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Octubre: un mes clave para la izquierda chilena

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Octubre es emblemático para la izquierda chilena por diversos motivos que abordaremos a continuación y que ponen en evidencia lo mejor de su historia, así como también sus desaciertos cuyas consecuencias en algunas ocasiones han resultado trágicas. Un ciclo que una y otra vez, en el contexto de crisis general del nuestro sistema político y de la ausencia de un proyecto político común que pueda prolongar una administración que, reconociéndose en esa historia no ha logrado avanzar en reformas que puedan romper el cerco de la desigualdad en un país que necesita un referente que pueda impulsar una agenda transformadora.

Mirando para atrás

El 25 de octubre de 1938 triunfaba, en el contexto de la amenaza latente de una segunda guerra mundial y del avance del nazismo, fascismo y ascenso del franquismo en España, el Frente Popular en Chile, coalición que inspirada en la internacional comunista propiciaba la unidad electoral de los partidos de centro izquierda para detener el avance de los totalitarismos.

En Chile tal aspiración surgió a partir de 1936 y tuvo como actores protagónicos al partido radical y a los jóvenes partidos comunista y socialista, este último surgido recién en 1933, a la que se sumaron movimientos sindicales como la Confederación de Trabajadores de Chile el Frente único Araucano y el Movimiento pro Emancipación de las mujeres de Chile (MEMCh). Es decir, una coalición progresista que logró reunir al centro y la izquierda chilena además de organizaciones sindicales, sociales y temáticas. No es un detalle agregar, además, que en torno al Frente Popular se agruparon diversos intelectuales que, bajo el paraguas de la generación del 38’ criticó fuertemente las condiciones sociales del Chile de la época y en el que destacaron figuras como Nicomedes Guzmán, Volodia Teitelboim, Ricardo Latcham y nuestros referentes locales Gonzalo Drago y Oscar Castro, entre otros.




En definitiva, el Frente Popular, se transformó en una coalición exitosa que en poco tiempo, y por las urnas llega al gobierno, teniendo como escenario de fondo una crisis del modelo agroexportador, desgaste de un modelo político conservador-autoritario que encarnó el segundo Alessandri  y que logró combinar lo mejor de las viejas y nuevas generaciones políticas (Allende será ministro de salubridad a los 31 años), integrar a actores sociales, sindicales e intelectuales llevando tras de sí un programa  trasformador – la industrialización del país – que se extenderá con altos y bajos hasta el 11 de septiembre de 1973. Es cierto que tuvo que renunciar a la modernización del campo que permaneció incólume hasta 1965, pero sus reformas tuvieron un impacto profundo en la economía nacional y consolidaron una mesocracia bajo cuya egida Chile alcanzó los dos únicos premios nobeles que hemos tenido.

Treinta y un años después, un nueve de octubre surgía a partir de un documento firmado por el PS y el PC, donde se invitaba a todos los partidos y movimientos políticos ideológicamente afines a formar una nueva coalición política que un par de meses después pasaría a llamarse Unidad Popular con la incorporación del Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), la Acción Popular Independiente (API) de Rafael Tarud y el Partido Social Demócrata (PSD) que encabezaba Esteban Leyton. Más tarde, en pleno gobierno popular se incorporarían- la Izquierda Cristiana (IC) y el Partido Izquierda Radical. De nuevo se producía un entendimiento entre la izquierda y una parte del centro político de ímpetu reformista, pero no mayoritario, esta vez encabezado por el socialista Salvador Allende que ofrecía al pueblo de Chile un programa transformador – las 40 medidas – entre las cuales destacaban la nacionalización del cobre y la profundización de la reforma agraria de profundo impacto en la economía nacional.

Acompañó a la UP, al igual que en 1938 con el Frente Popular, un movimiento sindical poderoso alineado en torno a la CUT y cultural y musical – la nueva canción chilena – entre los cuales destacaban figuras como Víctor Jara, Violeta Parra, Quilapayún e Intillimani entre muchos otros. También, al igual que con Aguirre Cerda, se convocó a lo mejor de las viejas y nuevas generaciones que, liderados por Salvador Allende, logró reunir a figuras como Clodomiro Almeyda, Carlos Altamirano, Gonzalo Martner, Orlando Letelier, Pedro Vuscovic, Jaime Gazmuri, Enrique Correa, José Viera-Gallo, Carlos Lorca, entre otros.

