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¿Lo saco o no lo saco?
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El día que Mario Desbordes asumió la alcaldía de Santiago, se recordó lo que le había referido su padre, sobre Pedro de Valdivia. El niño le preguntó a su progenitor, mientras permanecían de visita en la Plaza de Armas de Santiago, de quien era la estatua del jinete que cabalgaba sin espuelas y estribos. La respuesta no se hizo esperar. “Ese conquistador mataba indios como desaforado carnicero y le seducía mutilarlos. Abusaba de las mujeres indígenas y también las sometía a vejámenes.” Muchos años después, Mario Desbordes miró por un ventanal de la alcaldía, la estatua ecuestre del conquistador español y sintió piedad por sus víctimas. Ahí, en ese momento de retenida congoja y recuerdos de la infancia, se propuso remover al capitán de su sitial, y poner ahí a cambio, a la de Gabriela Mistral.
Semanas después, mientras releía “Cien años de soledad”, la novela de Gabriel García Márquez, se acordó de Pedro de Valdivia. Llovía a cántaros a esa hora (a mí no me consta, pues vivo en Viña del Mar) y los vendedores ambulantes se guarecían en los portales del sector. Mala hora destinada a ser mercachifles, en un país fundado por mercachifles. Bueno, si hay sol, igual son apaleados, para recordarles su condición de extranjeros. Ojo. En nada se asemejan estos protagonistas ideados por Gabriel García Márquez, aunque ambos parecían estar motivados por ansias de poder. Ahora, infinidad de colombianos llegan como inmigrantes a Chile y ninguno de ellos, puede decir que es el coronel Aureliano Buendía, protagonista de Cien años de soledad.
En aquella ocasión, atosigado por recuerdos de la infancia, el alcalde Mario Desbordes, no pudo dormir. Desconocía donde poner la almohada, tejidas sus bordes a crochet, por una tía de Aconcagua. Sacar de la Plaza de Armas, con pilchas y petacas, al endiosado conquistador, constituía un riesgo político. Afrenta al rey de España y a la infinidad de historiadores, que veneran a don Pedro de Valdivia. ¿Cuál iba a ser la reacción de la Evelin, su mentora espiritual? Ni pensar un instante en los monaguillos de su partido político, ahora dedicados a ser agoreros.
Desvelado se sentó en la cama. No se iba a consolar, cada vez que fuese a la municipalidad, al observar al personaje, que su progenitor se permitió denostar. “Lo saco o no lo saco, ese es mi dilema”. Se dijo mientras se acordaba de Shakespeare. Transcurrían los días, y don Mario Desborde atosigado por reflexiones hinduistas, una y otra vez, pensaba sobre la estatua ecuestre de Pedro de Valdivia. Si la removía, ignoraba cuál iba a ser la reacción de la grey, de las beatas que concurren a la catedral a misa los domingos. Del partido donde militaba; de quienes lo habían apoyado, para volver a ser alcalde. ¿Cómo resolver el entuerto? ¿A quién consultar, atosigado por las dudas?
Desde la Biblioteca Nacional, solicitó una veintena de textos donde se habla sobre la conquista española. Leyó y releyó a José Toribio Medina, Diego Barros Arana y Francisco Antonio Encina; y si bien estos historiadores tocaban el tema de la Conquista Española en Chile, las referencias a Pedro de Valdivia, a veces se morigeraban y no existía suficiente luz, para juzgar al conquistador. Sin embargo, éste seguía situado en un lugar de privilegio en la Plaza de Armas. Al final, atosigado de hostiles recuerdos, noches en vela y dudas existenciales, decidió enterrar los recuerdos. No hacer nada, es a menudo la mejor solución en medio de la incertidumbre.
Aquella mañana, recibió una llamada por celular, donde un senador le decía: “Mario, no tenemos donde reubicar al General Baquedano. Hemos pensado que se podría colocar en la Plaza de Armas, en vez de Pedro de Valdivia”.
Walter Garib
jaime norambuena says:
Parece increible poder captar una llamada de telefono
Na, es la vida sin trabajo..