Las “fallas lógicas” de Sebastián Edwards
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Sebastián Edwards, en tribuna de opinión de El Mercurio (20-08-2020), recuerda sus tiempos juveniles, de lecturas leninistas, cuando militaba en el socialismo chileno. Y, transforma hoy día su renuncia al pasado en enojo radical contra los jóvenes del Frente Amplio. Los acusa de niños ultras, que utilizan “razonamientos que contienen fallas lógicas que contradicen la historia y la verdad”. Hay que ser muy sabio para arrogarse el patrimonio de la interpretación histórica y de la verdad. Ser profesor de la UCLA no creo que alcance para ello.
Por mi parte, prefiero dudar de las verdades indiscutibles ya que, como dijo Descartes, la única verdad es nuestra propia existencia. Pero, la controversia es legítima y, por tanto, intentaré demostrar que las “fallas lógicas” las comete Edwards.
Los ataques, incluso ad-hominen, del profesor radicado en Estados Unidos, contra los jóvenes del FA, se refieren a temas muy debatibles, de legítimas controversias. No merecen tantas descalificaciones. No es para enojarse.
A Edwards le molesta el retiro del 10% de los afiliados las AFP y, en particular, que incluyera a personas de altos ingresos. Tampoco le parece correcto que se sostenga la conveniencia de emular a los países nórdicos, con la propuesta de incluir los derechos sociales, en la nueva Constitución. Finalmente, “otra idea mal hilvanada”, por los jóvenes “revolucionarios” (las comillas son de Edwards) es la propuesta de una política industrial.
Califica esas propuestas como “atolondradas y pueriles”. Desconoce el profesor, que en esos tres temas hay muchos más intervinientes que los jóvenes “revolucionarios”
El particular encono de Edwards con los jóvenes del FA, y su lejanía del país, le hacen confundir al adversario En efecto, la propuesta, convertida en ley, para el retiro del 10% de los fondos de los afiliados a las AFP, fue impulsada por la Federación Regionalista Verde (FRV). La decisión resultó inevitable, por la incapacidad del gobierno de Piñera para disponer de recursos para la sobrevivencia de la familia chilena, por los estragos del Covid-19. Fue también consecuencia de la desprestigiada tesis de la focalización, que impedía acceder al universo de los necesitados, lo que obligó al Parlamento a aprobar que el 10% fuese retirado por todos los afiliados, independientemente de las condiciones de ingreso de éstos.
Edwards necesita algo más para completar su información. La ley del retiro del 10% fue aprobada por dos tercios, tanto de diputados como de senadores, con el respaldo de toda la oposición y por un amplio contingente de parlamentarios de derecha, de la UDI y de Renovación Nacional. Edwards agrega, sin embargo, una legítima preocupación: las exenciones tributarias para personas de altos ingresos, que se vieron favorecidas con el retiro del 10%. Pero, para tranquilidad de Edwards, ya llegará la hora de hacer los ajustes impositivos correspondientes para compensar esa pérdida tributaria.
El segundo tema que enoja a Edwards son las políticas sociales y su asociación con los países nórdicos. Reconozco aquí mi falta de objetividad y sesgo conceptual. Amo a los países nórdicos y su Estado de Bienestar y, en cambio, siento una inevitable distancia con el Estado liberal anglosajón. Me gusta, la protección de derechos sociales universales, que caracteriza a los países nórdicos.
Edwards manifiesta molestia en su artículo porque Claudia Heiss, militante de Revolución Democrática, dijo en un seminario que se debía incluir derechos sociales en la nueva Constitución chilena, igual que en las constituciones nórdicas. El profesor dice que no es cierto que en todas las constituciones de los países nórdicos están consignados los derechos sociales. Y tiene razón.
Es verdad, que en algunos países nórdicos aparecen incluidos los derechos sociales en la Constitución y en otros no están incorporados, pero existen leyes específicas que los resguardan. Pero lo que importa, a fin de cuentas, es que se garanticen esos derechos. No es para enojarse tanto con Claudia, la militante de RD. Pero, es ineludible para nuestro país asegurar constitucionalmente los derechos sociales universales; sólo así la clase dominante, y sus economistas, terminarán con esa trampita de la focalización social.
Los derechos sociales deben ser considerados en la misma jerarquía que los derechos civiles y políticos Porque las desigualdades en la salud, la educación y previsión atentan contra la democracia, la estabilidad social y el propio desarrollo de nuestro país. Los derechos sociales son universales y no pueden ser vaciados de garantías.
Finalmente, Edwards se embarca en la crítica a las propuestas sobre política industrial, y contra quienes proponen modificar la matriz productiva de recursos naturales. Nuevamente atribuye principal responsabilidad a los muchachos del FA, pero de pasadita la extiende a la izquierda y al periodista de CNN, Daniel Matamala. A Edwards le gustan las cosas como están, defiende el modelo primario exportador de Chile y usa como referencias positivas Nueva Zelandia y Australia y como referente negativo el caso de El Salvador.
En realidad, el referente de El Salvador no tiene pertinencia alguna. Debiera saber el profesor que en la producción y exportación de El Salvador predomina la maquila de Zonas Francas, donde no existen derechos laborales y las empresas están exentas de impuestos. En realidad, exportar camisetas y calcetines desde esas Zonas Francas para EE.UU. no genera ningún tipo de encadenamiento al conjunto de la economía. Eso no la califica como una economía predominante industrial. Por eso le va mal a la economía salvadoreña. No es un buen ejemplo. Eso no es lo que queremos para la economía chilena.
Respecto a los referentes de Australia y Nueva Zelandia nos podríamos extender bastante. Es cierto, que los recursos naturales son significativos en la producción y exportaciones de ambos países; pero, en ningún caso esos países han renunciado a la industria, ni tampoco evitan agregar valor a la producción de primarios. Existe un mito que merece ser desmentido.
Australia produce y exporta una gran variedad de manufacturas, como químicos orgánicos, maquinaria que incluyen computadoras, maquinaria eléctrica, aparatos médicos y ópticos. Y, en el caso de Nueva Zelandia la diversificación apunta a exportaciones de manufacturas en plástico, alfombras, textiles y equipamiento de alta tecnología para computadores. No puede ser de otra manera, porque la inversión en ciencia, innovación y tecnología, así como su alto nivel educacional, favorecen inevitablemente el despliegue de la inteligencia en los más variados sectores de esas economías y sociedades del Pacífico.
El problema lo tenemos en Chile. Y es serio. Por eso se precisa impulsar la industrialización de nuestro país. La frágil matriz productiva está afectando negativamente la economía. La diminución del PIB tiene un carácter secular: 7,4% entre 1990-1997, en el periodo 1999-2007 fue 4,4% y ahora, en 2014-2018 solo de 2,2%. Además, la productividad cae desde hace más de una década y la competitividad internacional también ha disminuido. A esta realidad estructural se agrega recientemente, el impacto de la guerra comercial Estados Unidos-China y ahora los graves efectos del Covid-19.
La preocupación por la matriz productiva chilena no es sólo de los niños del FA (como Edwards los califica). Es también de economistas conocidos, con distintas perspectivas conceptuales y visiones ideológicas diversas.
En efecto, el mismo ex Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, en un estudio del año 2000, junto a los economistas Sachs y Warner, señala:
“Chile no se ha integrado a la economía mundial como un innovador independiente o como generador de tecnologías de vanguardia, sino como un proveedor de unos pocos recursos naturales. Y……estos sectores son insuficientes para impulsar a Chile hacia una etapa de elevado crecimiento del ingreso. Chile tendrá que diversificar su base exportadora o es altamente probable que experimente una caída en su crecimiento.” (A Structural Analysis of Chile’s LongTerm Growth: History, Prospects and Policy Implications, paper, 2000. Universidad de Harvard)
El economista Ricardo Hausmann, de la Universidad de Harvard, tiene razón cuando dice que la economía chilena, fundada en el precio del cobre, sin refinar, cierra las puertas al desarrollo.
“La economía del país es “poco diversificada” y el país “no se puede expandir” siguiendo las bases que regían cuando el cobre tenía un valor alto” (CNN Chile, 09-17-2015)
Por su parte, Ha-Joon Chang, de la Universidad Cambridge, destaca que para potenciar la economía a mediano y largo plazo e ingresar al desarrollo es insoslayable caminar más allá de la producción de recursos naturales. Señala:
“Aunque una industria de pescado puede ser tan rentable como una industria electrónica, la primera requiere y promueve menos habilidades productivas y organizativas que la última. La evidencia internacional muestra que la mayoría de los países mejoran sus habilidades a través de la industrialización y, especialmente, a través del desarrollo del sector manufacturero, el verdadero centro de “aprendizaje del capitalismo”. (CIPER, 30.05.2016)
Así las cosas, de cada 100 dólares que el país vende al mercado global, 90 dólares son materias primas en bruto o con escasa transformación, provenientes de los sectores mineros, forestal, pesca y agricultura.
