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Dudas constitucionales, la chicha con harina  y cómo orientarse en Valparaíso

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¿Qué habría hecho la Concertación en el gobierno ante la rebelión popular de octubre?

 

De considerar su historial represivo, de montajes y enconada aversión a todo lo que huela a pueblo, no habría sido muy distinta a la gestión criminal de la ultraderecha.

 

Y por qué no, quizás habría sido mucho más canalla si se considera su inveterada costumbre de dar señales de buena conducta a los militares, a los poderosos y al Departamento de Estado, sobreactuando su ímpetu.

 

Expertos en el arte de camuflarse, los prohombres concertacionistas mutan de un color a otro, y se mueven de un lado a otro con el descaro que les permite la cultura de la impunidad y la ausencia del pueblo en el debate político.




 

Como nunca antes el sistema había estado tan en peligro como en aquel octubre de fábula. El desfonde definitivo era inminente poco antes del arribo del virus.

 

San Virus, deberían llamarlo y prenderle velitas.

 

Y como en toda crisis hay una oportunidad, según dice el lugar común, ahora la Ex Concertación va por lo que no les pertenece y sin ningún rubor se adueña del espíritu de la rebelión popular e intenta recrear esa atmósfera en donde no eran, ni serán jamás bien recibidos.

 

Ninguno de esos sinvergüenzas tuvo el coraje de hacerse presente en la plaza de la Dignidad. Ni siquiera quienes desde el Frente Amplio intentaron impostar una conducta política que no pueden tener de manera espontánea.

 

Recordemos el bochorno de su exabanderada cuando quiso aprovecharse mediáticamente de la plaza y fue expulsada por sus congéneres que no le aceptaron tamaña patudez.

 

Los desesperados y mentirosos de la ExConcertación impulsaron, acordaron, afinaron y firmaron con la también desesperada y mentirosa ultraderecha, el pacto trucho del 15 de noviembre para salvarse de la caída final. Un rol activo y entusiasta lo jugaría el diputado Gabriel Boric, quien aseguraba estar haciéndola de oro.

 

Y, para ser justos, se sospecha que contaron con la colaboración de algunos dirigentes sociales legítimos, que esa noche se pasearon por los salones del ExCongreso, nadie supo para qué.

 

De manera que impulsado por esos hechos, en los que la gente no tuvo nada que ver, el debate se traslada a un espacio que el pueblo no buscó, no propuso y si acaso le interesaba como quinta opción: un proceso constitucional.

 

Tramposamente se hace aparecer como que una inmensa mayoría se hubiera movilizado por una nueva constitución y no, tal como fue, por salud, educación, justicia, pensiones. Lo que no significa que el pueblo no quiera otra Constitución.

 

Los tramposos ponen las cosas en una falsa dicotomía: si a la gente le preguntan si quiere una nueva constitución o no, obviamente que la mayoría va a decir que sí. Pero, ¿es lo que quiere ahora?

 

Estrictamente desde el punto de vista del pueblo que pone los muertos, los heridos, los torturados y los presos, la Constitución no puede ser anterior a la conformación de una fuerza social y política que proponga un proyecto político, que sea capaz de optimizar la increíble energía del pueblo, que tenga la capacidad de terciar en el debate sin que otros se propongan como sus interlocutores.

 

Aunque las experiencias latinoamericanas no han sido todo lo edificantes y promisorias que se esperaba, digamos que los procesos revolucionarios y progresistas que enfrentó Bolivia y Venezuela, respectivamente, solo asumieron una Nueva Constitución luego de haber conquistado importantes espacios de poder político formal.

 

Cuba cambió su constitución por medio de un referéndum popular recién en 1976. Y en el Chile de la Unidad Popular, recién con ocasión del segundo aniversario del gobierno popular, Salvador Allende delineaba su compromiso con una nueva Constitución “para esta nueva etapa que estamos viviendo”.

 

¿Los bueyes o la carreta?

 

La falsa dicotomía y la falaz discusión acerca del Voto Apruebo o la Abstención no hace sino poner palitos entre aquellos que van a aprobar, versus los que van a abstenerse.

 

No se juega en esta pasada la Constitución propuesta por el pueblo.

 

Es nada más que una válvula de escape que tramposamente propone al pueblo decidir ante unas opciones que no son parte de sus preocupaciones inmediatas.

 

Es como preguntar: Entre el vino con harina o la chicha, ¿prefiere usted el whisky o el vino tinto?

 

¿Qué hacer en una pelea que no es la nuestra?

 

Al no ser una etapa en la que el pueblo tenga algo que decir, solo debiera considerarse en cuál de las opciones, aprobar o abstenerse, la derecha, el peor enemigo de la gente, queda más golpeada.

 

Un amigo una vez me explicó como orientarse entre los cerros porteños para el que no es de Valparaíso y anda en un estado algo espirituoso.

 

– Es cosa de mear, me dijo el Choche. Si el pichí baja, para allá está el Plan.

 

Por Ricardo Candia Cares

 



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