A 50 años: El triunfo de Allende y la memoria semi olvidada
Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 49 segundos
La primera vez que divisé a Salvador Allende, sin saber quién era él, a pesar de que mi padre alguna vez me lo señaló cuando subía a su auto en plena calle Serrano de la capital, fue en mi etapa de pre adolecente de correrías por mi barrio, ubicado a escasas tres cuadras del centro de Santiago. Fue en el ya inexistente cine San Diego cuando con ocasión de un acto del cual no tenía la más mínima noticia, entré al evento motivado por una mezcla de curiosidad y aburrimiento provocado por las decenas de veces que recorría esos suburbios sin mayores novedades, salvo entrar a jugar a los recientes inaugurados Ffliper o la visita a los billares de la zona. Allí sentado en las graderías de la platea baja pude observar entre medio de los aplausos y banderas rojas al eterno candidato. ¿Influyó ese acontecer en mi incorporación ya siendo universitario en 1970 en las definiciones izquierdistas? Es probable, lo cierto es que en el invierno de aquel año y ya desatada la campaña electoral asistí a un encuentro de los estudiantes de la salud de la Universidad de Chile con Salvador Allende a la entrada del Hospital José Joaquín Aguirre y ahí fue que le estreché la mano al candidato. Allende era un tipo que irradiaba tranquilidad, pero al mismo tiempo una vigorosa fuerza en su discurso. Mentiría si dijera que me acuerdo de lo que en aquella ocasión dijo. Más bien la impresión fue la imagen transmitida de un hombre que se sabe destinado a cambiar el rumbo de la historia.
Historia que tuvo una profunda inflexión con el triunfo de la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970. Aquel mediodía asistiendo a un encuentro en el local de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, donde el año anterior había ganado la lista de izquierda encabezada por el estudiante, militante comunista de Odontología Alejandro Rojas, fuimos designados para cumplir diversas funciones que hoy podríamos denominar de una mezcla de logística y de seguridad, de un nivel precarísimo. Allí el dirigente socialista Ramón “Moncho” Silva nos destinó junto a una serie de otros compañeros al cuidado de las torres de transmisión del Canal de TV de la Universidad de Chile, unos de los tres que existían junto al de la TV Nacional estatal y al de la Universidad Católica. Nos trasladamos a media tarde al Cerro San Cristóbal donde estaba ubicada la antena y el local de transmisión sabedores que no teníamos derecho a voto ya que no cumplíamos con el requisito de tener 21 años de edad. Fue en ese contexto que nuevamente apareció Moncho Silva con la misión de entregar un revolver (creo un Smith & Wesson) a quien supiera manejarlo para una hipotética defensa, ya que se sabía de las amenazas de grupos armados de derecha. No sé por qué motivo se dirigió a mí con aquella misión. Tras preguntarme si yo sabía usarlo y tras mi mentira que “por cierto sí” me fue entregado en un acto alejado de cualquier atisbo de grandilocuencia, alejado del grupo de compañeros, más bien como un hecho clandestino.
Cerca de las 21 horas nos acercamos a la caseta desde donde se distribuía la señal del canal de TV para ver los resultados. No fue, creo, hasta cerca de la media noche que nos enteramos del triunfo de Allende sobre el candidato de la derecha Jorge Alessandri, un gran empresario vestido de apolítico y sobre el candidato demócrata cristiano Radomiro Tomic. Sabedores ya del triunfo y de la convocatoria a un acto en el local de la Fech, bajamos eufóricos por las escaleras del funicular, solo alumbrados por la tenue luz de la luna. Llegamos a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y desde ahí nos dirigimos por la Alameda al local de la Fech ubicado en la misma arteria esquina de la calle San Isidro frente al Edificio de la Biblioteca Nacional. Ya eran miles los que ahí se concentraban: pobladores en su gran mayoría venidos de los cordones periféricos, estudiantes y obreros. Desde los balcones ubicados en el segundo piso habló el candidato triunfador. Hizo un breve recorrido por la historia y luego llamó a volver a las casas con la conciencia y felicidad del triunfo. Comenzaban así las turbulentas semanas hasta que el Congreso Nacional reunido en pleno designara al candidato triunfador ya que la Constitución de 1925 así lo establecía cuando ningún candidato obtuviera el 50% más uno de los votación. Turbulencias – que con posterioridad se sabrían- comenzaron en la misma noche cuando un tranquilo Salvador Allende llamó al Jefe de la Plaza el General Camilo Valenzuela para solicitarle permiso para el acto nocturno, el que luego formaría parte de la conspiración orquestada por el ex general Roberto Viaux, -financiada y con apoyo logístico de la CIA-y, que dio como resultado, días antes que el Congreso se reuniera, el alevoso asesinato del general constitucionalista René Schnneider.
