El regreso de los pajes
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Paje: “Criado cuyas funciones eran las de acompañar a sus señores, asistirlos en la espera de las antesalas, atender al servicio de la mesa y otras actividades domésticas”. A esta definición del diccionario, habría que agregarle, lo que se entiende ahora, por estos personajes, venidos desde la colonia o de antes, a darle apoyo a la elite de un sector. En infinidad de oportunidades nos hemos referido a los pajecitos, que ascendieron el cerro Chacarillas, en plena dictadura, con el propósito de rendirle pleitesía al tirano. Se les veía ganosos, expresando así su servilismo. Renacía el servicio del lustrabotas.
En esta fecha de cruzadas acusaciones, destape de ollas, robos a granel, el criado viene a cumplir una destacada labor. Se mantenía más bien en las penumbras. De las adulaciones públicas, han surgido las privadas y los servidores de la oligarquía, se ocultan bajo las faldas de las trotaconventos, para no ser reconocidos. Ratas de ojos azules o negros. También los hay amarillos, color de moda en una sociedad timorata. Y ojos soñadores de enamorados de las riquezas.
En medio de tan batahola y servilismo, llegó el día del destape de la olla de los milagros, donde puede caber un cerdo entero, cabeza y patas incluidas. Similar a aquellas que utilizaban las culturas de antropófagos, para cocinar a sus rivales. Ahora se cocinan entre ellos, aburridos de zanganear. ¡Qué estampida, queridos feligreses, antes de rezar el ángelus! ¿Y dónde quedó la honorabilidad, el haber nacido en cuna de oro? Pamplinas escritas en libros olvidados. Mentiras destinadas a proteger a los pillos. Unos vuelan, otros se esconden bajo la cama, en el ropero o bajo las polleras de las tías solteronas. ¿Hasta dónde alcanzará esta fiesta de deposición? O si se prefiere, de corrupción al garete. ¿Y dónde incluimos las buenas costumbres en este desaguisado?
Alguien nos sorprendió en babieca y nos hizo comulgar con ruedas de carreta. Se descontroló el gallinero con la visita del señor zorro. Se dio un festín, en medio de las voladuras de plumas. Una zafacoca. Hay quienes dicen haberlo visto de frac, recorriendo el país.
¿Recuerda usted alguna de las orgías famosas de la historia? Quizá se va a referir a las del imperio romano, tan del gusto de sociedades a punto de sucumbir. Larga historia de quienes, sumergidos en la corrupción, el latrocinio y la descomposición moral, abrazaban a los dioses. A los dioses inventados por ellos mismos. Aquellas lejanas orgías, enriquecidas ahora, por la oligarquía, arribaron a nuestra sociedad. O suciedad si estamos de ánimo en medio de la desolación.
Casi nada se sabía de las orgías en nuestro país, pues se realizaban bajo el manto del silencio. Se sospechaba de su existencia. Se olía en el ambiente. Hasta los más astutos, ignoraban donde se efectuaban. Las termitas de la avaricia, roían nuestra sociedad, día y noche, sin dejar huellas. ¿Resabios de la dictadura cívico militar? Herencia de una época maldita, donde había permisividad para cometer abusos. Desaparición y muerte, de quienes luchaban por cambiar la sociedad capitalista, constituía una diaria práctica. Tiempos de injusticias y deleznables atropellos, que se prolongaron en demasía. Largos y violentos años de despotismo e ilegalidad, destinados a someter al pueblo. Desaparecía la dictadura o más bien se atenuaba su infernal proceder. No sus mentores, que urgidos se cambiaron de ropaje. Así, nacieron los monaguillos, con sus faldones tejidos a crochet, junto a piadosas señoras que frecuentaban las poblaciones, para llevar ropita usada.
Walter Garib