
Semana negra para la derecha: Evelyn Matthei tambalea en su intento presidencial
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No ha sido, ni de lejos, una buena semana para la derecha agrupada en Chile Vamos. Lo que parecía un despliegue ordenado rumbo a una primaria para ungir a Evelyn Matthei como candidata única se transformó en un verdadero naufragio político. La figura que, hasta hace poco, lideraba las encuestas como la carta más competitiva del sector, terminó atrapada en sus propias contradicciones, rodeada por un electorado cada vez más escéptico y flanqueada por una ultraderecha que gana terreno sin pedir permiso ni firmar pactos.
Las declaraciones de Matthei en Radio Agricultura, donde justificó las muertes durante la dictadura como “inevitables” en el contexto de una supuesta guerra civil, no solo reabrieron heridas históricas: socavaron la principal estrategia que su sector intentaba construir. La derecha tradicional, aquella que quiere desmarcarse del pinochetismo sin romper con su electorado conservador, quedó descolocada. Las palabras de la exalcaldesa fueron rápidamente criticadas por el oficialismo, por organismos de derechos humanos y, lo más preocupante para su equipo, también por sectores moderados del propio bloque opositor.
La candidatura de Matthei, en lugar de consolidarse como una alternativa de derecha moderna y democrática, se desdibujó justo en el momento en que debía afirmar liderazgo. El episodio, además, obligó a suspender el anuncio de unas primarias ya debilitadas de origen: con nombres como Francisco Chahuán, Luciano Cruz-Coke y Rodolfo Carter, ninguno con reales opciones de disputar el liderazgo dentro del sector. Todo indicaba que se trataba más de una puesta en escena que de una competencia real.
Pero la debacle no termina ahí. Mientras Matthei tropezaba con sus propias palabras, la ultraderecha avanzaba sin freno. José Antonio Kast y Johannes Kaiser no solo ratificaron que no participarán en las primarias de Chile Vamos, sino que esta semana anunciaron un pacto parlamentario conjunto, consolidando un polo político que no solo desprecia el diálogo con la derecha tradicional, sino que se fortalece a costa de su fractura. La estrategia del “frente amplio de derecha” se diluye ante una ultraderecha que se niega a compartir escenario.
El escenario se volvió aún más adverso cuando se confirmó que Ximena Rincón, una posible aliada moderada desde el mundo de los exconcertacionistas, quedó fuera de competencia por razones legales. La carta de Matthei perdía así a una socia clave en su aspiración por representar un centro ampliado, un espacio hoy sin expresión electoral visible pero aún gravitante en las urnas.
Todo esto ocurre, además, en contraste con una centroizquierda que, por primera vez en años, se encamina hacia unas primarias competitivas y diversas, con candidaturas como las de Carolina Tohá, Paulina Vodanovic, Jeannette Jara y Gonzalo Winter. Más allá de quién gane, la imagen que proyectan es la de un sector político con capacidad de diálogo interno, amplitud ideológica y proyección de poder.
En ese contexto, las palabras de Matthei no solo fueron un error táctico. Representan un síntoma más profundo: la incapacidad de una parte de la derecha para enfrentar su pasado sin convertirse en rehén de él. Intentar justificar la violencia sistemática del régimen de Pinochet para atraer al electorado de Kast puede terminar alienando a ese sector conservador, pero no extremista, que busca orden y gobernabilidad, no nostalgia autoritaria.
El lunes próximo, cuando se publiquen las encuestas de opinión, se podrá dimensionar el impacto real de esta semana negra. Pero más allá de los números, lo ocurrido revela una fractura estructural en la derecha chilena: una que no se resuelve con pactos superficiales ni con maniobras comunicacionales. Se trata de un conflicto ideológico profundo, que enfrenta a quienes quieren una derecha moderna, liberal y democrática, con quienes ven en el autoritarismo una virtud.
Matthei, en este cruce de caminos, parece haber perdido el equilibrio. Su biografía, su apellido y su trayectoria la mantienen anclada a un pasado que intenta conjurar, pero del cual no puede escapar. Y en política, como en la historia, los intentos de justificación suelen costar caro.