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El nuevo mundo en que viviremos
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Viviremos nuevos tiempos. El presidente Trump ha dado término a la alianza política y militar entre Estados Unidos y Europa que comenzó durante la 2ª Guerra Mundial, lo que producirá una profunda transformación geopolítica en la escena internacional. Al mismo tiempo, su ofensiva proteccionista inicia el fin de la globalización que ha caracterizado a la economía mundial durante los últimos cuarenta años.
Durante la segunda semana de febrero, el vicepresidente estadounidense JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en vez de opinar sobre el terrorismo y eventuales amenazas externas a Occidente, centró su discurso en las supuestas limitaciones de la democracia alemana: rechazó el “cordón sanitario” que históricamente se ha impuesto al AfD (partido Alternativa para Alemania, ahora prácticamente inexistente), asociándolo a una supuesta merma de la libertad de expresión en Europa.
En la misma línea de Elon Musk, a días de las elecciones en ese país, a Vance no le importó la inocultable ideología nazi del AfD. Así las cosas, el vicepresidente no dudó en entrevistarse con su líder Alice Weidel, lo que provocó el rechazo del canciller alemán, Olaf Scholz, mientras el candidato de los Verdes, Robert Habeck, criticó de forma más directa el intervencionismo estadounidense y su implícito respaldo al AfD, señalando que Donald Trump y su gobierno atacan “la comunidad de valores de Occidente“, y se oponen a “el estilo de vida alemán, el estilo de vida europeo, lo que es contrario a nuestra Constitución” (EL Mundo, 15-02-2025).
Por su parte, por esos mismos días, el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, en reunión de ministros de Defensa de la OTAN, en Bruselas, advirtió que Estados Unidos ya no sería corresponsable de la seguridad de Europa y que esta debería hacerse cargo de sus propios asuntos. Señaló que la prioridad estadounidense era el enfrentamiento con China. Y agregó que los países de Europa debían hacerse cargos de la OTAN y aportar el correspondientes 5% del PIB.
En cuanto a la guerra en Ucrania, el jefe del Pentágono fue categórico en señalar que la solución se encuentra en manos de Donald Trump y Vladimir Putin, dejando de lado la participación no solo de la Unión Europea, sino también de la misma Ucrania. El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, hizo notar públicamente su molestia, lo que provocó una violenta reacción de Trump, calificándolo de dictador y comediante de cuarta categoría.
Por otra parte, paradójicamente, el gobierno norteamericano, que había sido el principal impulsor de la globalización económica, se ha convertido ahora en su enemigo. El proteccionismo de Trump es una política de Estado que apunta a recuperar la industria manufacturera estadounidense, seriamente afectada por la mayor eficiencia productiva y el abrumador avance tecnológico chino.
Los alardes arancelarios y la aplicación efectiva de los mismos son, al mismo tiempo, un instrumento de agitación y propaganda que intenta trasladar a México, Canadá y China la responsabilidad política por los asuntos migratorios y de la droga que afectan a EE. UU.
Donald Trump impuso un arancel general del 25% a todas las importaciones de acero y aluminio y ha decidido aplicar un 25% de tasas arancelarias a todos los productos provenientes de Canadá y México, lo que se encuentra en stand by hasta el mes de abril. A ello se agrega la imposición de aranceles del 10% a las importaciones chinas, al mismo tiempo que hay amenazas sobre las importaciones provenientes de Europa.
Además, Trump extrema su discurso imperial al renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”, con el servil respaldo de Google. Trump declara, además, que no descarta el uso de la fuerza militar para que Estados Unidos controle nuevamente el canal de Panamá, con el falso argumento de que las tarifas aplicadas al tránsito de barcos norteamericanos son muy elevadas y con la acusación de que los chinos han invadido la zona del canal.
La osadía imperial de Trump no tiene límites ya que en su discurso “hacer grande a Estados Unidos nuevamente” sostiene que Canadá debería ser el 51 estado de la Unión y que utilizaría el poder económico para lograrlo. Finalmente, exige a Dinamarca que le venda Groenlandia porque es un territorio fundamental para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Así las cosas, con Trump a la cabeza, EE. UU. despliega en plenitud su comportamiento imperial. Y, precisamente, “Estados Unidos primero” consiste en utilizar el poder comercial y eventualmente militar para lograr sus intereses nacionales, coaccionando a sus aliados, como Europa y Ucrania, subordinando a los países más débiles, entre ellos los de América Latina y mostrando fuerza ante sus competidores, principalmente frente a China.
Trump ha optado por el unilateralismo, con el retiro de EE. UU. De la Organización Mundial de la Salud (OMS) y también del acuerdo medioambientalista de París, a lo que agrega el incumplimiento de los compromisos adquiridos con la Organización Mundial de Comercio (OMC); y, ahora, su unilateralismo golpea a Europa, a la que margina de la negociación con Rusia, en el eventual acuerdo de paz sobre Ucrania.