Como bien se sabe el gobierno popular fue acosado por la administración Nixon desde antes de su ascenso financiándose una campaña orquestada para provocar el colapso económico del país. Lo anterior, más los propios errores de aquel gobierno, y la sedición militar instigada por la derecha económica y política, sí como por una facción del PDC que encabezaba Eduardo Frei y Patricio Aylwin produjo el golpe militar de 1973, cerrándose con ese hecho trágico medio siglo de ascenso sostenido del mundo popular y abriéndose un periodo horroroso, pero también épico y heroico que cristalizaría más tarde.

El 5 de octubre de 1973, tal como está relatado en el texto “Historias, memoria Rural y futuro”, en los fundos El Morro, Carmen y Pemehue en Mulchén, una caravana de la muerte compuesta por carabineros, uniformados y civiles inició una cacería humana que dejó 18 víctimas fatales, todos trabajadores de Conaf de las reservas forestales Malleco y Melipeuco.

La nómina de trabajadores, en su mayoría entre 20 y 30 años y sin militancia política, la habrían confeccionado a partir del allanamiento a una sede sindical en Mulchén, donde encontraron un registro de socios pues efectivamente, las víctimas estaban en proceso de sindicalización para así poder acceder a los beneficios de la posesión de tierras que ofrecía la reforma agraria.

Se relata que en el caso de los hermanos Rubilar Gutiérrez, cuya causa aún está en la Corte, fueron golpeados y humillados y obligados a pelearse entre sí, además de cavar sus propias fosas, mientras permanecían secuestrados en las oficinas de administración del fundo. Cuando llegó la noche y el frío se sentía en los huesos, se abrazaron unos con otros para capear el frío intenso. Se cuenta que el hermano mayor, José Lorenzo, se puso encima de José Liborio y Manuel Lorenzo para darles algo de calor. Por la noche se sintieron ráfagas de disparos.

La comitiva cívico-militar permaneció tres días en el fundo, donde dieron lugar a una orgía de sangre y dolor. Los familiares de las víctimas fueron obligadas a permanecer en sus casas, so riesgo de ser fusilados. Cuando se fueron, los familiares –en particular las viudas, madres o hermanas de los ejecutados– salieron a buscar sus cuerpos. Con la ayuda de un parcelero, dieron en la ribera del río Renaico con los cadáveres de Gerónimo Sandoval, los hermanos Alberto y Felidor González, y Fernando Gutiérrez. Estaban semitapados y “presentaban visibles huellas de torturas y numerosos impactos de bala. Perros y roedores, habían mutilado y desgarrado sus cuerpos”, lo que se estima sucedió entre el domingo 7 de octubre y el miércoles 10 de ese fatídico mes. Un poco más allá, internándose en el bosque, encontraron solo la parte inferior del cuerpo de Juan de Dios Roa. En el contexto de la operación “Retiro de Televisores” ordenada por Pinochet, sus cuerpos fueron removidos para perderse por siempre.

En paralelo a inicios de octubre inició su trágico periplo la caravana de la muerte que dejó 96 víctimas. A partir del 5 de octubre se inició una cacería humana que según los datos del informe Rettig transforman a ese mes en el con más muertes en la historia de Chile. La inmensa mayoría de aquellas víctimas eran chilenos y chilenas que se habían comprometido con la propuesta transformadora que ofreció Allende y la Unidad Popular. La dictadura, y los viejos terratenientes cobrarían venganza con los campesinos humildes que creyeron en el proyecto de un Chile mejor.

Esa misma fecha, pero en 1974, cae uno de los emblemas de la resistencia chilena, el líder del  MIR, Miguel Enríquez Espinosa en un episodio donde confluyen la consecuencia, el heroísmo pero, también, el voluntarismo. Como se sabe el MIR, principalmente a través de Miguel tuvo una relación informal con Allende, pero de diálogo permanente. La colectividad dirigida por el médico penquista si bien no le generó conflictos personales con el presidente si incidió, con sus acciones directas – las corridas de cerco en el sur, la expropiación de empresas al margen del programa, etc. –   en socavar comunicacionalmente, lo que fue amplificado y magnificado por la derecha, al gobierno de Allende y contribuyó a aumentar la sensación ambiente de inestabilidad política. Enríquez no se opuso al llamado que haría Allende a plebiscito el día 11 pero tampoco lo aprobó. La leyenda señala que el 11, muy temprano, a través de su hija Tati, el presidente le envió el siguiente mensaje “dile a Miguel que ha llegado su hora”, recado que, según contemporáneos del líder del MIR, selló su destino para siempre. Como lo ha señalado en varias oportunidades Andrés Pascal Allende ya en septiembre de 1974, cuando se estrechaba el cerco de la DINA sobre Miguel, la comisión política ordenó al secretario general salir del país y que en su reemplazo quedaría el sobrino de Allende  pero  Enríquez hizo caso omiso refugiándose con Carmen Castillo, el rancagüino Pepe Bordaz (el coño Aguilera) y Humberto Sotomayor, en la casa de calle Santa Fe, en un barrio popular de San Miguel donde Carmen Castillo tanto por su embarazo como por sus rasgos físicos resultó fácilmente ubicable.

