«El vino es cultura»: su presencia en el arte chileno
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La historia del vino chileno se remonta a su pasado colonial asociándose a la oligarquía decimonónica influenciada por Europa adquiriendo un gusto inclinado hacia una estética del consumo, la adquisición y la posesión. Así los salones de las casonas se van llenando de literatura, pinturas y pianos que van adornando las tertulias intelectuales de esa época. Consideremos que la literatura con «Carácter nacional» recién aparece en la década del sesenta del siglo XIX con Alberto Blest Gana como precursor.
Este escritor en clásico «Martín Rivas» (1862) entrega juicios sobre el gusto superfluo de la élite criolla encandilada por lo ajeno condenada a la imitación sin un cultivo de la identidad propia, de muestra este pasaje de la novela: «Agustín hablaba a su madre del café que tomaba en Tortoni después de comer; Don Dámaso recitaba a Martín, dándolas por suyas, las frases liberales que había aprendido por la mañana en los periódicos, y Leonor hojeaba con distracción un libro de grabados ingleses al lado de una mesa».
En esta novela que puede ser considerada la pionera en las letras nacionales, por cierto, el vino no está ausente de la vida cotidiana más popular acompañando la alimentación y los encuentros que estimulan la amistad como sucede en el primer encuentro entre los personajes Martín Rivas y Rafael San Luis en el almuerzo en el bar de un hotel, así lo expresa el autor: «…una botella estableció más franqueza en la conversación de los dos jóvenes»; siguiendo el relato añade: «…exclamó San Luis empinando con febril entusiasmo un vaso de vino». En esta escena el vino ocupa un lugar central para la fraternidad y un símbolo para el pacto conspirativo, como elemento de goce existencial y vital.
Otra impronta cultural acerca del vino es sobre la adicción que trae consigo por esa enfermedad social que es el alcoholismo que causa daño a los individuos constituyendo un mal social. El compositor Pedro Humberto Allende, considerado el padre del «nacionalismo musical chileno» en su poema sinfónico «La Voz de las calles» (1920) hace una recuperación del popular canto de los pregoneros acentuando en ellos un tono trágico como lamento de las miserias. En un texto manuscrito que se conserva junto a la partitura original en el Archivo Nacional de la Música, entrega un testimonio fruto de la investigación de campo que realizó sobre la vida particular de estos sujetos enjuicia el destino de un viejo pregonero que sufre la violencia de su hijo alcohólico. Recordemos que en esas décadas es muy importante el ensayo «Ricos y pobres» (1910) de Luis Emilio Recabarren en donde aparece una dura condena al alcoholismo como medio de dominación de la clase social popular y obrera. El tema desarrollado desde la perspectiva social que cuestiona el alcoholismo también ha sido motivo para el arte como lo podemos ver en el emblemático grupo musical Quilapayún en «Coplas de Baguala» cuando irónicamente cantan: «Qué bonita es la borrachera porque de todo me olvido, hasta pienso en el patrón y me parece un amigo». El crítico duo Quelentaro nos entrega unos hermosos versos amorosos en «Por vendimias»: «El vino nos bebió y nos llevó al lejano rincón donde creció el silencio y compartimos la dulce raíz de la uva». Este tema amoroso en torno al vino aparecerá en varios otros escritores chilenos como bien ha destacado Alvaro Tello al relatar que los elogios al vino del poeta Pablo de Rokha son al vino pipeño localizando la procedencia del mosto elogiado.
En la pintura chilena aparecen los viñedos en autores destacados en el género del paisaje, entre ellos Alberto Valenzuela Llanos, el cual en algunos de sus paisajes nos deja ver parras como es en el cuadro «Bebedero de Lolol» o cuando pinta «Vendimias» (1899), como lo ha destacado Antonio Romera en su libro «Asedio a la pintura chilena» (1969). En la pintura contemporánea chilena destaca la obra de Francisca Lohmann que aporta un trabajo que muestra una variedad notable de las formas de las parras con un estudio que incorpora las distintas estaciones del año dejándonos ver la belleza del color. Desde lo audiovisual es importante realizado por el cineasta Silvio Caiozzi con su serie documental «Descorchando Chile» y también con escenas de películas como las de «Julio comienza en julio» (1979) en donde uno de los personajes ofrece un brindis libación a un retrato de su antepasado.
Ahora propongo un giro con la pregunta ¿qué ha hecho el mundo del vino chileno por el arte? Sin ser extensivo quiero referir algunos ejemplos. Uno es el detalle de las etiquetas de los vinos de Viña Maquis, en donde se recuperan imágenes de la orfebrería y platería mapuche, al respecto hay disponible en la web una nota de Mariana Martínez. Otros hechos son el mural existente en la bodega de Viña Lagar de Codegua quienes mantienen con respeto un mural que data de los propietarios anteriores de lo que fue la viña Lagar de Bezana. Por otra parte, la bodega de Viña Berta posee una decoración artista visual diseñada para la inclusión de la percepción para no videntes como me lo han comentado Fernanda Valenzuela y Sebastián Fuentes.
Un aporte relevante para la experiencia estética es también la arquitectura y el paisaje. Muchas viñas han realizado esfuerzos produciendo escenas contemporáneas y otras rescatando la tradición más patrimonial. Desde esto último quiero destacar dos lugares. El primero la Viña Casas de Bucalemu con la casona y capilla construidas en 1858 que sigue el modelo de construcción colonial rodeada de un hermoso criterio paisajista de las hermosas «urbanizaciones» del siglo XIX la cual ha estado siempre en manos de la misma familia, destacando hermosos corredores, vigas, puertas y ventanas con labradas maderas nobles acompañadas de una imponente herrería. Con menos criterio de conservación aunque respetando el modelo arquitectónico y paisajístico son las dependencias del Hotel Casa Real que recuperó una hermosa casona, capilla y parque perteneciente a la Viña Santa Rita fundada en 1880 por Domingo Ferández Concha empresario que formó parte de quienes introdujeron cepas francesas en el Valle del Maipo con enólogos de esta misma nacionalidad que modernizaron e internacionalizaron la industria del vino chileno. Una descripción pendiente es la de la ex bodega San Carlos de Cunaco bien conocida por Pedro Córdova que impulsa la Ruta del Huape.
Este recorrido presentado es una somera muestra que nos permite visualizar algunas relaciones entre el vino y la producción artística chilena. Subyace en esta presentación la convicción de que tanto el arte y el vino como experiencia sensorial son vías que posibilitan el regocijo del espíritu acercándonos a esa conmoción que nos hace partícipes de lo sublime. Como bien sabemos lo maravilloso del mundo del vino chileno es que continúa dándonos sorpresas no sólo por su evolución o «revolución» sino que también por su pasado. Importante es contribuir a un relato convincente de que «el vino es cultura».
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra