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El espejismo de las tecnologías de la comunicación

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En el discurso contemporáneo, las tecnologías de la comunicación han adquirido un estatus casi mítico. Se nos dice que vivimos en una era marcada por la revolución digital, que las redes sociales han transformado la forma en que interactuamos y que internet es la columna vertebral de una nueva sociabilidad global. Sin embargo, esta narrativa, que muchos abrazan con entusiasmo, corre el riesgo de sobreestimar el impacto de estas herramientas mientras se desvía de los verdaderos motores de las transformaciones sociales: los cambios políticos y económicos vinculados a la contrarreforma neoliberal.

Desde la década de 1980, el neoliberalismo no solo configuró las economías globales, sino que también reestructuró las relaciones sociales y políticas. La desregulación de los mercados, la privatización de los bienes comunes y la precarización laboral alteraron profundamente las formas de vida. Estas transformaciones, más que las tecnologías digitales, son las que han modificado la manera en que nos relacionamos. La erosión de los espacios públicos, la fragmentación de los lazos comunitarios y la creciente sensación de aislamiento son consecuencias directas de un proyecto político que favorece el individualismo y mercantiliza las relaciones humanas.

El llamado «internetcentrismo», es decir, la idea de que internet es la solución a nuestros problemas sociales y políticos, parece un intento de encubrir los efectos negativos de esta contrarreforma neoliberal. Este fenómeno promueve la ilusión de que las tecnologías digitales pueden compensar la pérdida de cohesión social o democratizar las estructuras de poder. Sin embargo, esta visión olvida que las tecnologías no operan en un vacío político. Por el contrario, se insertan en las mismas dinámicas económicas que han provocado las desigualdades que ahora pretenden resolver.

Internet y las redes sociales no han democratizado la comunicación; más bien, han intensificado las desigualdades existentes. Las grandes plataformas digitales, que dominan la economía de la atención, se han convertido en los nuevos monopolios del siglo XXI. Estas empresas no solo concentran riqueza, sino que también controlan la información y manipulan las percepciones colectivas para servir a sus propios intereses comerciales y políticos. Bajo la fachada de la conectividad global, se esconden estructuras que perpetúan la lógica neoliberal: una lógica que prioriza el beneficio económico sobre el bienestar colectivo.




Las supuestas virtudes democratizadoras de internet también se ven socavadas por la fragmentación del espacio público. Si bien las redes sociales han permitido a algunos grupos marginados amplificar sus voces, también han dado lugar a burbujas de información y polarización. La conexión virtual no reemplaza la construcción de vínculos reales basados en la solidaridad y la acción colectiva. En este sentido, internet no supera los problemas de una sociedad atomizada; simplemente los reproduce en un nuevo formato.

Más preocupante aún es la manera en que el internetcentrismo desvía la atención de los conflictos políticos y materiales que subyacen a nuestros problemas sociales. El énfasis en las tecnologías digitales como solución mágica ignora las contradicciones estructurales del capitalismo neoliberal. Los verdaderos desafíos no son tecnológicos, sino políticos: redistribuir la riqueza, fortalecer los derechos laborales, garantizar el acceso universal a la educación y la salud, y reconstruir el tejido social que ha sido desmantelado por décadas de políticas neoliberales.

El problema de fondo radica en que el internetcentrismo ofrece una narrativa cómoda para el status quo. Al atribuir los cambios sociales a las tecnologías, se evita cuestionar las estructuras de poder que las configuran. Esto permite a las élites económicas y políticas presentar sus intereses como inevitables o incluso beneficiosos, mientras desvían la atención de las luchas sociales. En lugar de abordar las causas profundas de la desigualdad y el conflicto, el discurso tecnocéntrico propone soluciones superficiales que no alteran el orden existente.

Las tecnologías de la comunicación son herramientas. Su impacto depende del contexto en el que se utilicen y de los intereses que las guíen. En manos de un sistema económico que privilegia la acumulación de capital por sobre las necesidades humanas, estas herramientas difícilmente pueden cumplir su promesa emancipadora. El optimismo tecnológico, por tanto, es un espejismo que nos aleja de las verdaderas batallas que debemos librar.

Si deseamos transformar nuestras relaciones sociales y superar los problemas que enfrentamos, debemos mirar más allá de las tecnologías. Es necesario enfrentar los conflictos entre intereses materiales y políticos que definen nuestra era. Esto implica recuperar la política como espacio de disputa y acción colectiva, reconstruir las redes de solidaridad y rechazar las narrativas que buscan reducir los problemas sociales a cuestiones técnicas.

El reto no es adaptarnos a las tecnologías, sino transformar las estructuras de poder que las moldean. Solo así podremos superar las divisiones y desigualdades que caracterizan a nuestras sociedades. En lugar de depositar nuestras esperanzas en el internetcentrismo, debemos volver a las raíces de los conflictos sociales y económicos que nos afectan. Al hacerlo, quizás encontremos soluciones más profundas y duraderas a los desafíos de nuestro tiempo.

En este contexto, el año 2025 no debe ser visto como una oportunidad para nuevas aplicaciones o innovaciones tecnológicas, sino como un momento para repensar las prioridades colectivas y recuperar el sentido de comunidad que hemos perdido en el camino. Internet, aunque omnipresente, no puede ser el centro de nuestras preocupaciones ni la base de nuestras esperanzas. El verdadero cambio reside en las decisiones políticas y en las luchas sociales que enfrentemos juntos.

 

Fabián Bustamante Olguín. Académico asistente del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo



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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico Asistente del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

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  1. Muy interesante , pero creo ningún análisis sobre este particular debiera dejar de lado un aspecto fundamental y ominoso: el «Capitalismo de la Vigilancia» es el producto principal de internet ; el colonialismo o feudalismo digital es nuestro hábitat hoy , especialmente en nuestra desprotegida realidad de Occidente periférico y marginal .

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