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Obsolescencia programada neoliberal v/s comunismo decrecentista

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La obsolescencia programada es la práctica, impulsada por el capitalismo, de diseñar productos con una vida útil intencionalmente corta, para promover un consumo consistente con la quimera del crecimiento continuo y eterno que solo busca la acumulación infinita de capital.

Su historia no es nueva, y se ha instalo como necesidad en los albores del capitalismo global.  El ejemplo más famoso es la “Centennial Light”, una ampolleta fabricada por la Shelby Electric Company a finales del siglo XIX y donada al Departamento de Bomberos de Livermore, California, por un empresario local llamado Dennis Bernal. La ampolleta fue instalada en 1901 y desde entonces ha permanecido encendida, con solo algunas interrupciones ocasionales debido a traslados o mantenimiento. Su longevidad se atribuye a su filamento de carbono y su baja potencia y ha generado debates sobre la obsolescencia programada y sobre la durabilidad de los productos ya que demuestra que es posible crear productos duraderos, pero que los fabricantes optan por diseñar productos que se desgasten rápidamente para aumentar sus ventas.

En el neoliberalismo esta práctica se ha llevado a un límite sin parangón en la historia, acortando significativamente la vida útil de los productos y en algunos casos, reemplazando la venta por arriendos indefinidos de servicios que ofrecen prescindencia de la necesidad de comprar, actualizar o reparar los bienes, productos y servicios que se adquieren, para mantener a los consumidores pagando eternamente, cautivos y sin alternativa.

Al hacer que los productos o servicios que no se pueden arrendar, duren menos o pasen de moda, obligan a su reemplazo y alimentan un consumismo que amenaza con destruir el planeta. De esta manera, se mantiene en marcha la maquinaria económica y de guerra, que amenaza y controla el planeta, llegando incluso a destruir zonas enteras, para volver a expandir sus negocios a costa de la necesidad de reconstrucción que ellos mismos generan, como lo estamos viendo hoy en Gaza, en Ucrania, África y otras latitudes.




Este consumismo desenfrenado que alimenta la teoría del crecimiento como única forma de combatir la pobreza, es asistida por medios de comunicación y estrategias publicitarias que invitan a comprar cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, alimentando en un mismo acto a un sistema productivo depredador y perverso y al sistema financiero, de carácter global, que lo sustenta.

La obsolescencia programada se realiza mediante la incorporación en los productos de componentes que fallarán o perderán alguna de sus características esenciales en un tiempo definido por las necesidades del empresario. También mediante actualizaciones programadas de diseño mediante la introducción de nuevos modelos con características mejoradas o ligeramente diferentes, asociados a la moda o a cambios de temporada, que prometen una mejor experiencia de uso o incluso, un mayor status o aceptación social para quien lo adquiere, logrando que determinados productos se vuelvan emocionalmente obsoletos antes del término de su vida útil. Otra forma es diseñar productos difíciles de reparar o que esta resulte más costosa que la compra de un artículo nuevo, incitando al consumidor a reemplazarlo, antes que intentar su reparación.

Ente los muchos efectos que genera esta práctica del capitalismo global, destacan el increíble impacto ambiental que genera, ya que la producción constante de nuevos productos consume recursos naturales de manera insostenible, generando al mismo tiempo una cantidad de residuos que el ecosistema planetario ya no es capaz de incorporar al metabolismo de la unidad material que nuestro planeta representa.

Genera además un despilfarro económico, ya que los consumidores gastan dinero en reemplazar productos que podrían durar mucho más o que podrían ser reparados, con dinero con el que podrían resolver otras necesidades para las cuales los ingresos no suelen alcanzar.

Por último, aumenta la desigualdad, pues la obsolescencia programada beneficia a las grandes empresas, que aseguran sus grandes utilidades mientras que perjudican a los consumidores que compran cosas que no necesitan con dinero que no tienen, destruyendo el medio ambiente al que pertenecen al punto de poner en peligro su propia supervivencia.

Resulta imprescindible entonces realizar como sociedad una reflexión profunda sobre nuestro modelo de consumo y sobre la necesidad de un cambio radical hacia una sociedad modestamente acomodada, en donde la interacción con la naturaleza se dé en el marco de la satisfacción de las necesidades de todas y todos y no de los mezquinos intereses de unos pocos, evitando la excesiva concentración, de manera de construir un mundo más sostenible y equitativo.

