Musk, Trump y el mito de la neutralidad digital
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El 20 de enero de 2205, Elon Musk protagonizó un escándalo global al imitar un saludo nazi durante una transmisión en directo desde su plataforma X (antes Twitter). El gesto, disfrazado de «broma» para sus seguidores, desató una tormenta de críticas. Pero más allá del acto en sí —un guiño calculado a sus bases ideológicas—, el incidente revela un entramado más profundo: el derrumbe definitivo del mito de la neutralidad de las redes sociales y la consolidación de una ultraderecha plutocrática encarnada por figuras como Musk y Donald Trump.
César Rendueles, filósofo español y autor de Sociofobia, advirtió hace años que las plataformas digitales nunca fueron neutrales. Su arquitectura técnica, económica y política está diseñada para favorecer dinámicas de polarización, vigilancia y mercantilización de la vida íntima. Musk, al comprar Twitter en 2022, no solo adquirió una red social: se apropió de un espacio público digital para convertirlo en altavoz de su agenda. Bajo su gestión, X mutó en un laboratorio de discurso de odio, teorías conspirativas y propaganda reaccionaria, mientras se silenciaban voces críticas. La supuesta “libertad de expresión absoluta” que pregona Musk es, en realidad, la libertad de los poderosos para reescribir las reglas.
Aquí emerge el concepto de ultraderecha plutocrática: una élite que combina el autoritarismo político tradicional con el poder tecnológico y financiero para socavar la democracia. No se trata solo de nostalgia fascista, sino de un proyecto que instrumentaliza el capitalismo digital, la desinformación y el culto al líder para concentrar privilegios. Trump y Musk son arquetipos de esta corriente. Ambos han construido su influencia sobre tres pilares: el menosprecio a las instituciones, el fomento del divisionismo identitario y una retórica que glorifica el éxito individual como justificación moral para el abuso de poder.
Trump, con su narrativa de “América primero”, y Musk, con su visión distópica de una colonización espacial liderada por billonarios, comparten un desprecio por lo colectivo. Su alianza —más tácita que explícita— se sustenta en intereses comunes: debilitar regulaciones, privatizar bienes públicos y normalizar un discurso donde la desigualdad es inevitable, incluso deseable. La ultraderecha ya no necesita uniformes: lleva traje y habla en conferencias TED.
El saludo nazi de Musk no es un error, sino un símbolo de impunidad. Cuando un hombre que controla satélites, redes sociales y flotas de vehículos eléctricos se ríe del Holocausto, está enviando un mensaje: el poder económico borra la memoria histórica. Las redes, lejos de ser neutrales, son armas en esta batalla. Como señala Rendueles, la tecnoutopía siempre fue una ficción: las plataformas reflejan y amplifican las jerarquías del mundo offline.
La plutocracia ultraderechista no quiere un estado fascista clásico, sino un mercado gobernado por élites que deciden qué se dice, qué se vende y quién merece habitar el futuro. Frente a esto, la respuesta no puede ser la nostalgia de una neutralidad que nunca existió, sino la exigencia de una democracia radical: que arrebate el control de los espacios digitales a los magnates y los devuelva a la gente. De lo contrario, el saludo de Musk será solo el prólogo.
Fabián Bustamante Olguín.
Académico del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte
Ricardo says:
Es pavoroso, pero tal vez sea demasiado tarde para «arrebatar el control de los espacios digitales a los magnates » ( y al país magnate) : el grado de dominación , a escala mundial , que otorga ese control es tal , que ¿ podemos haber llegado a un punto de no retorno ? ; la difuminación , y probable desaparicion de la protesta mundial contra el genocidio palestino sería una muestra de aquello .