La economía y política de Trump inauguran un nuevo mundo, lleno de peligros, tensiones e incertidumbres.
La decisión de Trump de entenderse con Moscú y excluir al bloque europeo de la negociación sobre la paz en Ucrania constituye una humillación política sin precedentes para Europa. Por otro lado, las declaraciones del jefe del Pentágono respecto a que EE. UU. ya no tendrá responsabilidad alguna por la seguridad europea obligará a la región a incrementar el armamentismo, en competencia directa con Rusia.
Si se quiere hilar más fino, la reunión de Marco Rubio con Serguei Lavrov en Arabia Saudita recuerda el Pacto de Yalta de 1945, en que se redefinieron las esferas de influencia entre Stalin, Churchill y Roosevelt, a fines de la 2ª Guerra Mundial. Es posible preguntarse entonces si está en la mente de Trump y los oligarcas estadounidenses un nuevo reparto de poder mundial, que acercaría EE. UU. a Rusia, con Europa al margen.
Teniendo en cuenta que la competencia económica, tecnológica y política central es hoy día entre EE. UU. y China, quizás Trump está apostando a separar a Rusia de China y de los BRICS, lo cual sería de gran peligro para el equilibrio de poder mundial.
Aunque desde 1991, las relaciones entre China y Rusia son estrechas y cordiales, no se puede olvidar que, en el pasado, a partir de 1961, se enfrentaron por diferencias ideológicas, luego hubo una breve guerra de frontera en 1969 y, durante la invasión soviética a Afganistán, tuvieron serias diferencias por el apoyo chino a los muyahidines.
En este contexto, América Latina se encuentra en el peor de los mundos y no solo por el intento estadounidense de capturar el Canal de Panamá y las malas relaciones con México por los migrantes y las agresiones arancelarias. En realidad, la integración regional es prácticamente inexistente y las diferencias políticas entre los países de la región son abrumadoras y de una agresividad inédita.
En el ámbito económico-comercial, el fundamentalismo de libre mercado que ha caracterizado a los países de nuestra región ha impedido desplegar una estrategia de diversificación productiva y los acuerdos de libre comercio no han servido para generar nuevas oportunidades de producción y exportaciones. En todos nuestros países se ha acentuado la explotación de recursos naturales. Así las cosas, la pobreza, el desempleo y la informalidad recorren la región, caldo de cultivo que ha multiplicado la delincuencia y el narcotráfico.
El proteccionismo de Trump, si bien cierra puertas al mercado estadounidense, al mismo tiempo, abre la oportunidad de diversificar la matriz productiva de las economías de nuestros países. Las políticas arancelarias estadounidenses obligarán a producir algunas líneas de bienes para el mercado interno. Si el acero o el aluminio no entra a EE. UU., habrá que procesarlos, agregarles valor y convertirlo en bienes para el mercado interno.
Al mismo tiempo, los países de América Latina tendrán que hacer un esfuerzo prioritario de integración, más allá de ideologías, para ampliar los espacios de mercado. Para enfrentar las restricciones que se anuncian desde EE. UU., será preciso, con inteligencia y generosidad, encontrar espacios de complementación productiva con países cercanos, así como realizar esfuerzos conjuntos en ciencia, tecnología y educación. Y, al mismo tiempo, se deberá poner cuidado frente al intento más agresivo que anuncia EE. UU. de capturar nuestras materias primas.
Hay que recordar que Laura Richardson, la generala jefa del Comando sur de EE. UU., en entrevista con el Atlantic Council, destacó el interés de la región latinoamericana por sus ricas materias primas, en particular por el litio. “El 60% del litio del mundo se encuentra en el triángulo Argentina, Bolivia y Chile”, enfatizó (Viral, 23-01-2023).
Fue categórica al agregar que para EE. UU.: “América Latina es importante, porque está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios que se aprovechan de ella” (Then 24, reproducido por Bio Bio.cl, 14-03-2023).
Trump está interesado en las tierras raras de Ucrania y quiere que Zelensky pague por los costos en armamento que ha incurrido EE. UU. en la guerra con Rusia. Y, por su parte, Elon Musk está especialmente interesado en el cobre y el litio para sus baterías y vehículos eléctricos.
Los ineficaces proyectos formales de integración regional en América Latina deberán ser reemplazados por iniciativas pragmáticas de complementación económica entre nuestros países. Las ideologizaciones burdas y los nacionalismos estrechos han cerrado las puertas a una integración efectiva. Ahora que la globalización sufrirá modificaciones, los mercados cercanos serán prioritarios para la ampliación de los espacios económicos.
El proteccionismo de Trump es un desafío para impulsar transformaciones de nuestras economías, en favor de la diversificación productiva y, al mismo tiempo, exige imaginar nuevos caminos de inserción en el mercado mundial y de complementación entre los países de América Latina.
Roberto Pizarro Hofer
Economista y exdecano de la Facultad de Economía Política de la Universidad de Chile.