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Deportaciones: la criminalización del inmigrante
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Las migraciones forman parte de la historia universal de la población. Nunca se trata de un acto voluntario, está determinada por la emergencia de guerras, el hambre, la persecución política o el cambio climático. No hay un prototipo de emigrante. Pero comparten un rasgo común, romper un círculo vicioso de miseria, persecución o discriminación. Su esperanza: vivir con dignidad.
En el siglo XXI, el norte desarrollado se ha convertido en el objetivo de millones de inmigrantes. Sociedades de la opulencia, asimiladas al consumo, los coches de alta gama, viviendas con jardín, centros de ocio y derechos ciudadanos. Harán lo que sea por alcanzar el sueño. Los más, no tendrán suerte. Habrán muerto en el intento. Ahogados en el Mediterráneo, el Atlántico, asesinados en sus largas peregrinaciones por desiertos y ciudades hostiles. Roban sus pertenencias, mutilan los cuerpos y los abandonan en estercoleros. Es una señal para sobrevivientes. Ellos, pueden contar su historia. Han escalado muros. Le han ganado a la muerte. Escapan a las policías de frontera, los agentes federales de inmigración a la tortura y las violaciones. Viven con miedo, pero han llegado. Se consideran afortunados por acceder a trabajos mal pagados. Sufren vejaciones de una sociedad que los rechaza, pero los usa. Son temporeros, albañiles, carpinteros, taxistas, camareros, repartidores de mensajería. Recorren el campo en época de vendimia o la recolección de frutas y verduras. En esta odisea, la división sexual del trabajo también discrimina. Sociedad patriarcal y machista. Para las mujeres, peores sueldos y empleos. Una doble explotación, como inmigrante y mujer. Trabajan en limpieza, cuidado de niños y ancianos. Son objetivo de proxenetas. Les quitan su pasaporte, les niegan su identidad. La esclavitud sexual se consuma en prostíbulos, hoteles y bares de copas.
Quienes emigran no son asesinos, drogadictos ni pertenecen al crimen organizado. Son víctimas de las leyes de extranjería draconianas, de sociedades racistas. Así nacen los sin papeles e ilegales. Adjetivo que los estigmatiza. Sea en EU, la Europa “ilustrada” e incluso en países del sur como Chile o Argentina. Condenados a vivir en un limbo jurídico, los empresarios, las clases medias adineradas y las mafias se lucran de su existencia. Así, son ninguneados, delatados, detenidos y deportados, sin más delito, que defender su derecho a una vida digna.
En EU la expulsión de inmigrantes es de larga data. Y la culta Europa sigue sus pasos. Demócratas o republicanos en EU, socialdemócratas, conservadores o liberales en la Unión Europea, tienen leyes homologables. Todas criminalizan al inmigrante “sin papeles”. Donald Trump no ha hecho más que profundizar las políticas de Joe Biden y Barack Obama. Hoy Guantánamo y El Salvador son una alternativa para ser deportados. En Italia, Giorgia Meloni los expulsa a campos de concentración construidos en Albania. En España, se les confina en centros de internamiento. Mientras, en la frontera con Marruecos, gracias a los acuerdos con el rey Mohamed VI, se les expulsa en caliente, sin respetar el habeas corpus. Un buen negocio. La persecución religiosa también gana terreno. Además de “ilegales”, musulmanes. Francia, Grecia, Alemania, Suecia, Bélgica o Dinamarca, los convierten en terroristas.
La historia de los inmigrantes, habla de una voluntad ajena al desaliento. El fracaso no entra en sus planes. Vuelven sobre sus pasos. Lo intentarán mil veces. Largas marchas, días infernales, durmiendo a ratos. Calor, lluvia, frío, nada detendrá su marcha. Dejan familia, hijos, esposas, maridos, madres y una vida de carencias. Venden sus pertenencias. Piden préstamos, se endeudan. Buscarán un hueco en algún transporte que los acerque a la frontera con EU. Y si proceden del Sahel, plaza en alguna patera. Pero sea el desierto de Sonora, el río Bravo o el Mediterráneo, la decisión está cruzada por la vida y la muerte. La nueva secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, los tacha de escoria y basura. Pero no seamos ingenuos. Los nuevos dictadores cuentan con aliados, en ocasiones son los hijos de inmigrantes, nacionalizados, mutados en inquisidores.
Atizando el miedo y homologando inmigrantes, con o sin papeles, a violencia callejera, crimen organizado, consumo de drogas, robos, inseguridad ciudadana, ganan en popularidad, se convierten en salvadores de la patria. En Chile, la encuesta Cadem (noviembre de 2024) arrojó un sorprendente dato: el líder mundial mejor valorado con 81 por ciento de aceptación fue el salvadoreño Nayib Bukele. Así, Trump, Santiago Abascal, José Antonio Kast, Javier Milei, Viktor Orban, Marine Le Pen o Jair Bolsonaro son considerados adalides de la libertad. En ciernes, un holocausto, sin hornos crematorios. Pero con deportaciones a campos de concentración distribuidos por todo occidente. Un proyecto del cual participan todas las derechas. El mensaje es claro: inmigrantes, salvo para ser explotados, no gracias.
Marcos Roitman Rosemann