Columnistas Portada

Criptofinanzas y captura estatal

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos

La emergencia de las criptomonedas como instrumentos de influencia política y económica no representa únicamente una innovación tecnológica, sino un síntoma de un fenómeno más profundo: la captura masiva del Estado por poderes privados que operan bajo la retórica de la desregulación y el libertarismo. Los casos de Elon Musk, cuya empresa Tesla ha manipulado mercados mediante promociones especulativas del #DOGE, y Javier Milei, vinculado a esquemas de criptofinanzas fraudulentas como $libra, ilustran una dinámica común: la colonización de las estructuras administrativas por actores que instrumentalizan el discurso de la libertad económica para legitimar la delincuencia financiera.

Esta intersección entre tecnología, capital y política no es casual. En ambos escenarios —el estadounidense y el argentino—, se observa un patrón recurrente en gobiernos de derecha radical: la erosión sistemática de los mecanismos de control público, justificada bajo narrativas antipolíticas (como la “eficiencia del mercado” o la “soberanía individual”), que en la práctica facilitan la concentración de poder en élites tecnocráticas. Musk, al utilizar su plataforma en X (antes Twitter) para inflar el valor de Dogecoin —una criptomoneda sin respaldo tangible—, no solo evidencia la volatilidad de estos activos, sino cómo figuras con capital simbólico pueden distorsionar regulaciones financieras, aprovechando vacíos legales promovidos por legisladores afines a la desregulación.

El caso de Milei, por su parte, revela una dimensión más oscura: la promoción de criptomonedas como $libra —asociadas a esquemas piramidales— bajo un marco ideológico que glorifica la autogestión económica mientras desmantela protecciones estatales. Aquí, el libertarismo se transmuta en un capitalismo de amiguos, donde la retórica antiestatal encubre redes de corrupción que transfieren riesgos al ciudadano común, mientras las ganancias se privatizan. Estos modelos, lejos de ser excepciones, reflejan una estrategia deliberada de actores globales para reconfigurar el Estado como un ente subordinado a intereses corporativos, utilizando herramientas financieras opacas que evaden la rendición de cuentas.

La raíz de este fenómeno se halla en la filosofía neoliberal radicalizada, que concibe al Estado no como un garante de bien común, sino como un obstáculo a desmantelar. Think tanks y lobbies financieros, aliados con líderes populistas de derecha, han normalizado la idea de que la regulación es sinónimo de tiranía, allanando el camino para que figuras como Musk o Milei operen en zonas grises legales. Sin embargo, esta “libertad” es selectiva: beneficia a quienes poseen recursos para manipular sistemas, nunca a la ciudadanía.




El peligro no reside solo en el fraude económico, sino en la redefinición de la democracia. Cuando los Estados pierden capacidad para fiscalizar flujos financieros —especialmente en economías dolarizadas o dependientes de criptoactivos—, se debilita su soberanía. Las criptomonedas, al operar en redes descentralizadas, escapan al control de bancos centrales y organismos internacionales, facilitando el lavado de dinero, la evasión fiscal y la financiación de agendas políticas espurias. Bajo gobiernos de derecha radical, este vacío no es un error, sino un objetivo: convertir lo público en un apéndice de intereses privados.

Ante esto, urge repensar el marco jurídico global. La autorregulación, promovida por los gurús de Silicon Valley y sus aliados políticos, es una ficción peligrosa. Solo mediante cooperación internacional y marcos normativos robustos —que prioricen transparencia y equidad— podrá evitarse que la revolución criptofinanciera consolide un neofeudalismo donde unos pocos controlen los hilos del poder, mientras la mayoría asume los costos del caos generado. La captura del Estado no es un accidente: es el proyecto.

 

Fabián Bustamante Olguín.

Académico del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo



Foto del avatar

Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico Asistente del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

Related Posts

  1. Felipe Portales says:

    ¡Vaya! Que Milei es loco se sabe desde hace mucho tiempo. Incluso un periodista argentino sacó el libro «El loco», antes de ser electo presidente. Pero que además es tonto, eso sí que no se sabía…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *