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Y bueno… “todo es igual…” como dice el tango

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En sus intervenciones Donald Trump a menudo recurre—a modo de muletilla—al adjetivo “increíble” (en sus dos versiones inglesas: “incredible” y “unbelievable”). Para muchos observadores, lo increíble no habría sido su resultado—el triunfo de Trump era una posibilidad muy cierta desde el comienzo—sino lo contundente de su victoria y, sobre todo, su transversalidad. Prácticamente no hubo segmento de la población estadounidense—excepto aquel cercano a las elites intelectual y burocrática—en que el magnate neoyorkino no se alzara con el triunfo. Las mujeres, por ejemplo, se esperaba que rechazaran el potencial peligro al derecho al aborto que Trump representa. Minorías como los negros y los latinos se las creía más cercanas a Kamala Harris, pero si bien el voto negro se vio más dividido, tuvo un aumento del apoyo a los republicanos, en el caso latino el respaldo a Trump habría crecido considerablemente y ha sido mayoritario en algunos estados, esto pese a las expresiones ofensivas hacia los puertorriqueños emitidas por un destacado simpatizante del magnate.

Uno de los factores que han contribuido a esa aplastante victoria de Trump debe encontrarse en el enfoque de las campañas, tanto la de Trump como la de Harris. Desde el comienzo se pudo ver como desde el bando demócrata, así como desde otros círculos afines, se dedicó mucho espacio a denunciar a Trump como “fascista”. También se subrayaba sus muchos líos judiciales e incluso el que hubiera sido condenado. Sin embargo, he aquí algo que quienes usaron esa estrategia propagandística no previeron: al ciudadano común estadounidense no le importó si el individuo por el que iban a votar es un fascista o si ha sido condenado por algún lío de índole sexual. Pero entonces ¿qué cosas le importan al promedio de la ciudadanía? Bueno, aquí Trump lo supo manejar muy bien; en sus mítines hacía una simple pregunta: “¿Están mejor hoy que hace cuatro años?” El “No” era ensordecedor.

Además de los problemas que enfrentan los ciudadanos en el plano económico, la campaña de Trump supo manejar bien otros dos temas que preocupaban a la ciudadanía: una creciente inseguridad por el aumento de la criminalidad y la inmigración. De una manera tendenciosa, pero que tuvo efectividad, Trump estableció un vínculo entre ambos temas, instalando la idea de que ese aumento en la criminalidad era causado por los inmigrantes.  Muy importante, además, fue su eficacia en hacer que el ciudadano común se identificara con él y su propuesta, incluso a un nivel emocional, como destacaran sus seguidores latinos en las redes sociales: “Kamala está con ellos, ellas y elles; Trump está con nosotros”.

Es interesante hacer notar como entonces la economía, la inseguridad y una situación migratoria aparentemente sin control, fueron los temas claves que inclinaron las preferencias de la ciudadanía hacia Trump. De paso hay que decir que hay aquí lecciones a sacar para situaciones en otros países. Argentina ya lo vivió cuando ante el surgimiento de un aparente desconocido como Milei con ideas muy extremas como abolir el Banco Central y dolarizar la economía, se lo trató de combatir tildándolo de “loco” y “fascista”. A los votantes ni las condiciones psicológicas ni la adhesión a una concepción del mundo históricamente repugnante parecen preocuparle y masivamente le dieron su apoyo a Milei. Una lección que habría que tener presente también en Chile: el que José Antonio Kast sea un fascista o que su familia haya participado en la represión durante la dictadura, no es algo que le importe mayormente al chileno promedio. (Por triste y terrible que esto sea, ya que revela la insensibilidad instalada en la sociedad). Este, por tanto, debe ser un dato para considerar en la campaña presidencial que se avecina. Por lo demás, difícil esperar otra cosa cuando la mayoría de la población ha nacido después del golpe militar de 1973 y—remárquese la autocrítica—poco se ha hecho por parte de la izquierda y de los gobiernos donde ésta ha tenido influencia, por educar a las nuevas generaciones sobre lo que fue esa horrible etapa.

Volviendo a Estados Unidos, una nueva administración de Trump debería tener características un tanto diferentes a las de su primer gobierno. Por cierto, una de las facetas de su personalidad, su imprevisibilidad, lo más probable es que se mantenga, pero más acotada.  Una diferencia muy importante debería darse en la formación de su gabinete, su equipo de consejeros y otros funcionarios de confianza. Esta vez él ya ha dicho que serán de su confianza, probablemente sus incondicionales. Esto marcaría un importante cambio respecto de su primera administración cuando muchos de sus altos funcionarios fueron figuras puestas ahí por la dirección del Partido Republicano y que—provenientes de otra tradición de “hacer política”— no siempre estuvieron de acuerdo con Trump. En los hechos, muchos de ellos salieron del gobierno o terminaron muy enemistados con quien había sido su jefe, algunos hasta escribieron libros donde “dijeron pestes” de él, lo que no sirvió de mucho como se pudo ver. Además, la gente lee cada vez menos libros.