La memoria me es frágil acerca de cómo los estudiantes respondimos ante esos intentos de impedir el ascenso de Allende a la presidencia, más bien cundía la expectativa, no el temor, de eso sí estoy seguro, acerca del desarrollo de los acontecimientos. Fueron dos meses que culminaron finalmente cuando el Congreso ratificó a Allende con los votos de la Democracia Cristiana, luego de que se firmara un Estatuto de Garantías Constitucionales destinado – según la DC- a impedir la instalación de una dictadura comunista en el país, donde se aseguraba el pluripartidismo y se ratificaba como único cuerpo armado a las FFAA, establecidas ya como respetuosas de la Constitución, a pesar de que tantos miembros del generalato de las distintas ramas ya estaban involucrados en los intentos de golpes ya descritos.
Los estudiantes tendríamos un rol de suma importancia en los mil días del gobierno popular; sí recuerdo con nitidez los trabajados voluntarios de verano en el sur del país, los trenes de la salud, el aporte en los días del paro patronal de un mes, en octubre de 1972, cuando ya las contradicciones y pugnas estaban desatadas, en la labor de descargar sacos de alimentos de trenes estacionados en Bustamante con Av. Grecia lugar hoy ocupados por oficinas y comercios. Y también los continuos desfiles en defensa del gobierno y las peleas campales contra los grupos de ultraderecha; luego vendrían los atentados terroristas, el asesinato del Edecán de Allende Arturo Araya Peteers y la confabulación DC-PN que -aunque tenían un diseño distinto para terminar con el gobierno-; unos, la DC, con su estrategia del acortamiento institucional ubicando al parlamento mayoritario como trinchera y otros, el PN y Patria y Libertad para derrocar al gobierno mediante un golpe de Estado.
El 29 de junio de 1973, el denominado tanquetazo, un alzamiento improvisado y sin un plan nacional que fue fácilmente desarticulado por tropas leales al mando del general Carlos Prats, donde paradojalmente también estuvo presente Pinochet, dio paso a una nueva arremetida con la constitución de un verdadero Estado Mayor del golpismo con conducción civil, en el parlamento y militar con el llamado grupo de los 15, con representantes de las tres ramas de las FFAA, supuestamente para detener cualquier intento de golpe, pero que se convirtió en el coordinador del golpe tres meses después. Ese dia 29 los estudiantes junto a los trabajadores nos hicimos presentes en las calles a mediodía, cuando ya estaba controlado el conato, y en la noche en La Moneda, la casa del Gobierno. Ahí se pidieron armas y la disolución del congreso, pero ya el gobierno no podía tomar esas medidas y Allende diría después a sus más cercanos que un golpe, ahora sí verdadero, estaba en marcha. El proceso culminó con el asalto a La Moneda y el asesinato de Allende, luego de resistir durante horas el asedio, la metralla y los cohetes de los aviones de la FACH, con miles de soldados temerosos de asaltar la casa de los presidentes. No más de treinta compañeros acompañaron a Salvador Allende, que con armas en la mano resistieron la ofensiva fascista. Los estudiantes universitarios, los más decididos nos convocamos a lugares universitarios previamente acordados, a la espera de armas que nunca llegaron y del alzamiento de tropas leales que nunca se produjo. Después vinieron las matanzas, los fusilados y los detenidos desaparecidos, en suma la contrarrevolución en marcha. El ejemplo de Allende, su consecuencia y heroísmo; su diáfano discurso de despedida que muchos logramos escuchar ese luctuoso día, fueron el aliciente para la resistencia que se iniciaba .Los que logramos sobrevivir, una minoría hay que decirlo, nos volcamos al trabajo clandestino con mayor decisión a partir del año 1975. Pero esa es otra historia.
Eduardo Gutiérrez González. Agosto de 2020.