Con la muerte de Miguel Enríquez se acabó el capítulo resistencia y junto con su desaparición se consolidó el exterminio de una generación de jóvenes dirigentes de izquierda que, quizá, de haber sobrevivido, hubiese podio haber sido protagonistas de una transición distinta. Pero la historia sucedió de otro modo.

Al 5 de octubre de 1988, momento del histórico plebiscito, Pinochet llevaba ya casi 15 años como dictador y esperaba, de haber ganado la opción si, extenderla por ocho años más pero ahora, legitimado por las urnas. Pero una oposición articulada en torno a un objetivo principal, sacar a Pinochet, con un creciente ascenso social de la lucha social y sindical en los años previos, luego de luchas extenuantes y desgastadoras, supo unirse tras el liderazgo de Patricio Aylwin y la democracia cristiana   para provocar la caída de Pinochet ese histórico día. La gesta épica, no obstante, resultó en una transición pactada que, con el ex dictador como comandante en jefe del ejército amenazando siempre al poder civil y con un sistema binominal que llevaba permanentemente al empate más la conversión de muchos ex revolucionarios en hombres del orden, limitó las posibilidades de transformaciones más profundas que culminaron nuevamente en octubre pero, 30 años después en un estallido social, el 18-O, que sin conducción política y con un acuerdo firmado al filo del amanecer – nadie en su sano juicio suscribe acuerdos a las 3 de la mañana – con cláusulas que le permitieron a la derecha ganar tiempo como someter a la propuesta constitucional elaborada por los convencionales a un nuevo plebiscito, con voto obligatorio en el contexto de voto voluntario más los errores de los propios constituyentes y una campaña millonaria orquestada desde el mundo empresarial hicieron fracasar estrepitosamente la propuesta y una administración que se acabó como proyecto político el 4 de septiembre de 2022 y continuamos dos años después con la misma constitución que nos legó Pinochet,  institucionalidad que minimiza el rol del Estado transformándolo en un mero proveedor de recursos, que hace abuso de los recursos naturales, con una alta concentración de la riqueza, con una institucionalidad democrática por el suelo donde el canto de sirenas  de los neopopulismos autoritarios está ahí, a la vuelta de la esquina.

Octubre, mirando hacia adelante

Octubre es un mes emblemático para que la izquierda pueda identificar lo mejor de su historia, reconocer sus derrotas para no repetirlas y proyectar un futuro consistente.

Pese a los déficits de la actual administración de Gabriel Boric, se ha consolidado la opción democrática, situación que no estaba tan clara luego del 4 de septiembre de 2022, poniéndose freno a las opciones de corte autoritaria, aunque no están aisladas del todo y que en otras partes de occidente ya alcanzaron el gobierno.

La crisis desatada de la derecha de la transición ha abierto un camino   que de ser bien llevado puede dar continuidad a esta administración y pueda poner en práctica algunas de las reformas que éste prometió en su programa y que, por diversos motivos, incluidos la falta de una mayoría contundente, una coalición política coherente y porque no decirlo, también la incompetencia política, no lograron cristalizar. Octubre, como en el pasado, puede ser un mes refundacional para la izquierda chilena.

Mirando octubre está claro que a la izquierda le va bien cuando es capaz de integrarse con el centro ofreciendo a su pueblo un programa político transformador para avanzar en más democracia; cuando es capaz de recoger la demanda de movimientos sindicales, sociales y sectoriales; cuando es capaz de dialogar con el mundo cultural e intelectual. Es decir, cuando logra interpretar a la sociedad en su conjunto.

Mirando octubre, también, se observa que a la izquierda le va mal cuando no es capaz de unificarse con el centro en torno a un programa mínimo, cuando la legitima aspiración transformadora cede paso al voluntarismo político, cuando dejamos de creer en la democracia.

Octubre, para bien y para mal, es un mes de mucho simbolismo para la izquierda chilena.

A la inmensa mayoría de los chilenos y chilenas les urge contar con una izquierda que recoja lo mejor de su pasado y que proponga una solución civilizada y democrática a la crisis cotidiana que sufren diariamente.

 

Edison Ortiz



Edison Ortiz

Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago

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