Economía y Mercados en Marcha

Impuesto a la riqueza

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Se han publicado recientemente – en el ámbito internacional — dos documentos que son de particular importancia para Chile.  Uno de ellos – del World Inequity Database — se refiere al grado de concentración de la riqueza que existe en cada país de América Latina. El otro es un estudio del Banco Mundial sobre la necesidad de establecer en la región alguna forma de tributación a la riqueza.

En la primera de estas publicaciones queda claro que el 1% de la población de nuestro país – obviamente el 1% más rico – concentra en sus manos el 49.8 % de la riqueza. Es el grado de concentración de la riqueza más elevado de toda América Latina. Si bien hay indicadores económicos y sociales en los cuales Chile puede tener niveles bastante mejores que los promedios regionales – como son los índices de pobreza o de seguridad alimentaria, por poner un par de ejemplos – en lo que respecta a distribución de la riqueza tenemos el triste record de ser el país de peor calificación en toda la región, la cual a su vez, es la de peor concentración de la riqueza en todo el planeta Tierra. En materia de distribución de la riqueza no tenemos, por lo tanto, nada de que vanagloriarnos frente nuestros pares de América Latina. Si la concentración de la riqueza es una característica del capitalismo salvaje, entonces el capitalismo que tenemos en Chile puede ser legítimamente calificado como tal.

El informe del Banco Mundial, a su vez, es un documento en que se pasa revista a los problemas económicos y sociales que enfrenta la región y a la necesidad de aumentar la recaudación tributaria para lo cual propicia establecer o eventualmente aumentar los impuestos a la riqueza. Como los activos financieros son, según el Banco Mundial, fáciles de ocultar en el mundo contemporáneo hay que centrar la atención – por lo menos en esta etapa de nuestro desarrollo –  en gravar las tierras y las casas que no tienen movilidad y son más difíciles de ocultar. En muchos países existen impuestos a esas propiedades – y no se trata, por lo tanto, de introducir conceptos ni tributos nuevos-  pero en la inmensa mayoría de los casos el valor sobre el cual se tributa es una ínfima parte del verdadero valor de mercado del bien. Si la tributación se hiciera sobre los verdaderos valores de mercado, el monto de lo recaudado podría ser sustantivamente mayor. En el caso de la propiedad agrícola, un impuesto a la riqueza podría ser- además-  un buen incentivo para no tener tierras ociosas, con lo cual se incrementaría la producción y el cuidado del medio ambiente. También esos tributos a la propiedad de la tierra – con las excepciones que correspondan para la protección de la pequeña propiedad familiar campesina –  permitirían fortalecer el mejor financiamiento de los gobiernos regionales o subregionales.

En el proyecto de reforma tributaria que presentó a principios de su gobierno el presidente Boric se incluía la idea de un impuesto a la riqueza, lo cual provocó la rápida y total oposición e indignación de la derecha económica y política del país. Se argumentó entre otras cosas – y se sigue repitiendo aquello hasta el día de hoy – que la política económica debe poner el acento en el crecimiento y no en la distribución. La realidad de las cosas muestra que esa argumentación solo está destinada a defender e incluso a incrementar una distribución de la riqueza que está entre las peores del mundo.




Nadie puede en la actualidad postular que la distribución del ingreso y de la riqueza entre todos los habitantes de un país tenga que ser igualitaria, es decir, lo mismo para todos y cada uno. Eso es una utopía que no está en el horizonte del mundo actual. Pero disminuir las diferencias tan abismales entre los ricos y los pobres –como la que exhibe nuestro país-  es una cosa que – además de ser un imperativo ético, social y económico –  es una alternativa enteramente lícita, posible y deseable.

 

Sergio Arancibia



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Sergio Arancibia

Economista

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