Columnistas Portada

La destemplada xenofobia de Rodolfo Carter

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 12 segundos

En el listado de adelantados que llegaron a Chile con Pedro de Valdivia, no venía ninguno de apellido Carter.

Intentar navegar sin tener barco es sostenerse en la precariedad. Lo complicado para este hijo de inmigrante es querer ser el mejor alumno del curso copiando a sus compañeros en todas las pruebas. Rodolfo Carter se reconoce por ese tufillo populista que da una luz bajita y por corto tiempo, después se apaga. No es un político letrado, que deslumbre, con peso ideológico, leyendo solamente El Mercurio alcanza sólo para darle de comer a las gallinas.

Nacido en una derecha bajo el amparo de una dictadura, le resulta sencillo lanzar epítetos pocas veces conocido entre los verdaderos chilenos como se les dice. Todos los hombres son iguales ante los ojos de Dios dicen y también ante la ley. Sabemos que esto es buen verbo, sencillamente eso.

Miles y miles quedaron asombrados cuando el ex alcalde Carter manifestara que una de sus primeras medidas si llegaba a ser presidente era dejar sin escuela a los hijos de inmigrantes. Que la educación en primer lugar debía favorecer a los nacidos en el territorio nacional.




En Chile existe la educación pública que es financiada por el Estado y se considera un derecho fundamental. Existe la ley de educación obligatoria que debe terminarse cuando los estudiantes llegan a cuarto medio. Carter no alcanza a comprender que es la educación el medio de transporte que acerca al conocimiento, a la compresión del mundo, del hombre y la vida.

El sabe leer porque existió un maestro que se quemó las pestañas para entender sus primeras letras.

Dejar a niños inmigrantes sin escuela no es opinión de una sola persona, lo piensan muchos como herramienta para limpiar las ciudades y el país de personas ajenas. En sus pequeñas cabezas no está instalado aquello que los niños son llevados por sus padres de un lugar a otro por hambre o por guerra para salvarlos. Los niños no son culpables de los movimientos migratorios, ellos lloran por hambre o por el ruido de las bombas.

En una de las tantas huelgas en las minas de carbón en la ciudad de Lota en los años sesenta, los mineros enviaron a sus hijos a Santiago para que otras personas los cuidaran mientras ellos daban la batalla por salarios dignos y mejores condiciones de vida y laborales. Las calles de Lota se llenaron de obreros del carbón pidiendo lo justo para que la vida de sus hijos fuera digna, menos pobre, con menos hambre y sacrificio. En la masacre de la Escuela Santa María no hubo huérfanos, los militares los mataron a todos.

La inmensa mayoría de chilenos que son víctimas de un sistema de pensiones miserable, fueron hijos de la educación pública. Una profesora normalista le ordenó el pelo y como tarea le dio estudiar la tabla del siete. Las escuelas normales ya no existen, su cierre lo ordenó la dictadura militar. Los que construyeron a pala y picota los caminos, escuelas, puertos, casas apenas podían firmar, sus hijos lograron terminar el liceo y los nietos son la primera generación que llegó a la universidad.

Para Carter Chile es el único país en el planeta, por eso quiere enviar a los inmigrantes con sus hijos al patio.

En los países donde se construyen trenes, aviones, barcos, satélites existe educación pública y estudiar es obligatorio. Un derecho al cual el Estado debe entregar los recursos para que tan fundamental ejercicio adquirido pueda ser consumado.

La valentía de quien aspira ser presidente, llega sólo al maltrato de quienes no pueden defenderse. Estrecho quitarle el libro y el cuaderno a un niño. Vivir en un país diferente y bajo la línea de la pobreza donde la comida nace desde el mercado informal, expresiones como impedir que asistan a la escuela entre aplausos su espalda estaría acomodada en un muro.

Allí está la foto de los defensores de la vida. Agitan la biblia y repiten los sermones que más les interesa, aquellos cuya lectura segada les da la razón.

Un pobre hombre con pies de barro.

Si de algo tiene que estar orgullosa la izquierda es de haber aportado desde siempre a la educación, el trabajar para ampliar la llegada de nuevas generaciones a las universidades. Un profesor fue presidente de Chile y afirmó que gobernar era educar y no robó ningún banco.

Todos los que saben leer y escribir, comprenden el mundo y el país en que se vive pensando también en lo que le falta para ser felices.

No se había conocido expresiones tan racistas y destempladas de quien aspira a ocupar un cargo público como lo expresara el ex alcalde Carter. No existen tribunales que puedan someter a juicio a los tontos, en este caso él ya estaría condenado de antemano.

No debe causar asombro que expresiones como estas provengan de la derecha, la misma que se puso de rodillas para salvar a las ISAPRES y lo hace ahora con las AFP, es su naturaleza.

Carter no tiene la altura, ni el valor de condenar al ex comandante en jefe del ejército Oscar Izurieta por malversación de caudales públicos y lavado de activos. No le alcanza el respiro para comentar el encarcelamiento de un diputado republicano desaforado por fraude al fisco. Cree que da más beneficio seguir apaleando a los pobres que lo son sencillamente porque el sector social que defiende Carter es el que genera la pobreza, la miseria, la exclusión.

Esta batalla no es entre feos o bonitos, ni los que van a Cartagena o a Zapallar, es una batalla que inevitablemente debe resolverse, y que sin duda alguna será encabezada por los que aprendieron a leer y escribir. Posiblemente ese sea el miedo del ex alcalde de La Florida.

 

Pablo Varas

 

 

 

 

 

 



Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *