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Julia Chuñil debe aparecer con vida

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Si Julia Chuñil fuera una indígena venezolana o un disidente cubano, el mismísimo presidente Gabriel Boric y su canciller Alberto Van Klaveren habrían puesto el grito en el cielo y en la tierra, innumerables acusaciones, protestas y solicitudes en organismos con competencia en la defensa de los derechos humanos de la personas y lo que usted imagine.

Pero, para su mal, solo se trata de una mujer mapuche que tuvo la mala ocurrencia de defender sus tierras, que es como decir su vida, su historia, el sentido de su ser.

Una de las armas que ha tenido desde siempre el Estado en su afán por deshacerse del pueblo mapuche que afea el paisaje, ha sido el silencio, el desprecio y, por cierto, las leyes y los tribunales.

Y si antes fueron los cañones Krupp y los fusiles Comblain, hoy son los drones, las carabinas M4 y las tanquetas. Y, entreverados, enormes y costosas operaciones encubiertas de agentes secretos, las que, si no fuera porque dan miedo, darían risa.




Y agregue esas otras armas, de hecho, más poderosos aún, que el Estado ha instalado con pretextos loables pero que encubren el alma del afán de dominio, saqueo y exterminio: la escuela y la iglesia.

En el caso de la desaparición de Julia, el gobierno se ha contentado con promover los protocolos existentes cuando desaparece una persona y no mucho más.

El caso es que, pasados más de dos meses de la desaparición de Julia Chuñil, no se tienen datos precisos de lo sucedido, pero huele dramáticamente a un caso de desaparición forzada.

Julia es la presidenta de la comunidad Putreguel en el sector de Huichaco Sur de la comuna de Máfil, Región de Los Ríos.

Como se ha denunciado, la mujer había sido amenazada por poderosos terratenientes de la zona que insisten en arrebatar esas tierras a la que Julia y su comunidad, protegen con el respeto debido a lo trascendente. Este es un contexto elocuente.

Como saben hasta las piedras de este país, la historia del territorio mapuche está cruzada íntimamente con la historia del despojo de esas feraces tierras, luego de la irrupción del Estado en su afán por pacificar el territorio, lo que no fue otra cosa que permitir la entrada de colonos nacionales y extranjeros que simplemente se adueñaron de lo que no era suyo.

A sangre y fuego, hay que agregar.

La situación por la que atraviesa Julia demuestra que, por más que se plague de militares y tanquetas, al sur del Biobio, y quizás por lo mismo, hay una situación que aún no se resuelve porque se ha enfrentado con criterios y prejuicios occidentales, capitalistas chilenos, que se han conformado con remisas leyes para resolver parcialmente el capítulo de las tierras.

Pero eso no es todo, ni es la forma.

Lo que debería estar en centro de quienes tienen la sartén y el mango, es entender que se trata de un pueblo que, en el contexto, merece dar pasos hacia su autonomía, que exige el respeto a sus formas de vida, a su cultura ancestral, a sus saberes vernáculos, a desarrollarse en paz sobre la base de sus vinculaciones profundas con la tierra no entendida como un metro cuadrado o una hectárea, sino como aquel ser viviente que hace que el mapuche sea.

El hombre de la tierra.

La desaparición de Julia se suma a la bicentenaria cultura del despojo y el genocidio que ha espoleado el Estado, es decir, los poderosos y avalado por muchos que han mutado en serviles adláteres de todo lo que antes despreciaban.

El gobierno de Gabriel Boric debe hacer mucho más de lo que ofrece en términos formales.

Debe entenderse que la desaparición de una líder mapuche tiene una connotación de mucha mayor gravedad y al parecer los sistemas de comunicación, es decir el periodismo genuflexo y cómplice experto en mentir y trastocar, así lo entienden.

Basta interpretar sus silencios y omisiones.

 

Ricardo Candia Cares



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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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