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Dos nazis y una pinochetista: El Chile que viene

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Dos alemanes y una alemana. Dos nazis y una pinochetista. Es el deseo presidencial espontáneo capturado por no una sino varias encuestas de opinión chilenas. Matthei, Kaiser y Kast. No son candidatos de Renania ni Sajonia. Son alemanes del gusto chileno y no es un episodio de una serie distópica. 

No es algo particular, un caso sui generis del sur global. Es uno de los efectos del giro de las políticas mundiales reservadas para una época que ha ido de la decadencia al hundimiento. Son demasiadas las fracturas y contradicciones del capitalismo para hacer una lista que por lo demás cualquier lector más o menos atento e informado conoce. Esta derecha, alternativa, ultra o radicalizada será la encargada de gobernar hacia el colapso. Líderes como Trump, Milei, Bolsonaro, Noboa o en nuestro caso particular cualquiera de los alemanes citados serán los que canalizarán nuestras últimas frustraciones, miedos y odios. 

En este breve comentario considero mencionar tres aspectos que nos llevan al colapso. De partida, es un fenómeno global que responde a la decadencia y desviación política, histórica y ética de las izquierdas. En este derrape epocal la función de las comunicaciones ha sido y es fundamental. Muchos analistas críticos afirman que en nuestros países de la región latinoamericana ya no hacen falta golpes de Estado. Los golpes son híbridos y están empujados por otras instituciones y poderes del estado. Pero tienen un denominador común: el golpe o aquella fuerza que resta sin que nos demos cuenta derechos y libertades está modelada y amplificada por los medios de comunicación. 

Hagamos un poco de historia de la transición. ¿Cuál era el objetivo que tuvieron las grandes corporaciones al tomar el control de los medios de comunicación? Durante décadas los grandes inversionistas, del mismo modo como adquirieron por estos lados empresas de servicios públicos y de recursos naturales, así como buscaban su acomodo desde las finanzas, pusieron un pie sobre los medios de comunicación de masas. Año tras año, tras fusiones y adquisiciones, tras años de pérdidas y traspasos, la apuesta mediática comenzó a generar sus utilidades. De capital, claro está, pero también desde la cosecha ideológica. La siembra en medios de comunicación no ha sido únicamente para hacer millones, para eso están los bancos y las mineras, sino para aplanar conciencias. La gran rentabilidad surge en tiempos de turbulencias. Esa es su verdadera función, la que está en los pliegues de nuestra memoria más trágica, como herramienta de conspiración y desestabilización.

Desde el estallido social y poco después con las campañas hacia el plebiscito de 2022 esta prensa volvió a mostrar su verdadero rostro al más puro estilo del golpista El Mercurio de los años 70 del siglo pasado. Una línea editorial reforzada a través de las redes sociales para canalizar y ampliar mentiras y opiniones virulentas. Si a esta combinación le agregamos la televisión abierta con sus masivos matinales tenemos aquello que los pioneros de los estudios de la comunicación de masas durante el siglo XX llamaron los efectos de la aguja hipodérmica. El mensaje a la vena.  

Es aquí cuando aparece la segunda etapa. Los medios corporativos, caballos de batalla de la inversión globalizada, según el clima político, social y las estrategias en marcha, cambian de su rol de armas de distracción masiva a herramientas del terror.  Cuando las oligarquías están en el poder, los medios afines o bajo su tutela ejercen la función de distractores,  pero cuando lo pierden o lo ven amenazado, simplemente ejercen el terrorismo mediático, primera fase de otras formas de desestabilización democrática. Como aspectos permanentes está la confusión, los intereses personales y corporativos difundidos cual amor a la patria, el cultivo de la estupidez en todas sus constantes y variables, la frivolidad como marca garantizada, la despolitización como ideología política. Como estrategia de emergencia, surge el terror, el enemigo interno, la conspiración, el odio. En suma, la mentira y manipulación en todas sus versiones y manifestaciones.

Los chilenos aún recuerdan muy bien esta doble faz de los medios de la oligarquía. Bien registrada por la historia está la campaña de desestabilización democrática, de creación de odios y de abierto golpismo elaborada por El Mercurio y financiada por la CIA desde el gobierno de Eduardo Frei a mediados de los años sesenta hasta el abierto golpismo y terrorismo que precedió el gobierno de Salvador Allende. Y poco más tarde, tras el golpe y los secuestros, el miedo en toda su profundidad: hacia finales de 1973 las campañas de penetración psicológica elaboradas por los discípulos criollos de Joseph Goebbels le sugerían a la Junta Militar mecanismos para cargar de elementos negativos al derrocado gobierno de la Unidad Popular e instalar en la población el golpe de estado como una acto liberador. Bajo el mando del psicólogo Hernán Tuane, la campaña comunicacional, que no escondía su tosquedad, buscaba generar un ambiente de “angustia”, «neurosis», «tragedia», «inseguridad», «peligro» y «miedo», percepciones que eran, por cierto, muy bien estimuladas por la bestialidad de los operativos de los organismos de seguridad.Esta es la estrategia para canalizar la frustración, la falta de expectativas y el miedo. Un escenario en la mayoría de las veces, y evidente en el caso chileno, articulado desde 1990 por la malograda transición “modelo” chilena. Este giro histórico de las izquierdas ha conducido a su vaciamiento desde las neoliberalizadas e imperialistas a las marxistas pero inorgánicas. El resultado, izquierdas o lo que queda de ellas en intensa pugna interna y carentes de proyecto más allá de la retórica.

Los despojos de la izquierda no inspiran ni movilizan. Si nos remitimos a las encuestas lo que hay en el pensamiento colectivo es todavía Michelle Bachelet, una imagen, una representación que cuelga de la historia reciente y algunos nombres que aparecen en los medios. Ninguno de ellos con identidad propia o propuesta política. La historia les pasará la cuenta pero la pagamos todos y todas. 

 

Paul Walder

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Paul Walder

Periodista

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