es una burla”.

 

Así, pues, la violencia está implícita en la ley, la sociedad acepta como normal que la violencia esté presente en la ley, en el funcionamiento social, en las escuelas, en el hogar. Una idea que viene desde ese Dios inmisericorde que amenaza con el infierno a quien se atreva a discutir su mandato. Algo que, por lo demás, debería hacer reflexionar a toda la sociedad en su conjunto antes de enfrascarse en la discusión de temas que se abordan precisamente para robustecer el dominio que un grupo tiene sobre el conjunto social y del cual no quiere desprenderse.

 

Santiago, octubre de 2020, a un año de la Revolución Chilena de Octubre

[1] Ver libro de Hanna Arendt, intitulado ‘Sobre la Violencia’, que publicara la empresa editora de libros Alianza Editorial.

[2] Urracas Emaús Chile: “La violencia”, documento de enero de 2020

[3] Elsa Blair Trujillo, «Aproximación teórica al concepto de violencia: avatares de una definición», Política y Cultura, núm. 32, otoño, 2009, México, UAM-Xochimilco, pp. 20.

[4] OMS: “Informe mundial sobre la violencia y la salud”, Washington DC, 2002.

[5] Véase, al respecto, de Carl Jung, su obra “El hombre y sus signos”.

[6] Recomendamos las obras de Carlos Matus “Adios, señor Presidente”, “Chimpancé, Macchiavello y Ghandi”, “El Método PES”, entre otras.

[7] Véase de Gilles Deleuze su magnífica obra “Diferencia y Repetición” cuya edición en castellano existe desde hace unos diez años.

[8] Serra, Juan Pablo: “’Sobre la Violencia’ de Hanna Arendt”, ‘Relectiones’, Nª 1 ‘Hacia una nueva realidad’, noviembre de 2014.

[9] Bustos, Andrea: “Más de doscientos días en toque de queda: la naturalización de una medida más represiva que sanitaria”, Radio Universidad de Chile, 18 de octubre de 2020. Con negrita en el original.

[10] Redacción: “Chile en una peligrosa burbuja institucional llamada ‘Estado de Catástrofe’”, ‘El Mostrador’, 23 de septiembre de 2020.



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