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El fútbol chileno bajo el reinado de la mediocridad

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El pitazo final del Chile 1 – Brasil 2 resonó en el Estadio Nacional como un eco triste y previsible. Una derrota que parecía escrita mucho antes de que la pelota comenzara a rodar, como si el destino mismo hubiera ya decidido quién se llevaría la gloria y quién, una vez más, la miseria. Ricardo Gareca, ese estratega que alguna vez fue símbolo de tenacidad y renovación en el fútbol sudamericano, ahora se encuentra sumido en la confusión, deambulando en un laberinto táctico del cual no ha encontrado salida. Pero, si nos atrevemos a ir más allá de la figura del entrenador, nos daremos cuenta de que el problema no reside únicamente en la pizarra del técnico, ni en los jugadores que saltan al campo sin chispa. El cáncer que carcome al fútbol chileno tiene un nombre: Pablo Milad, el hombre en cuya presidencia ha decaído nuestra selección, y con ella, todo nuestro fútbol.

Desde que Milad tomó el mando de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional, hemos presenciado el declive vertiginoso de una de las pasiones más grandes de nuestro país. Nuestro campeonato, alguna vez competitivo, se ha vuelto un circo de bajo nivel, donde los equipos se arrastran por la cancha con una calidad que apenas alcanza para el entretenimiento casual de un domingo aburrido. Los estadios vacíos, la falta de talento emergente, y la continua importación de técnicos y jugadores extranjeros que, lejos de ser la solución, han terminado por agravar el problema, son solo síntomas de un mal mayor: la falta de una visión real para el desarrollo del fútbol chileno.

¿Es Ricardo Gareca el único culpable de la debacle de nuestra selección? ¿Es la “generación dorada”, ya en su ocaso, la responsable de que estemos penúltimos en la tabla de la eliminatoria? No. Las respuestas son tan evidentes como dolorosas. Milad, ese hombre que parece más interesado en tejer redes empresariales que en cuidar el futuro del fútbol chileno, ha permitido que nuestro balompié se hunda en el lodo. Ha sido él quien ha puesto los intereses económicos por encima del deporte, quien ha entregado nuestra liga en bandeja de plata a empresarios extranjeros cuyo único interés es extraer la última gota de beneficio, dejando tras de sí un páramo desolado donde antes había pasión, entrega y, sobre todo, esperanza.

El fútbol chileno no está muerto, pero agoniza. Y la crisis de la selección es solo el reflejo de un campeonato nacional que se ha convertido en un escenario triste, donde los clubes, que alguna vez fueron la cuna de nuestros grandes jugadores, hoy son apenas sombras de lo que fueron. ¿Cuántos equipos están en manos de empresarios extranjeros? ¿Cuántos técnicos llegan de otros países con promesas vacías, sin entender la cultura ni el ADN del fútbol chileno? Nos hemos vuelto un patio trasero para experimentos fallidos. Un campo de pruebas para quienes ven en nuestro fútbol un mero negocio, sin ningún interés en desarrollar el talento local ni en fomentar una identidad que nos distinga.




El problema del fútbol chileno no es sólo deportivo, es estructural. Y mientras sigamos bajo el yugo de un presidente que no tiene ningún interés real en el deporte, sino que parece ser más bien un gerente de los intereses de grupos empresariales, no podemos esperar que las cosas cambien. Porque Milad no está ahí para hacer grande al fútbol chileno, sino para asegurarse de que los balances cuadren, para que las inversiones sigan fluyendo hacia bolsillos que poco o nada tienen que ver con los sueños de millones de hinchas.

Hemos sido testigos de cómo, poco a poco, el campeonato nacional se ha ido llenando de equipos cuyo único propósito es servir de escaparate para vender jugadores al extranjero. Los resultados están a la vista: una liga de nivel bajísimo, sin competitividad real, donde cada vez es más difícil ver partidos que realmente valgan la pena. El fútbol chileno se ha convertido en un escaparate para los empresarios, una máquina de hacer dinero que no respeta ni a sus jugadores, ni a sus técnicos, ni mucho menos a sus hinchas.

Y en medio de este desierto, ahí está nuestra selección. Una selección que ha perdido el rumbo, que no tiene identidad, que carece de un proyecto a largo plazo. Ricardo Gareca, que alguna vez fue visto como un salvador, ahora es poco más que un espectador de su propio fracaso. Pero no es él el único responsable. ¿Cómo se puede construir una selección fuerte cuando la base, el campeonato nacional, está completamente destrozada? ¿Cómo se puede esperar que nuestros jugadores brillen en la cancha cuando todo el sistema que los debería sostener está corrompido hasta la médula?

El fútbol chileno necesita una revolución, pero no una revolución de nombres o de caras nuevas. Lo que se requiere es un cambio de fondo, una restructuración total del sistema, que comience con la salida de Pablo Milad y su séquito de empresarios. Necesitamos recuperar el fútbol para los futbolistas, para los hinchas, para quienes verdaderamente aman este deporte. Porque mientras sigamos siendo el patio trasero de los intereses económicos, no podremos esperar que nuestro fútbol resurja.

Es hora de que como país nos hagamos la pregunta que hemos evitado durante demasiado tiempo: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que el fútbol chileno sea manejado por quienes no tienen ni la más mínima idea de lo que significa este deporte para nuestra gente? ¿Hasta cuándo seguiremos siendo humillados en la cancha, no solo por los equipos rivales, sino por quienes deberían estar protegiendo y fomentando nuestro fútbol?

El partido que perdimos contra Brasil no se perdió en los 90 minutos de juego. Se perdió mucho antes, en las oficinas de la ANFP, en las reuniones donde se decidió que lo importante no era el fútbol, sino el negocio. Se perdió cuando entregamos nuestro campeonato a manos extranjeras, cuando dejamos de creer en el talento local, cuando olvidamos que el fútbol no es solo un deporte, sino una parte fundamental de nuestra identidad.

Chile, alguna vez cuna de grandes futbolistas, hoy es un país humillado, no solo en la cancha, sino en la esencia misma de su fútbol. Y mientras Pablo Milad siga al mando, este será el destino que nos espera: una selección sin rumbo, un campeonato sin alma, y un país que ha perdido su pasión. Es hora de despertar, de exigir un cambio, de recuperar el fútbol chileno antes de que sea demasiado tarde.

Porque, al final del día, lo que está en juego no es solo el resultado de un partido. Lo que está en juego es el futuro de un deporte que, para millones de chilenos, significa mucho más que eso.

 

Fabián Bustamante Olguín.

Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

 

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

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  1. Felipe Portales says:

    Y de la corrupción y la estupidez. No mucha gente sabe que Chile en la cancha habría clasificado para el Mundial de Rusia. Pero que quedó fuera al reclamar de los puntos con Bolivia por una falla administrativa en la inscripción de uno de sus jugadores. El punto es ¡¡que no se dieron cuenta de que dicho reclamo favoreció en definitiva más a Perú, desplazándonos finalmente este último país!! Y el abogado brasileño que se llevó harta plata con este pastelazo (¡no lo hizo gratis!) ¡¡fue después contratado para nuestro último reclamo contra Ecuador, con lo que no se logró nada a favor de Chile, pero sí en contra de Ecuador!! ganándonos «gratis» la enemistad de un pueblo sudamericano que siempre nos ha querido; y, por cierto, el abogado brasileño nuevamente nos sacó una suculenta tajada en honorarios…

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