Chile: donde las instituciones funcionan, pero para algunos
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El escándalo de las ISAPRES que devolverán de a chauchas lo robado a millones de personas, es una mostración más del buen funcionamiento de las instituciones, es decir de la cultura neoliberal. Esa estafa es equivalente a la que propició el gremio docente respecto de los profesores y su Deuda Histórica.
Pero, reconozcámoslo, es un síntoma de la buena salud del modelo porque éste, en esencia, está hecho para estafar a la gente.
Si se suma y se resta, un país con ese nivel de violencia soterrada, maquillada por leyes y garantizada por una institucionalidad ajustada a un estado de derecho, no puede ser en absoluto democrático.
Ésta que parece una democracia en un sentido estricto por tener votaciones cada dos años y medio, no es otra cosa que una dictadura que ya no utiliza a gorilas uniformados para instaurar un régimen de angustias, persecución y miedos.
Hay métodos más sutiles, aunque igual de dolorosos, más inadvertidos, pero no menos efectivos a la ahora de transferir terror a la población sometida, entumecerla a través del miedo, castigarlas por medio de leyes e instituciones, y hacerla pensar que todo está donde debe mediante rigurosos, imperceptibles, pero sumamente eficientes métodos y dispositivos: la escuela, los matinales, las iglesias, los políticos, los celulares y sus aplicaciones, las tarjetas de crédito, muchos dirigentes sociales corruptos y eso que se llama pomposa, tramposa y falsamente la opinión pública.
Este es un régimen ultraderechista, así sea que gobierne un menjunje que se dice de izquierda, de izquierda democrática o progresista, y se asienta sobre una ideología que normaliza y justifica la humillación y la explotación de millones y en el turbazo al que se somete a los recursos naturales, algunos renovables en un par de siglos.
El miedo que imperceptiblemente se instala en alguna parte de lo no consciente, tiene el mismo efecto que una tropa de milicos alterados por la cocaína en las calles: aterra y acoquina esa parte en donde yace la capacidad para reflexionar.
El neoliberalismo es contrario a cualquier orden en el que la democracia sea la base de la convivencia y desarrollo de la sociedad. Es un sistema esencialmente antidemocrático, violento y criminal, en donde las personas y sus derechos son vehículos del enriquecimiento de los que ya son ricos desde hace mucho y que para serlo más aun, no se frenarán porque haya vidas de niños en juego o delicados ecosistemas al borde del derrumbe o países y continentes enteros empobrecidos hasta la madre.
Y si bien ya no son los fusiles los que te amenazan, las armas hoy son las deudas y el futuro incierto, plagados de dudas y un gran no saber qué va a pasar con tu trabajo el siguiente año y si vas a tener escuelas para los críos. Y cuanto podrás sobrevivir con esa miseria de pensión.
El sistema ha logrado crear discretos medios para instalar su poder allí donde parece que no hay ninguno: el sentido común de las personas comunes que naturaliza, reproduce y fortalece lo que la cultura le mete por los poros sin que se dé cuenta del prodigio.
Nanopartículas autoritarias que seducen a un pobre que repite que hay que levantarse temprano si se quiere progresar, que cumple su deber cívico, que el pobre lo es porque quiere, que los ricos generan riqueza, que hay que pagar para que la educación y la salud existan, que los pobres quieren todo regalado, entre otras certezas enraizadas.
Que la canción nacional es la más bella después de La Marsellesa.
El acierto del sistema tiene dos vertientes: por una parte, haber hecho creer a la gente que la clave del éxito está en salvarse solos. Emprendedor, es el concepto máximo. Así, un emprendedor no tiene ni necesita de un sindicato, no es un explotado porque trabaja por cuenta propia, compite con otro tan desolado como él, asume que el pobre es así porque no se sacrifica lo suficiente y que él es el vivo y los demás un saco de pelotudos.
El otro pasa a ser un enemigo.
Y, por otra parte, el sistema convenció a muchos izquierdistas de que neoliberalizarse era ser un tipo realista porque las ideas socialistas, torpes utopías radicales, tienen al mundo como está y que el mercado lo arregla todo si se le ponen reglas claras y que es posible hacer que el capitalismo alcance para todos.
Se les ofreció un atajo para acceder a lo que antes era solo para el enemigo: buen pasar, buenos colegios, buena salud, buenas vacaciones, buenos barrios. Finalmente, el capitalismo no es tan malo si le hacemos algunos remiendos y reformas.
Lo cierto es que la gracia del poder administrado por personas que consideran inamovible el orden dominante, se instaló en esa gente de un modo inadvertido, encapsulado en cuestiones nanométricas las que no pueden siquiera cuestionarse por medio de la razón: durante la dictadura se expresaba por el aserto macabro y no menos potente: si a alguien los milicos lo mataron habrá sido porque algo habrá hecho. Hoy, el formato de esa poderosa invasión del poder instalado en la mitocondria tiene expresiones tales como: no puedo vivir sin celular.
Si mira con detención lo que sucede en la instituciones que dan cuerpo al Estado, verá que no hay ninguna, ¡ninguna!, que no esté en crisis. La que se le ocurra. Y verá que esas crisis son aceleradas por los niveles de corrupción cuyo volumen y formato desbordaron los cortafuegos existentes hasta ahora. De manera que se necesitan otros.
De modo que se comienza a hablar de reformas al sistema político: desde cambiar el número de ministerios, hasta modificar el sistema electoral. En estas reformas usted no tendrá ni pito que tocar, ni se verá beneficiado con absolutamente nada.
Es el acomodo necesario para que los ladrones sigan robando con tranquilidad.
Las reformas que se piensan no van camino a mejorar la vida maltratada de la gente, ni al pago de lo que se les adeuda a los estafados por las AFP, ISAPRES, bancos, casas comerciales, empresas coludidas, instituciones estatales y un sinfín de momentos en los cuales se despluma a la gente imbécil que vive de un salario.
Se tratará, en breve, de asentar mejor esta crisis de crecimiento del sistema: de asumir su perfección y controlarla.
De modo que robar como se ha hecho hasta ahora, sea superado por medios más sofisticados; que cogotear a los enfermos que buscan ingenuamente sanar, no sea tan descarado; que coludirse para trampear al pobrerío sea con base perfectamente legal; que para saltarse toda norma, ética y reglamento, ya no sea necesario un pinganilla como Hermosilla y su ego desmesurado.
Vea como en breve comenzarán los ajustes para dar continuidad a una cultura del despojo y la burla para cuya fluidez y eficiencia, necesita que sus víctimas los aplaudan y les agradezcan. Para eso se hacen elecciones de vez en cuando.
Por eso, efectivamente, las instituciones funcionan. Pero para ellos.
Ricardo Candia Cares
Serafín Rodríguez says:
Los globos de aire caliente siempre se elevan y también siempre son de gran admiración popular!
Felipe Portales says:
Hace ya más de 50 años…