Lo anterior implica asumir la necesidad de un modelo que considere una desaceleración económica que ponga énfasis en la redistribución de la riqueza por sobre la reproducción del capital, reduciendo el ritmo de producción y consumo para disminuir la presión sobre la naturaleza de la cual somos parte inseparable ya que pensar que la solución puede alcanzarse elevando los niveles de las capas populares a niveles similares a los de la clase dominante es simplemente imposible pues necesitaríamos varios planetas más y no tendríamos donde botar los desechos que generaríamos. Debemos tomar conciencia de que todo lo que hacemos a la naturaleza, nos lo terminaremos haciendo a nosotros mismos.

Del mismo modo debemos repensar nuestro modelo económico incorporando en él un tipo de reindustrialización dedicada a la reparación de productos y a la reutilización o reciclaje de los materiales que cumplen su vida útil.

En el mismo marco se hace necesario comenzar a discutir teorías alternativas a la del crecimiento económico como única forma de abordar la pobreza y la desigualdad, como la teoría del decrecimiento o crecimiento selectivo, que implica una reorientación de la economía hacia una búsqueda de un bienestar que vaya más allá del consumo material y que no debe confundirse con empobrecimiento.

Algunos de los planteamientos de la teoría del decrecimiento son la revalorización de lo local, es decir, priorizar la producción y el consumo a nivel local, fortaleciendo las comunidades y reduciendo la dependencia de sistemas globales que implica grandes costos de transporte con su alto impacto en contaminación. Otro aspecto a considerar es la reducción del tiempo de trabajo, para permitir que las personas tengan más tiempo libre para dedicarse a actividades que les aporten satisfacción y bienestar. Al mismo tiempo se propone repensar los patrones de consumo, fomentando uno más responsable y consciente, basado en una satisfacción de las necesidades de las amplias mayorías sociales y con énfasis en la calidad y la durabilidad de los productos, de tal manera de cuidar el medio ambiente, con prácticas sustentables y reduciendo lo que hoy se conoce como huella ecológica.

El filósofo Japones Kohei Saito, en su obra “El Capital en la era del Antropoceno” ofrece una lectura innovadora de la obra de Karl Marx a la luz de la crisis ecológica que enfrentamos hoy y plantea que el futuro solo es imaginable mezclando los principios del comunismo y la teoría del decrecimiento, como única alternativa a la crisis global en la que el neoliberalismo nos ha metido. Saito se ha transformado en un récord de ventas en una sociedad que de comunista tiene o ha tenido poco o nada y junto con otros teóricos del decrecimiento nos invitan a revaluar nuestra escala de valores, poniendo énfasis en la cooperación, la solidaridad y la calidad de vida y descartando la competitividad, el individualismo y la cultura del descarte.

Nos invitan a reestructurar las instituciones y las relaciones sociales para favorecer la equidad y la justicia social, superando la desigualdad creciente y la cultura de la injusticia y los abusos de los poderosos. Nos llaman a redistribuir la riqueza que nuestras sociedades producen, garantizando un acceso más equitativo a los recursos y a las oportunidades. Nos invitan a desmercantilizar la vida, reduciendo la importancia del mercado y recuperando el control público sobre servicios esenciales como la salud, la educación, la vivienda y la seguridad. Abogan por fomentar el desarrollo de capacidades locales y la autonomía de las comunidades con la consiguiente transferencia de recursos y poder a los territorios, reduciendo la dependencia y el poder de las grandes corporaciones y del Estado Nacional como instrumento de dominación.

Por último, todos entienden perfectamente y coinciden que todo esto resulta difícil de imaginar sin elevar la conciencia de los pueblos para desestabilizar al sistema actual, para lo cual se hace indispensable el cuestionar desde las bases las estructuras de poder existentes y promover nuevas formas de organización social.

 

Daniel Jadue



Arquitecto y Sociólogo

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  1. Patricio Serendero says:

    Don Daniel: Hable con Mesina, Mundaca y otros dirigentes de movimientos sociales y sindicales. Mineros, pescadores, pensionados, forestales, Pobladores. Presenten un programa, ese que está pendiente desde 2019 y levanten una candidatura popular fuera de los partidos. Le aseguro que si consiguen esos apoyos LAS BASES del PS y PC lo apoyarán también además de todos los desencantados del FA.

  2. Renato Alvarado Vidal says:

    Estas una poderosa razón por la que el socialismo es tan urgente,…y se ve tan lejano.
    No podemos dejar de trabajar y buscarle la vuelta; en una de esas atinamos.

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