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Mientras la corrupción avanza, la democracia se debilita

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Lo que ha dejado en evidencia los audios del abogado Hermosilla no es por cierto su condición de abogado destacado, versado en materias profundas del derecho, sino, todo lo contrario, los audios han develado a un personaje mediocre y miserable, que alcanzó poder pues dirigía, al parecer en asociación con conspicuos hombres de la política y los negocios, una red de corrupción cuyos tentáculos  involucra a diferentes instituciones y personajes del ámbito público y privado, que envuelven, inclusive, al máximo tribunal de la República, la Corte Suprema, institución que podría verse enfrentada a que, eventualmente, cuatro de sus integrantes podrían ser acusados constitucionalmente.

Esta situación de corrupción en el país no termina y cada semana somos informados de más hechos deleznables, que afectan la vida de ciudadanos que perciben que lo determinante en todos los casos de transgresión de las normas, es la impunidad.

Ya no queda duda, para los hombres y mujeres comunes que trabajan día a día de manera honesta, Chile es un país que cayó al despeñadero. Chile es un país corrupto, quizá la diferencia con el resto de los países de la región es que en Chile los grandes, los delincuentes y corruptos vinculados a la elite económica y política, no pagan sus faltas, viven y gozan de total inviolabilidad.

Muchos de los audios develan los vínculos de Chadwick con Hermosilla, y abren fundadas sospechas de que muchos de los caminos de la corrupción conducen al expresidente Piñera. Un hombre que llegó al poder, o se hizo del poder económico saltándose completamente todos los torniquetes de la ley, de eso prácticamente no existen dudas. Los recuerdos de su paso por el Banco Talca, las acciones adquiridas de LAN, el caso Chispas, el escándalo financiero “Cascadas”, Minera Dominga, etc., muestran que su fortuna obscena, no fue fruto de la meritocracia, sino más bien, del uso ilegal e ilegitimo de información privilegiada. Siendo Senador de la República utilizó para sus fines toda la información que le permitió convertirse en uno de los hombres más ricos e influyentes del país. Desgraciadamente, la muerte le salvó de tener que asumir sus responsabilidades ante el país y ante la justicia. Situación, además ventajosa para él, por las palabras del presidente Gabriel Boric en el sepelio, quien lo exaltó como un gran demócrata, como un hombre de estado, respetuoso de la ley y de los derechos humanos.




El actual escenario se torna controvertido. Aprovechando la falta de liderazgos y el total descrédito del que gozan los partidos políticos y los políticos de turno, Monseñor Chomali, en la homilía del Te Deum Ecuménico de este 18 de septiembre invitó a un “gran acuerdo nacional por la seguridad” y de paso, contra la corrupción. Emulando el “Acuerdo Nacional para la Transición a la Democracia” de 1985, llevada adelante por el entonces cardenal Francisco Fresno y que permitió salvar al régimen Pinochetista -en ese entonces azotado por las grandes movilizaciones que se desarrollaban a lo largo del país-, ahora se pretende repetir la historia, ¿un gran acuerdo para salvar qué? ¿Salvar a quienes?   La Iglesia Católica por cierto no es la misma de la década de los ochenta. Involucrada en cientos de casos de agresiones sexuales a menores, ha perdido toda legitimidad ante el pueblo, por lo que sus anuncios sólo fueron atendidos y valorados por la casta política, la misma que se aferra a mantener sus privilegios, mientras tanto el país observa atónito como la corrupción avanza sin que se vean señales de poner fin a esta lacra que golpea a nuestra sociedad.

La “izquierda”, que llegó al gobierno prometiendo un programa moderado de transformaciones no ha cumplido, por el contrario, ha consolidado muchos de los negocios en que convirtieron los derechos sociales. La salud y las pensiones pasan quizá por el peor momento y quienes pagan las consecuencias son los sectores más pobres del país. La educación ya no soporta los estragos de la que es víctima por la falta de recursos; sus profesores y profesoras hacen esfuerzos estoicos por permanecer en una institución que les maltrata permanentemente, lo mismo ocurre con la vivienda, aumentan los campamentos y el negocio de las inmobiliarias, al parecer contaminadas con el narco, resultan inaccesibles para trabajadores y profesionales jóvenes que observan como el sueño de la casa propia, se queda en eso, en sueños solamente.

Y en el intertanto, la extrema derecha capitaliza para sí. Con un relato intransigente, presiona con un discurso populista que oculta su defensa incondicional del modelo económico. Es la extrema derecha que se identifica con Milei, con Trump, con Bolsonaro y que hoy se encarna en el Partido Republicano. Es la derecha extrema, que promete acabar con la delincuencia por la vía de la militarización, de la represión y la cárcel para quienes pretendan levantarse tras sus derechos. Es la extrema derecha que crece, en la misma medida que la izquierda retrocede.

Son los tiempos de la decadencia moral. Los tiempos en que la derecha y la izquierda se confunden. Se mimetizan tras la defensa de un modelo económico cuya base esencial muestra signos de total agotamiento. Es el capitalismo en su forma más extrema, la que ha demostrado ser un peligro para la humanidad, que concentra la riqueza como nunca antes en pocas manos; destruye diariamente miles de puestos de trabajo, arrojando a miles de familias a la pobreza y presenta un panorama en lo absoluto halagüeño, por el contrario, los pronósticos de mantenerse el actual sistema fundado en la desigualdad social y en el desplazamiento del mundo del trabajo, no hará más que ahondar las diferencias y provocar las causas para que la barbarie termine consolidándose.

La izquierda, la verdadera, la que continúa soñando con un mundo mejor, que no se contenta con migajas, la que se siente heredera de lo que antiguos luchadores enarbolaron para salir de la crisis que plantea el capitalismo, están obligados a defender con todas sus fuerzas los derechos económicos, sociales y políticos de las mayorías. Eso exige, ponerse al servicio de un “gran acuerdo”, no del acuerdo que propone la Iglesia Católica, sino de un gran acuerdo entre las organizaciones sociales genuinas de las y los trabajadores para contener la furia del modelo económico y enfrentar sin vacilaciones, los actos de desigualdad y corrupción que día a día violentan la paciencia de hombres y mujeres honradas de nuestra patria.

De lo contrario, la extrema derecha encontrará despejado el camino para hacerse del poder, con las consecuencias trágicas que ello implicará.

 

Luis Mesina

30 de septiembre de 2024

 

 



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Luis Mesina

Vocero nacional No+AFP

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