Canadá: “No me empujen, ya me voy”
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Un entonces joven Justin Trudeau, cuando aun no era primer ministro, gustaba practicar el boxeo como hobby. Fue famosa una pelea de exhibición con un senador, un evento cuya recaudación iría a fines caritativos. Extrañamente, habiendo sido un practicante aficionado del pugilismo, Trudeau pareció ignorar una máxima central en ese deporte: saber retirarse a tiempo.
Pasaron meses en que el drama al interior del gobernante Partido Liberal se agudizaba, cada vez con más miembros de su bancada parlamentaria pidiendo su dimisión. Eventualmente todo ello tendría su final—más o menos esperado—este 6 de enero, cuando Trudeau anunció su retiro en una intervención en que agradeció al pueblo canadiense por la confianza depositada en él y su partido, resumió los logros de su gobierno, y advirtió, sin nombrarlos, de los riesgos que implica un probable gobierno de los conservadores, todo ello salpicado además con algunos momentos emocionales.
Como es bien sabido, en las elecciones en todas partes además de los elementos políticos y programáticos, cuenta mucho la persona del líder con el cual una determinada opción política se identifica. Justin Trudeau, de 54 años, es hijo de Pierre Trudeau, un recordado y muy popular primer ministro que gobernó entre 1968 y 1979 y luego de 1980 a 1984. Uno de sus principales logros fue la repatriación de la Constitución en 1982, hasta entonces conocida como el Acta de la América del Norte Británica por la cual se había creado el país y que era una ley del parlamento británico. (Como nota al margen debe recordarse que una gran parte de los exiliados chilenos que llegamos en esos años, lo hicimos gracias a programas de inmigración bajo su gobierno).
Sin embargo, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” o como también se dice a menudo: “el genio se salta una generación”. (Sobre esta última afirmación y para muestra, bastan algunos ejemplos de Chile, ni la senadora Isabel Allende ni mucho menos el ex diputado Jorge Tarud han estado a la altura de sus ilustres progenitores).
Por cierto, tanto padre como hijo lideraron un partido como el Liberal, que se presenta en la arena política canadiense como “centrista” (a su derecha se sitúa el Partido Conservador y a su izquierda el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático), y como también podemos concluir de las propias expresiones de partidos de ese tipo en Chile, los liberales se han manejado dando bandazos a izquierda y derecha. A veces han implementado políticas muy progresistas: en los años 50 un gobierno liberal introdujo un sistema nacional de salud, que, pese a algunos problemas actuales, aun se menciona como un ejemplo (aquí en Canadá no hay que pagar para ver a un médico o ser operado—aunque en el último tiempo los tiempos de espera se han alargado). Por otra parte, el liberal Justin Trudeau implementó una política internacional completamente subordinada a la de Estados Unidos: apoyo militar a Ucrania, apoyo a Israel (aunque en los últimos meses y por presión popular, Canadá ha adoptado una postura más crítica en vista de la crisis humanitaria en Gaza), hostilidad hacia Venezuela, enfriamiento de las relaciones con China y distanciamiento respecto de Cuba. Esto último habría indignado a su padre: Pierre Trudeau tuvo una muy buena relación personal con Fidel Castro, incluso visitó Cuba. Como gesto recíproco, el líder cubano fue el único jefe de estado presente en los funerales de Trudeau en Montreal el año 2000.
Al inicio, el gobierno de Justin Trudeau despertó algunas expectativas en un país que venía saliendo de diez años de gobiernos conservadores. Uno de sus primeros actos fue designar un gabinete paritario de hombres y mujeres, sobre lo cual un periodista entonces le preguntó: “¿por qué?” a lo que Trudeau simplemente respondió, “porque estamos en 2015”. A ese gesto en pro de la igualdad entre hombres y mujeres, se agregarían otros en especial respecto de las minorías indígenas con las cuales su gobierno buscó desarrollar un proceso de reconciliación. Pero una vez más las contradicciones de un partido centrista: a mediados de su gobierno el primer ministro defenestró a su procuradora general y ministra de Justicia por un trato especial dado a una gran empresa de ingeniería que había cometido un caso de corrupción, con el cual ella no estuvo de acuerdo, ¡para peor, la ministra—que eventualmente abandonó gobierno y partido— además de mujer era de ancestro indígena! Las credenciales feministas y de reconciliación con los pueblos indígenas sufrió así un duro golpe (seguimos hablando de Canadá, cualquier semejanza a otros gobiernos es pura coincidencia).
A Trudeau le tocó lidiar también con la pandemia, lo que ciertamente ocasionó serios contratiempos a todos los gobiernos a nivel global. Los conservadores habían liquidado la principal productora nacional de vacunas y dada la premura de la situación el gobierno no tuvo otra opción que depender de las transnacionales que las fabricaban fuera del país. Eventualmente el primer ministro anunció la construcción de una industria local para producir vacunas, pero a este momento el edificio se mantiene prácticamente sin uso, una muestra más de la inconsistencia en la implementación de políticas públicas.
La pandemia desató también una mayor crisis que amenazaba incluso la institucionalidad política: camioneros y algunos centenares de activistas de ultraderecha, financiados en gran parte por grupos similares de Estados Unidos ocuparon el centro de la capital, Ottawa, en protesta por las medidas restrictivas impuestas entonces para prevenir el contagio. Eventualmente Trudeau, con apoyo de la socialdemocracia en el parlamento, debió imponer el estado de emergencia y hacer desalojar por la fuerza a los manifestantes que además de Ottawa habían bloqueado puentes y pasos fronterizos en las provincias de Alberta y Ontario, e intentado un despliegue similar al de Ottawa en la capital provincial de Quebec. En un comienzo, Trudeau se mostró vacilante y bajo el concepto—en buena fe, pero un tanto ingenuo— del derecho a manifestarse, permitió que esa perturbación a la vida de gran parte de la población de la capital se extendiera por más de un mes. Por cierto, no el grado de paciencia que se habría tenido si los manifestantes hubieran sido sindicalistas o estudiantes. Sobre esto último, el gobierno de Trudeau actuó de un modo mucho más expedito en decretar el fin de algunas huelgas, primero, en los puertos de Vancouver, el principal del país, y el de Montreal. Hace pocas semanas usó el mismo procedimiento para dar fin a la huelga de los trabajadores de Correos. En esto los sindicatos han protestado que el derecho a huelga, reconocido constitucionalmente, ha sido limitado arbitrariamente impidiendo que los conflictos se resuelvan mediante negociaciones entre las partes, ya que, si bien esos conflictos producen daño económico y molestias a la población, por otro lado, nadie va a la huelga de manera frívola, generalmente es un último recurso cuando un entendimiento razonable no se logra.
Bajo Trudeau, y en gran medida por los gastos en que se tuvo que incurrir durante la pandemia, la economía canadiense ha sufrido un fuerte impacto, lo que ha repercutido también en el valor de su divisa, en estos días el dólar canadiense se cotiza por debajo de los 70 centavos de dólar estadounidense. La derecha a través del jefe del Partido Conservador, Pierre Poilievre, ha hecho de la reducción del gasto fiscal su caballito de batalla y amenaza con imponer una política de cortes que, aunque no lo dice, sus críticos apuntan a que los programas sociales serían los principales blancos en esa eventual política de austeridad. El gobierno liberal también abrazó con mucho entusiasmo la defensa del medio ambiente, lo que por cierto es una buena cosa, excepto que ello se tradujo en la introducción de un impopular impuesto a los combustibles. La medida también enardeció a las provincias del oeste, productoras de petróleo y gas natural, que la han considerado un ataque de Ottawa a sus recursos. La conservadora premier de Alberta, Danielle Smith, apenas supo de la renuncia de Trudeau exigió que haya elecciones “lo antes posible”.
Las vacilaciones de Trudeau han sido también manifiestas tanto cuando le ha tocado lidiar con los premieres de las provincias—que en un país federal tienen mucho poder—como cuando más recientemente le ha tocado hacerlo con Donald Trump. Con los jefes provinciales ha tenido que enfrentarse por el ya mencionado impuesto carbónico—que Poilievre ha prometido eliminar—pero también por causas no económicas. En este último caso, se ha mostrado más débil. El premier de Quebec, François Legault un nacionalista québécois, aunque no separatista, ha impuesto una serie de políticas restrictivas contra la minoría anglófona que bien podrían ser denunciadas como discriminatorias. Trudeau, sin embargo, no ha defendido a esa minoría lingüística de la provincia de Quebec como su padre lo hubiera hecho.
