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Un Congreso que huele a perfume barato
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Son el peor curso del liceo.
Una mirada al actual Congreso Nacional deja en evidencia la precariedad con la que se tratan los asuntos del país. Personajes elegidos en votación popular que llegan a esos altares luego de proponer algún asunto que saben que no cumplirán.
Cuando se promete algo que no se cumple te convierte en un pelele, un mercachifle, un patán, un populista de baja estofa dispuesto a venderse al mejor postor. Soy de aquí gritan sobre un cajón de manzanas, y juran que fueron los astros quienes los llamaron para hacer las leyes.
Hace ya algunos decenios un periodista llamado Eugenio Lira Massi se dio la notable tarea de construir los perfiles de más de cien honorables que ocupaban las poltronas parlamentarias allá en los años sesenta. La foto de aquellos tiempos era el acarreo, el soborno, el cohecho, la empanada y una caña de vino malo para ganarse el voto, asunto que hasta los tiempos actuales se mantiene en el campo, donde los patrones amenazan a sus trabajadores que si ganan los otros mañana se quedarán sin trabajo.
El campesino le cree, porque es el patrón que lo dice y lo saludan con el sombrero en la mano.
En su gran mayoría diputados y senadores son hijos del financiamiento ilegal de la política. Muchos han recorrido el largo pasillo de los tribunales para ser investigados por la justicia jurando que aportarán todos los antecedentes para demostrar su inocencia. La justicia es lenta y la espera se convierte entonces en el respiro del corrupto. Los abriga con el manto de la impunidad. Nada los inmuta y ellos siguen. Un cordero flaco paga los platos rotos por todos como sucedió con Orpis.
Renuncian a su militancia para preparar su defensa. Sucede que el delito fue cometido mientras era militante. Largo es el listado de esperpentos que viven a costa de cargo fiscal.
Sin duda el caso más horroroso visto en la Cámara de Diputados es el de Rosauro Martínez, militante/diputado de Renovación Nacional, quien fuera condenado por haber asesinado a tres militantes del MIR mientras pertenecía al ejército como quedó establecido en un proceso llevado en su contra.
No causa asombro entonces que Calígula haya nombrado senador a su caballo Incitatus.
El desparpajo superó el asombro. Faranduleras rubias platinadas que con su voto impidieron la posibilidad de legislar para una eventual posibilidad de reforma tributaria. Otra vestida de izquierda que hace gárgaras con el pueblo, finalmente se hacen amigas de los republicanos. Democracia Viva le entrega un kilo de balas a la oposición. Más de setecientos millones de pesos de fondos regionales por cursos para manicure y mantener una financiera republicaba privada, con un adalid de apellido Ojeda.
Entonces sus votantes quedan mirando el mar.
Un motudo extraviado en el camino que lleva al Peral. Otra defensora popular se convierte en bolsa de empleo para instalar a su familia en bien pagados cargos fiscales. Así son los asuntos, lo demás es cuento.
Ser parlamentario es cuestión delicada. Son los encargados de redactar leyes para que la vida de millones de personas mejore, que les aseguren derechos fundamentales, que le suban los sueldos, son los que firman que hacer con los fondos del Estado en salud o educación. Son los que aprueban los dineros reservados para los militares que terminan en los bolsillos de sus comandantes en jefe. Ellos se parapetan en el silencio.
Muchos luego de una larga resaca descubren que ya no son de ese lado. No leyeron bien el Almanaque.
Entonces guardan su bandera, pintan una nueva y se van dando saltos con otros tantos que hacen el mismo ejercicio. Los votantes no valen nada, a sus señorías sólo interesa el sueldo a fin de mes, y sus gastos financiados con los dineros del que paga impuestos cuando compra un kilo de pan.
Muchas carpas azules en el actual Congreso Nacional.
Mientras la tinta corre a raudales para dejar en evidencia la profunda corrupción en el poder judicial, y justamente cuando el asunto Hermosilla desborda los noticiarios, discreto, en silencio entró una propuesta para iniciar una reforma al sistema político del país.
De público conocimiento en muchos casos asombra la precariedad de algunos honorables que transitan ufanos los pasillos del congreso. Todos son caciques en sus distritos, a dedo designan sus representantes en alcaldías y gobernaciones, finalmente lo determinante es obtener una suculenta bolsa de votos para mantenerse, después se pagarán los favores de alguna manera y terminan todos contentos.
Cantado está, que si realmente las elecciones cambiaran la vida de las personas hace mucho tiempo que estarían prohibidas.
Chile necesita una reforma política. El actual congreso no asoma ni da el ancho para el tercer milenio que ya se recorre. Inaceptable sería que fueran los mismos que pululan los encargados de proponer nuevas formas de participación ciudadana. Si así sucediera, no tendría la fuerza y validez que se necesita. Una reforma al sistema político chileno debe necesariamente considerar la participación popular. Que el pueblo decida es lo justo, que no es una marcha al derrumbe de un sistema que no dio el espacio e impidió el ejercicio tan fundamental como lo es la consulta a los ciudadanos de un país.
Pablo Varas.
Felipe Portales says:
Es que, en definitiva, este Congreso (¡y todos los «elegidos» desde 1990!) no es otra cosa que uno de los «artefactos» más ilustrativos del gran engaño que sufrimos los chilenos desde fines de los 80, cuando -como lo reconoció crudamente el máximo ideólogo de la Concertación, Edgardo Boeninger, en un libro escrito en 1997, ¡y nunca desmentido!- el liderazgo de la Concertación llegó solapadamente a una «convergencia» con la derecha, convergencia que políticamente no estaba (¡y sigue no estando!) en condiciones de reconocer. Especialmente ello se puede leer en dicho libro, denominado «Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad» (Edit. Andrés Bello; y que está en PDF), y particularmente en sus páginas 367 a 373. Dicho texto nos permite perfectamente comprender la interminable serie de subordinaciones y concesiones efectuadas hasta hoy por la «centro-izquierda» chilena a «la derecha».