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Despelote

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Nadie se atrevería a negar que vivimos una época de despelote. Ya sea real o subjetiva, cuya intensidad era ignorada en nuestra timorata república. El despelote provenía de otras culturas y se conocía a través de la literatura. Es usual despelotarse al ponerse pijamas, aun cuando hay quienes se acuestan desnudos. Así evitan el preámbulo del amor carnal y se entregan al frenesí de su ejecución. Nada de juegos románticos, o decir poemas alusivos al caso. El juego erótico en otras épocas era ilícito, por tratarse de una tentación de Satanás. Desvestirse a la hora del coito, constituía una bajeza. O rendirle tributo al Kamasutra, libro erótico hasta hace poco, prohibida su lectura. También el llamado y socorrido despelote, involucra a quienes creen ser dueños de los recursos del Estado. Los utilizan a destajo para realizar carnavales, en medio de la farándula y entregarse al frenesí del despelote. ¿O acaso el estado no somos todos? Lanzar los recursos a la chuña, constituye una demostración de caridad.

Nada más embaucador que el sofá, la tina de baño o el closet, para ejecutar este actual despelote. Albricias, en una época donde han caído las máscaras y las costumbres decimonónicas se han relegado. Nadie está libre de estirar las manos, en una época, en la cual, la sensualidad ejerce una fuerte dominación social. Otorga prestigio de macho latino tan apreciado en otras latitudes del mundo. Ahora o nunca, reza el adagio. El llamado despelote nacional, vendría ser una clara evidencia de putrefacción moral, amparada por una cultura timorata, la cual nos mantuvo aferrados a las buenas costumbres. Aunque a la fecha, nada se sabe cuáles son y cuáles no. Una verdadera intriga. Antes, no existían las prostitutas, si no las mujeres malas, dedicadas a enseñar cochinadas a los hombres. Por algo un novelista, cuyo nombre he olvidado, dijo: “La universidad del amor se llama lenocinio”. Quienes aseguran que nunca fueron a estudiar ahí, son unos hipócritas. En la actualidad, miente quien dice haber dejado de ir a la universidad del amor.

En medio de similar despelote o majamama, el sagrado templo donde van a orar los penitentes, se vio inundado de miasmas y excretas por doquier, reventando las alcantarillas. La hediondez recorrió la república. Nubarrones negros como la tinta china, cubrieron los cielos. Quedó al descubierto la extrema supuración, y el pus salpicó las costumbres. Verdadera estampida en el valle de la inocencia. ¿O usted añora el oasis de quien nos embaucaba a diario? Alguien comentará que antes no se sabía, y ahora sí. Que tremenda novedad. Siempre ha habido infelices que se las ingenian para robarle al estado. Incluidos quienes aún tienen un grado de ingenuidad y entregan en custodia sus escasos haberes, para que otros se los administren. Las argucias de los infelices, solo conocidas por ellos, las utilizan a diario y se jactan cuando burlan los impuestos.

El despelote se ha convertido en una actividad tan socorrida que, si usted ve en pelotas a alguien en la calle, no debería sorprenderse. ¿Ha faltado al pudor o se trata de un voyerista? Yo pienso que corresponde a quien creyó en la bondad de las ISAPRES, AFP y otras instituciones voraces. Bajo la bandera pirata, han empobrecido a la república. En medio de este desmadre, nos queda el consuelo de ponernos a sollozar, mientras sentados en un banco de la plaza, damos de comer a las palomas.

 

Walter Garib

 

 

 

 

Walter Garib

Escritor

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