Respecto de Trump, éste ha amenazado con imponer un arancel de 25 por ciento sobre las exportaciones de Canadá a Estados Unidos, similar amenaza hizo a México. Trump alega que ello se debe a que Canadá no hace lo suficiente pare impedir el paso de inmigrantes ilegales a su país, ni la entrada de drogas como el fentanilo. La respuesta de Trudeau y la mayor parte del espectro político del país ha sido correr a poner en marcha medidas de control fronterizo, a un alto costo dado lo extenso de la frontera (más o menos equivalente al largo de todo Chile) y a tratar obsequiosamente de satisfacer al vecino.
Trump, por lo demás, ha sido abiertamente irrespetuoso de Canadá que mal que mal es un país soberano y además aliado militar y socio comercial de EE.UU. Cuando Trudeau se entrevistó con él y le planteó el tema arancelario, Trump comentó que Canadá podía evitarlo si se convertía en el estado número 51. Una broma de mal gusto, no obstante como tal se podría dejar pasar, pero el próximo presidente ha seguido insistiendo sobre lo mismo, como esos tipos desagradables que vuelven sobre la misma broma una y otra vez hasta que ella deja de ser chistosa: “chiste repetido, chiste podrido” se suele decir acertadamente.
Algunos logros importantes del gobierno de Trudeau se debieron en gran parte a la presión del izquierdista Nuevo Partido Democrático que le brindó su apoyo, aunque sin formar una coalición formal, por la mayor parte del último período. Uno de los más importantes fue la creación de un seguro nacional de atención dental, por ahora disponible para los mayores de 60 años (la idea era gradualmente extenderlo, pero si los conservadores forman el próximo gobierno eso es improbable).
Con Trudeau renunciado, el Partido Liberal ha puesto en marcha los mecanismos para la elección de un nuevo jefe, entre los nombres que se barajan están Chrystia Freeland, cuya renuncia como Ministra de Finanzas el pasado mes agravó la crisis del gobierno; Mark Carney, que presidiera tanto el Banco Central canadiense como el británico; Dominique LeBlanc, actual Ministro de Finanzas; Melanie Joly, Ministra de Asuntos Exteriores; Anita Anand, Ministra del Tesoro; y Christy Clark, la menos conocida de los aspirantes ya que proviene de la política provincial en Columbia Británica.
Así, el drama ha llegado a su fin, Justin Trudeau es ahora historia pasada. Las sesiones del parlamento han sido suspendidas hasta el 24 de marzo, por convención, en el intertanto el gobierno seguirá en calidad administrativa hasta cuando se llame a elecciones. Las encuestas hasta ahora adelantaban una amplia victoria para los conservadores de Poilièvre, pero la instalación de un nuevo o nueva líder en el Partido Liberal puede crear otro escenario que por ahora no es fácil anticipar. También hay que considerar la presencia electoral de los otros partidos: el izquierdista Nuevo Partido Democrático, aunque gobierna en dos provincias siempre ha tenido dificultades en proyectarse a nivel nacional, el sistema electoral conocido como first past the post, heredado de Gran Bretaña, dificulta la emergencia de terceros partidos. Ese mismo sistema, sin embargo, puede favorecer a un partido que concentre su accionar en una sola jurisdicción, como es el caso del Bloc Québécois que presenta candidatos solamente en Quebec ya que su raison d’être es lograr la creación de un Quebec independiente. En las próximas elecciones, si los liberales no se recuperan, podría ocurrir que el rol de “Leal Oposición al Gobierno de Su Majestad” sea un partido dedicado a romper el país. En todo caso, si las encuestas no están equivocadas—espero que lo estén—y el próximo gobierno canadiense está en manos de Pierre Poilievre, probablemente impondrá políticas muy similares a las de Trump en EE.UU. y las de otros gobiernos con una ideología muy derechista. En tal caso habrá que pasar la tormenta lo mejor que se pueda en este, “el verdadero norte, fuerte y libre”, como dice su himno nacional.
Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)