Mientras en lo que hace a política interna la nueva administración de Trump sin duda que implementará políticas muy regresivas, en cuanto al ámbito internacional quizás se den cosas interesantes. Por cierto, las advertencias un tanto histéricas de algunos—incluso ex altos oficiales militares— de que Trump cuando gobernó podría desatar una guerra mundial por un simple arranque impulsivo, se demostraron un tanto exageradas. En los hechos, aparte de un episodio de bombardeo en Siria, durante el gobierno de Trump hubo menos intervenciones militares que cuando gobernó Barack Obama, incongruentemente distinguido con el Premio Nobel de la Paz.

Evidentemente cuando uno dice que Trump podría hacer algunas movidas interesantes en materia internacional, ello no significa dejar de lado la misión esencial de todo gobierno en Washington, sea republicano o demócrata: asegurar que Estados Unidos siga siendo la potencia que domina el mundo. En su discurso de la victoria, Trump recalcó que continuará reforzando el poder militar del país, “pero espero no tener que usarlo” agregó en seguida. Claro está, esa dominación puede ejercerse por la fuerza, como antes lo hicieron Bush Jr. en Irak u Obama en Libia, pero también puede hacerse por medios más sutiles como es por el peso económico y comercial de Estados Unidos, que de paso es como mantiene control sobre países como Canadá, donde vivo, los países de la Unión Europea y la mayor parte de los estados latinoamericanos.  Por cierto, en caso de que en alguna región del mundo las cosas de pronto se vuelvan desfavorables para las inversiones y la buena marcha del comercio, siempre queda el último recurso de la fuerza militar, que Trump como cualquier otro presidente no vacilará en utilizar. Por ahora, sin embargo, quizás el nuevo gobierno reformule esa consigna de los años 60 que decía “hagamos el amor y no la guerra” y la convierta en “hagamos negocios y no la guerra”.

En materia internacional Trump también odia el multilateralismo, algo que pone nerviosos a sus socios europeos de la OTAN.  En general, él parece detestar tener que lidiar en foros internacionales con una variedad de interlocutores, muchos de los cuales él simplemente considera irrelevantes. Es ilustrativo que cuando era presidente en una de esas reuniones en Europa empujó al jefe de gobierno de uno de los países pequeños, para ponerse él en el centro de la fotografía.

Para Trump asistir a esas cumbres de la OTAN y tener que escuchar a los representantes de Luxemburgo, Montenegro o Lituania debe ser una pérdida de tiempo, ya que el peso militar de esos estados es muy pequeño. En cambio, como hombre de negocios a esto de las relaciones internacionales quizás le gustaría aplicar un modelo patronal. Como empresario debe detestar relacionarse con un sindicato, que representa un colectivo de gente, su escenario ideal es el de una empresa sin sindicato donde el patrón se relaciona de modo individual con cada empleado, dispensando favores a unos, negándoselos a otros y sacando provecho de las disensiones de tipo laboral o personal que puedan surgir entre los trabajadores. Algo similar intentaría en materia internacional: negociar de modo individual con cada país, sea aliado o adversario; evitar acuerdos multilaterales, en cambio buscar acuerdos bilaterales, especialmente con estados que por su cercanía geográfica y/o su peso demográfico o económico no pueden ignorarse—en el contexto latinoamericano piénsese México o Brasil, por ejemplo—países pequeños como Chile, Perú, Ecuador o Uruguay no deberían ser objeto de mayor atención. Lo cual puede ser bueno, por algo un ex embajador estadounidense en Chile recomendaba que ahora convenía más bien pasar desapercibido, “fuera del radar” dijo el ex diplomático. Un caso especial puede ser el de Argentina, no la fuerza económica que alguna vez fue, pero cuyo presidente se precia de su afinidad ideológica con Trump. Queda por verse si ese es un factor para que Trump dispense algún favor a su entusiasta seguidor sudamericano, por ejemplo, eximiendo de los anunciados aranceles a las exportaciones argentinas.

En el nivel más conflictivo de las relaciones internacionales hasta puede ocurrir que el pragmatismo del magnate logre algunos resultados, por de pronto, él ha asegurado que puede resolver rápidamente la guerra en Ucrania, lo que no dejaría de ser un buen logro que, curiosamente, dejaría a los países europeos en la absurda posición de obcecados belicistas, por cierto, en un conflicto en que ellos no ponen los muertos. En su anterior gobierno Trump tuvo un encuentro con el líder norcoreano Kim Jong-un que en su momento pareció promisorio, aunque al final no salió mayor resultado de eso. Quizás esta vez pueda concretarse algo.

Lo que debe quedar claro es que Trump será de seguro un personaje que dejará su marca en la historia de Estados Unidos, por ahora, si uno lee a los analistas y politólogos, con un sello muy negativo; aunque ciertamente no para los más de 71 millones de estadounidenses que le dieron su voto.  “Todo es igual… los inmorales no han igualao…” dice en parte el tango Cambalache del gran Enrique Santos Discépolo, lo que algunos podrían decir al ver como un hombre convicto criminalmente gana la presidencia de la mayor potencia imperial del momento; pero “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…” nos dice Rubén Blades en su famoso tema Pedro Navaja. Quien sabe si, al menos en materia internacional, del nuevo gobierno de Trump pueda salir más de una sorpresa.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 

 

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