Al igual que en la época del auge salitrero, el crecimiento económico y los recursos generados por el sector externo no se han aprovechado en diversificar la estructura productiva. Y, hoy día, cuando el mundo está girando hacia el proteccionismo, se pone en evidencia la fragilidad que significa vivir de los recursos naturales.
Los recursos naturales, que produce y exporta Chile, se han convertido en un cuello de botella. Aunque son un negocio de altas ganancias para una minoría de grandes empresarios, estrechan la frontera productiva de la economía y su beneficio no se difunde al resto de la sociedad.
La exportación de recursos naturales priva a la economía de la posibilidad de generar encadenamientos que potencien el desarrollo de nuevas capacidades productivas en el plano interno. Tampoco ayuda a la creación de empleo y, cuando lo hace, ese empleo se caracteriza por su precariedad.
Mientras se sobreexplotan las riquezas no renovables, y sus beneficios se concentran en una minoría empresarial que los produce y exporta, el medio ambiente se ha visto crecientemente afectado. El agua es hoy un recurso dramáticamente escaso, utilizado abundantemente para faenas productivas, agrícolas y mineras. La sobrepesca industrial ha provocado el colapso de los principales recursos marinos. El arrasamiento del bosque nativo ha estado acompañado por un aumento en las plantaciones forestales exóticas, especialmente pino y eucalipto.
Con la estructura productiva actual al sector privado no le interesa invertir en ciencia y tecnología. Y, el Estado, tampoco lo hace. Evidencia de ello es una magra inversión en ciencia y tecnología de apenas un 0,40% del PIB para ciencia y tecnología, mientras en la OCDE es de 2,5%.
Por otra parte, el Estado no se siente obligado a enfrentar las desigualdades en la calidad en la educación, porque no resulta indispensable para el modelo productivo existente. De allí que los salarios sean muy bajos en Chile. Y, por cierto, para transformar la matriz productiva se requiere enfrentar la heterogeneidad económica entre empresas grandes y pequeñas para lo cual no existen políticas públicas, como tampoco las hay para reducir las desigualdades entre los distintos territorios del país.
¿Por qué no hay transformación productiva? Porque consciente o inconscientemente, gran parte de la clase política y los economistas del establishment (o sea la mayoría) están convencidos que el mercado no puede ser intervenido, no puede ser orientado. Y, quizás más importante, sobre todo en años recientes, ha sido la subordinación de los políticos al gran empresariado que, a cambio de dinero para campañas políticas, imponen leyes y decretos que aseguran la permanencia de sus negocios rentistas.
Así las cosas, el crecimiento y la apertura al mundo de la economía chilena no ha abierto camino al desarrollo de Chile. En la matriz productiva y exportadora de recursos naturales radica la limitación al desarrollo y es además la base material de las desigualdades. Lo señalaba Aníbal Pinto hace décadas atrás, con su famoso libro sobre el desarrollo frustrado de nuestro país. La historia se repite: nuestro país nuevamente ha visto frustrado su desarrollo.
Edwards intenta descalificar al FA al utilizar el término “buenismo”, el que refiere a un pensamiento ingenuo. Sin embargo, no parece haber ninguna ingenuidad ni “visión infantil del mundo” en las propuestas que defienden los jóvenes del FA. Por el contrario, ellos han ayudado a refrescar la política, instalando temas sustantivos para erradicar las desigualdades, abusos e injusticias que ha sufrido la sociedad chilena durante los últimos 40 años.
Por Roberto Pizarro
Fuente: El Mostrador
Publicado en El Clarín de Chile con autorización del autor
Carlos Bonifetti says:
Ya lo había comentado antes a un par de amigos que alabaron los comentarios vertidos en esa columna de S. Edwards. No es posible pretender una opinión con sustento intelectual en un ‘economista crematístico, pues dichos ‘profesionales’ carecen de conocimientos de importantes ciencias, como lo son biología, física y química, que son indispensables para poder hablar de economía.