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Columnistas Portada

Una nueva versión del “espacio vital”

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 24 segundos

Donald Trump ya se ha instalado en la Casa Blanca y si hay algo que hay que destacar de su discurso la mañana de su juramento en el Capitolio de Washington—con todo lo brutal que puedan ser muchas de sus afirmaciones—es que al menos en esa intervención ha transparentado sus intenciones y lo que considera es el rol de su país en el mundo. No ha habido en sus palabras mensajes edulcorantes ni frases falsamente conciliadoras: bajo su administración Estados Unidos “reclamará el lugar que se merece como el más grande y poderoso, y la nación más respetada de la Tierra, inspirando la admiración de todo el mundo.»

Ya en días anteriores a su asunción al mando Trump no había ocultado sus intenciones: anexar a Groenlandia y retomar el Canal de Panamá vienen figurando como objetivos que ha planteado seriamente sin importarle las objeciones de los que legítimamente ejercen soberanía en esos territorios: Dinamarca como poder colonial, el pueblo groenlandés—cuya aspiración es la de obtener su independencia—y Panamá, cuyo canal controla desde 1999 en virtud de un tratado acordado entre ese país y Estados Unidos.

Por otro lado, en Canadá, país en que vivo desde hace ya casi 49 años, no ha causado mucha gracia la broma de mal gusto, que Trump insiste en repetir, tratando de convertirnos en el estado número 51 (“pagarán menos impuestos” ha dicho el magnate, sí, pero no tendríamos ni acceso universal a la salud ni a la educación, ni las mujeres podrían acceder libremente al aborto, derechos que hoy se los puede disfrutar en Canadá). Afortunadamente no hubo menciones a este país en su mensaje inaugural, eso sí, la amenaza de aranceles para las importaciones de Canadá y México se hará realidad.

Es importante destacar los motivos que Trump esgrime para promover esa agresiva agenda que, en última instancia, tal como lo indicara en su discurso inaugural, apunta a agrandar territorialmente a Estados Unidos. Por un lado, la seguridad nacional.  Controlar Groenlandia—un territorio en el cual Washington ya mantiene bases militares desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial—es considerado vital por su situación geográfica en el Ártico y a medio camino entre el continente americano y Europa. La gigantesca isla, el primer territorio americano visitado y poblado por europeos junto a Terranova, en Canadá (los vikingos en el siglo 10), posee bajo sus densas capas de hielo importantes recursos naturales: petróleo y las llamadas tierras raras, minerales altamente apreciados por su uso en las nuevas tecnologías. Trump no ha hecho misterio de que controlar esos recursos sería esencial para la seguridad y el poder económico de Estados Unidos en el mundo.




Básicamente estos conceptos, que se entrelazan, apuntan a lo que sería un requisito esencial para la sobrevivencia de una nación.  En la terminología trumpiana esta idea de la seguridad nacional y su correspondiente implicancia económica, en otros tiempos fue conocido como el lebensraum el “espacio vital”, que motivó a Hitler a invadir los territorios de Europa del Este. Pero no, no se crea que voy a hacer el argumento fácil de pensar a Trump como una suerte de Hitler 2.0, nada de eso. La historia no se repite, o si lo hace, parafraseando a Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte en una primera instancia lo hace como tragedia, en su segunda versión como farsa. ¿Es Trump un personaje farsesco en medio de este dramático momento en que el mundo parece inclinarse por revivir las pasadas experiencias del fascismo? Sus intervenciones a menudo parecen respaldar esa caracterización, aunque por otro lado sus propuestas hay que tomarlas muy en serio—pueden ser muy peligrosas.

En todo caso, es interesante hacer un paralelo con esa noción que llevaría a un intento expansivo alemán, incluso mucho antes del nazismo. El geógrafo Friedrich Ratzel acuñó eso del lebensraum allá por 1901, dentro de su concepción de que la nación “debería ser autosuficiente en términos de recursos y territorio, a fin de protegerse de amenazas externas”. En la mentalidad de ese tiempo se consideraba lógico que las naciones más poderosas expandieran sus dominios hacia otros territorios. Ratzel mismo adhería a lo que se llamó “darwinismo social” un intento de aplicar a la sociedad y a las relaciones entre las naciones los principios biológicos de selección natural. (Algo que por lo demás Darwin nunca intentó hacer). Es interesante anotar que, como respaldo a esas nociones, Ratzel mencionó no sólo las expansiones imperiales de franceses y británicos en el siglo 19, sino también el Destino Manifiesto, concepto acuñado en 1845 y que había alentado la expansión de Estados Unidos hacia el oeste ocupando los territorios indígenas y capturando partes importantes de México.

Curiosamente, en su segundo libro, que no se llegó a publicar, Hitler se explayaba no sólo sobre el concepto de espacio vital y la necesidad de que Alemania conquistara territorios en el este de Europa, sino que también apuntaba a las “incalculables materias primas de los Urales, los ricos bosques de Siberia y las tierras agrícolas de Ucrania”. Para los nazis, citando a Ratzel, la expansión hacia el este era su “Destino Manifiesto”.

Por cierto, es aun prematuro entrar a desmenuzar las políticas concretas que Trump podría implementar y sus efectos. En lo inmediato ya ha indicado que a contar del 1º de febrero entrarían a regir los aranceles a las exportaciones de Canadá y México a su país, lo que sin duda gatillará represalias desde estos países también, desencadenando una probable guerra comercial en la cual consumidores y trabajadores de los tres países serán los que paguen los platos rotos. Queda aun por verse cómo amenazas más atrevidas como la de retomar el Canal de Panamá o forzar la adquisición de Groenlandia pudieran implementarse y los efectos que tales movidas tendrían. En todo caso, el escenario político mundial se ha tornado imprevisible como nunca lo pudo haber estado. Ah, y eso de que “Estados Unidos ha entrado en su etapa dorada” también trae añoranzas de otras promesas de esplendor que incluso iban a durar mil años.

 

Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 

 

 

 

 



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