Mayorías y minorías en el juego democrático
Tiempo de lectura aprox: 11 minutos, 10 segundos
Como en la generalidad de los conceptos, el análisis de la democracia exige, en primer lugar, determinar qué ha de entenderse por tal. Porque, si bien es de todos sabido que la democracia conlleva, implícita, la idea de la igualdad, en derechos y obligaciones, de todos los habitantes de una nación, tal idea revela tan sólo una consecuencia de su naturaleza, no su esencia; por ende, no basta para identificarla. Menos, aún, como forma de gobierno que se estima. Es necesario saber qué elementos la conforman, qué debe contener para ser calificada como tal y poder determinar, de esa manera, si una nación es democrática o no y, en consecuencia, si resguarda la igualdad de derechos y obligaciones de los ciudadanos. Por eso, para abordar el tema, nos ha parecido atingente incorporar lo que las Naciones Unidas entienden como tal. Sin embargo, aun cuando dicho organismo internacional no la define en forma explícita, indica una serie de requisitos que permiten entender cuál es su idea central. A partir de esos requisitos o condiciones, podemos sostener que ‘democracia’ es un sistema de gobierno caracterizado por la separación de poderes, existencia de partidos políticos y realización periódica de elecciones —para la generación de autoridades—, que han de ser libres, secretas e informadas. Precisemos, entonces: para las Naciones Unidas, la ‘democracia a secas’ que nos presenta, no es sino lo que, en teoría, se conoce bajo el nombre de ‘democracia representativa’.
En algunos de nuestros trabajos anteriores nos hemos referido, a propósito de la democracia representativa, al rol que desempeñan tanto los partidos como las elecciones, en ese sistema, y las llamadas ‘autoridades’. En esta oportunidad, creemos importante referirnos a otros aspectos de la misma que, en su tiempo, llamaron la atención de numerosos autores; y no obstante, siguen aún vigentes sin solución alguna. Uno de ellos es el relativo al rol que desempeñan las mayorías respecto de las minorías al interior de una nación.
EL IMPERIO DE LAS MAYORÍAS
El tema central podríamos compendiarlo en la siguiente pregunta: ¿deben las minorías políticas subordinarse al dictado de las mayorías? En palabras más directas ¿basta a un grupo social ser mayoría para imponer su voluntad por sobre la de las minorías?
La problemática no es simple: si aceptamos que las mayorías pueden imponerse sobre las minorías, sin lugar a dudas estamos aceptando la sumisión de un grupo social a otro, lo que implicaría una trasgresión a la creencia que supone a la democracia como un sistema de gobierno basado en la igualdad de los seres humanos. Además, la imposición de un grupo social sobre otro implicaría tolerar la existencia de una ‘dictadura’ pues tal es la esencia de esa forma de gobiernos de excepción, a diferencia de la democracia que no buscaría sino la igualdad entre los seres humanos; al menos, aparentemente. Advertida por los clásicos, esa peculiaridad de la democracia provocó encendidos debates, en su tiempo, de los cuales da testimonio el párrafo que hemos transcrito más abajo:
“[…] tal vez en alguien surja incluso el temor de si esperamos el advenimiento de una organización social en que no se acatara el principio de la sumisión de la minoría a la mayoría, ya que democracia no quiere decir sino el reconocimiento de este principio”[1].
En efecto, el problema de la sumisión de una minoría a una mayoría es de vital importancia. Sin embargo, la primera respuesta a la pregunta que formulásemos en el acápite no puede ser sino similar a la que constatara Lenin: el sistema democrático no está establecido para realizar otro presupuesto que no sea el indicado, es decir, que las mayorías impongan su voluntad por sobre las minorías y éstas acaten las medidas que aquellas quieran imponer. Una falta de equidad congénita. Algo que parece considerar como inevitable la generalidad de la dirigencia política y que pone de manifiesto un parlamentario al criticar la actitud de otra organización:
“Ellos tienen y lo han declarado por todos los medios, su proyecto político. No están dispuestos a tener un proyecto distinto. Yo siento que no tienen vocación de mayoría, quieren construir su propio relato. Y bueno, es legítimo, en política uno está no solamente con la vocación de mayoría para querer gobernar, sino que hay gente que pretende controlar a través de las minorías”[2].
PREDOMINIO DE LA COMPETENCIA
En la democracia representativa, la imposición de las mayorías por sobre las minorías no se resuelve sino en el proceso eleccionario que, como se puede advertir, es eminentemente competitivo y se ajusta admirablemente bien a esa finalidad. Además, lo hace con notable precisión respecto de la forma de acumular vigente, que pone a la competencia como motor de la economía. Y no estamos afirmando algo que sea ignorado por quienes dirigen las naciones pues tal tesis queda de manifiesto en el trabajo reciente de un analista sobre Venezuela cuando señala:
“¿Cuántas violaciones de la democracia liberal tienen que acumularse para que ya estemos hablando derechamente de que no hubo ni siquiera elecciones libres y competitivas?[3]
La circunstancia que, dentro del juego democrático, las mayorías han de imponerse, ineluctablemente, por sobre las minorías ―con consecuencias, a menudo, difíciles de resolver para los gobernantes―, ha hecho que algunos analistas propusiesen la creación de algunos mecanismos orientados a morigerar ese efecto y conferir herramientas teóricas útiles a emplear para tales efectos. Uno es la llamada ‘alternancia’; el otro se conoce como ‘política de los acuerdos’.
LOS LÍMITES DE LA ‘ALTERNANCIA’
La ‘alternancia’ es un mecanismo político en virtud del cual quienes pierden las elecciones encuentran conformidad suponiendo obtener una victoria en las próximas o las que se sucedan para, cuando el resultado les vuelva a ser adverso, entregar el mando a quien sea vencedor. Según un analista,
“La alternancia es lo propio de las democracias plenas. Es de la esencia de un régimen democrático”[4].
En forma más sucinta, dos investigadores mexicanos limitan su concepto a:
“[…] la posibilidad de que diferentes fuerzas alcancen el poder vía electoral […]”[5]
La alternancia ha sido empleada para resolver vicios electorales como los que ocurrieron en Argentina luego del retorno a la democracia. Según lo narrara una analista:
“Desde el regreso de la democracia en 1983 hasta la última elección de 2019, son muchos los “Barones” que se enquistaron en el poder: tres intendentes gobernaron por siete períodos consecutivos, cuatro estuvieron en el cargo por seis períodos seguidos, y cinco se mantuvieron en el poder por cinco mandatos ininterrumpidos”[6].
Estos abusos terminaron con la dictación de una ley que prohibió las reelecciones y modificó
“[…] la normativa y hasta un fallo judicial vergonzoso que suspendió la aplicación de la ley con argumentos absolutamente falaces de inconstitucionalidad”[7].
Podría suponerse que el sistema de la ‘alternancia’ resolvería de buena manera el problema central que acotáramos al comienzo, es decir, si acaso las minorías han o no de subordinarse a las mayorías. Pero eso no es así. Una coalición puede eternizarse en el mando de la nación si las elecciones de las funciones ejecutiva y legislativa ―y la judicial, en los casos en que la designación de la judicatura se hace por elección― les son favorables. Pero tal circunstancia evita que los diferendos se resuelvan. Y confirma la inminente imposición del poder de las mayorías por sobre las minorías.
FRONTERAS EN UNA POLÍTICA DE ACUERDOS
¿Cómo, entonces, solucionar ese problema? Otra de las formas ideadas ha sido la de llegar a acuerdos con la oposición. Pero esa vía también presenta dificultades. Especialmente, tratándose de gobiernos de minoría que, a menudo, esperan en vano obtener apoyo de la oposición para poder gobernar.
Los partidos representan intereses (personales, corporativos y generales, de clase). No siempre están dispuestos a cooperar. Y ocultan la defensa de sus propios intereses bajo el disfraz de estar haciéndolo en nombre ‘del interés de la Patria’. Pero, en esa disputa de mayorías y minorías, también se aplican las reglas de la teoría del juego, que se entrelazan estrechamente con las enseñanzas que nos legaran Tsung-Tzu y Carl Von Clausewitz sobre el desarrollo de la guerra. Tras ese afán no hay intención alguna de resolver las cuitas de las grandes mayorías nacionales sino mantener ciertos bolsones de privilegios para ciertos sectores sociales y para una militancia ávida de dirigir.
MAYORÍAS Y MINORÍAS ARITMÉTICAS Y POLÍTICAS
En el juego democrático, que tiene lugar entre mayorías y minorías, es necesario considerar, también, esa notable distinción a la que gran parte de la población votante escasamente presta atención: la existencia de mayorías y minorías aritméticas y políticas. Y es fundamental comprender aquello. Porque pueden existir minorías aritméticas que son mayorías políticas y mayorías aritméticas que son minorías políticas. Estas mayorías y minorías van a definirse en la composición de los consejos municipales, en el Parlamento, en las judicaturas, en fin. Son esos segmentos sociales los que van a dirimir el juego que se lleva a cabo. Por consiguiente, no vale mucho insistir en las necesidades de una nación o de un país ―conceptos inmateriales que raras veces se consideran―, sino en las negociaciones que van a tener lugar entre uno u otro sector.
“Los desafíos que Chile tiene en sus manos sólo llegarán a buen destino si van de la mano con la fuerza del diálogo social […] En estos años hemos aprendido que, en el tejido económico y social de un país, la colaboración efectiva entre el gobierno, los trabajadores y el empresariado es esencial para avanzar en cambios que favorezcan un desarrollo sostenible y equitativo”[8].
No es fácil intentar el diálogo con organizaciones que son mayoría política y que, consecuentemente, tienen poder. Opera en ellos otra dinámica, que no es diferente a la que se aplicó bajo la dictadura pinochetista y que la oposición de ese entonces intentaba soslayar: quien tiene el poder no negocia con quien está vencido sino con alguien a quien no ha podido vencer. Por ende, sólo busca negociar el que está en desventaja, no el que tiene poder. Se aplica la dinámica de la guerra o, mejor dicho, las enseñanzas que nos legaran quienes se preocuparon de las estrategias a seguir[9] en tales casos. Y, la primera lección que esos estrategas nos dejaron es que, en una sociedad dividida en clases sociales, las grandes contradicciones, que puedan generarse, raras veces se resuelven en el plano político con acuerdos entre organizaciones políticas. Y no pueden resolverse de esa manera porque quienes tienen en sus manos la llave, que les permite impedir la concreción de reformas, no van a ceder en sus pretensiones; o, si lo hacen, van a exigir el pago de un alto precio por la ayuda prestada. Son mayorías que, siendo minorías, actúan como si poseyesen la plenitud del poder. Porque son mayorías políticas; no lo son matemáticamente hablando y, a pesar de ello, son un grupo social dominante. Esos estamentos no ceden en sus pretensiones sino frente a un contrincante que demuestra tener fuerza. Y en una sociedad, cuando no es física, la fuerza puede ser social, que es la fuerza de los trabajadores, de los sectores postergados, la movilización callejera, la protesta social. Pero si quien recaba esta ayuda ha renunciado a apoyarse en esos sectores sociales y ha incumplido permanentemente sus promesas electorales, no va a conseguir el apoyo de los sectores postergados; entonces, no le queda sino hacer el juego que acostumbra a hacer la generalidad de la casta política: reproducir una y otra vez la misma forma de conducirse que ha empleado aquella desde antaño.
ESENCIA AUTORITARIA DEL BALOTAJE
El juego electoral que se realiza para entregar un resultado que habilita a una mayoría imponerse por sobre una minoría no es, en principio, un juego limpio. Ni siquiera es el remedo de un ‘juego’, entendido éste como una forma de aprendizaje. Pero no es lo único censurable en esa dinámica eleccionaria. Existe un porcentaje altísimo de personas que no votan por múltiples motivos, incluso en los regímenes en donde se ha establecido la obligación de votar y existen sanciones para quien no lo hace. Si consideramos ganador a quien obtiene la mayoría de los votos y obviamos a quienes no votan, la imposición va a ser manifiesta. Pero, aquí, el problema es mayor porque se trata de una nación en donde la forma de otorgar ‘legitimidad’ a un acto eleccionario se ejecuta a través de la ocurrencia de otra elección, complementaria de la anterior, para decidir entre las dos primeras mayorías quién va a ser elegido, operación que se denomina ‘balotaje’ —del francés ‘ballottage’—. En esa segunda votación, gran parte de los electores deberán entregar su voto a sujetos por quienes jamás pensaron en votar, lo que, a todas luces, es una imposición.
No es diferente a lo que sucede cuando las organizaciones políticas resuelven de antemano sus contradicciones y conducen al elector a una encrucijada aún peor, que es la de obligarlo a votar por el llamado ‘mal menor’, es decir, por personas que no han sido elegidas por el elector sino impuestas por las organizaciones políticas como única alternativa a las pretensiones de la otra. Un ejemplo de ello es lo sucedido con las candidaturas de Joseph Biden y Donald Trump en USA, antes de la renuncia del primero. Muchos electores estadounidenses se preguntaban, en forma sarcástica, si acaso no había otro candidato peor. En Chile, esa situación se ha planteado dos veces para los ciudadanos:
“[…] en 2017, cuando debieron votar por Alejandro Guillier o Sebastián Piñera, y en 2021, cuando las alternativas se redujeron a José Antonio Kast y Gabriel Boric. En ambos casos millones de personas se vieron “obligadas” a votar por el mal menor, como se dice, porque dichas elecciones son binarias, decisivas, sin terceras vueltas”[10].
LA BÚSQUEDA DE UN SISTEMA DIFERENTE
Si la democracia, como sistema de gobierno, tiene tantas deficiencias ¿por qué sigue existiendo? Aunque pueda parecer simplista aseverarlo, la democracia, como todas las estructuras de la sociedad contemporánea, existe y seguirá existiendo en tanto no sea abolida, lo que no ocurre por casualidad. Las sociedades son estructuras vivas, deben seguir reproduciéndose en el tiempo y solamente en contadas ocasiones ponen fin a su forma de funcionar sin haber elaborado, previamente, otra que la reemplace pues no arriesgan el futuro en aventuras. De esa manera, la sociedad, organizada bajo el liberalismo económico y el paradigma de la economía, continúa reproduciéndose sobre sí misma sin alteraciones, con todas sus instituciones y demás creencias. Con mayor razón cuando se trata de un sistema que posee un sector que ejerce la dominación al que, hasta ahora, la democracia ha servido eficazmente para perpetuarlo exitosamente a través de la historia. Por consiguiente, no cabe la menor duda que las transformaciones las impide un sector determinado al que hemos calificado de ‘élite’ y que otros denominan ‘casta’, Pero no es este sector el que pone en peligro la democracia sino ha sido la democracia quien ha puesto en pie a dicho sector[11]. Y es esta mecánica la que impide realizar las grandes transformaciones que quisiera la ciudadanía tan sólo ‘con más y mejor democracia’[12], pues es esa forma de gobierno la que impide aquellas; salvo que se quiera introducir solamente cambios de escasa significación.
Se requiere, pues, la previa formulación de un sistema que reemplace al que se pretende abolir lo que nos conduce a examinar si acaso existe la posibilidad de idear ese diferente sistema. Y nuestra respuesta es que sí lo hay, pero es necesario estudiarlo y desarrollarlo, tarea que no debe ser obra de una persona o de un puñado de pensadores sino de toda una comunidad. Pero eso requiere tiempo y perseverancia, un cambio de paradigma. Un cambio que no es súbito sino es antecedido por muchas otras trasformaciones, como lo señala Thomas S. Kuhn:
“Una nueva teoría se anuncia siempre junto con aplicaciones a cierto rango concreto de fenómenos naturales; sin ellas, ni siquiera podría esperar ser aceptada. Después de su aceptación, esas mismas aplicaciones u otras acompañarán a la teoría en los libros de texto de donde aprenderán su profesión los futuros científicos”[13].
Nadie ignora cuál es el paradigma que ha imperado desde la instauración del modo de producción capitalista hasta nuestros días; del mismo modo, se sabe que ningún paradigma llega a su fin sin que exista otro presto a reemplazarlo. Sabemos, igualmente, que ese nuevo paradigma, de rasgos estrictamente cooperativos, se hace presente en las tesis de los biólogos, extendiéndose a otros ámbitos de la ciencia, como nos lo recuerda Antonio Damasio:
“El cuerpo, al que solemos otorgar una escasa importancia, cuando no lo despreciamos, al hablar de nuestra noble mente, forma parte de un organismo enormemente complejo constituido por sistemas cooperativos, constituidos a su vez por órganos cooperativos, que están asimismo constituidos por células cooperativas constituidas por moléculas cooperativas, que están constituidas por átomos cooperativos construidos a partir de partículas cooperativas”[14].
Y para que no quede duda acerca de sus ideas, insiste:
“La idea de valor biológico es omnipresente en el pensamiento contemporáneo del cerebro y la mente”[15].
La idea de un nuevo paradigma de carácter biológico conduce a la cooperación, antithesis de la ley de la competencia que elevara Charles Darwin al rango de ‘universal’. La competencia ha de ceder su lugar a la cooperación para situarse en el carácter de supletoria de ésta. Y permitir que la cooperación adopte un conjunto de principios—como la fraternidad, la participación, la solidaridad, la empatía, la generosidad, entre otros— que existen en la actualidad, pero no son dominantes sino se encuentran desplazados por la adicción competitiva. Es posible para la generación de las ‘autoridades’ que, bajo esa nueva visión del mundo, puedan adoptarse sistemas tales como el de la prelación y el sorteo. Y, a la vez, el ejercicio sin trabas tanto de los referéndums como de los plebiscitos. Una democracia que no es a secas sino se identifica con tan sólo una sola palabra: ‘directa’.
Manuel Acuña Asenjo
Santiago, septiembre de 2024
[1] Lenin: “El Estado y la Revolución”, Ediciones Europa—América, Madrid, s/impresión, pág.85
[2] Redacción: “Francisco Undurraga sobre el Partido Republicano: ‘Yo siento que no tienen vocación de mayoría’”, RUCH, 30 de agosto de 2024. La negrita es del original.
[3] Redacción: “Cristóbal Bellolio: ‘La gracia de la democracia es cuando más que ser leal a los colores de tu camiseta, tú eres leal a las reglas del juego’”, RUCH, 27 de agosto de 2024. La negrita es del autor.
[4] Hohmann, Claudio: “La alternancia en el poder”, ‘El Líbero’, 08 de agosto 2024.
[5] López Portillo-Tostado, Carlos y Soria Romo, Rigoberto: “Alternancia política u nieva gestión pública: un análisis comparativo 1998-2008”, Región y sociedad Vol.25 No.56, Hermosillo ene/abril 2013 s/n pág. Disponible en INTERNET.
[6] Joury, Mercedes: “La alternancia política, un signo de madurez institucional”, INFOBAE, 16 diciembre de 2021. La negrita es del original.
[7] Joury, Mercedes: Obra citada en (6).
[8] Rivillo Oróstica, Ximena: “El diálogo como forma de gobernar”, ‘El Mostrador’, 01 de septiembre de 2024.
[9] En Oriente, Tsung-Tzu con su ‘El arte de la guerra’; en Occidente, el general Carl Von Clausewitz con su tratado ‘De la guerra’.
[10] San Francisco, Alejandro:”Las elecciones del mal menor”, ‘El Libero’, 08 de septiembre de 2024.
[11] Herrera, Luis y Pizarro, Roberto: “La `casta’ doméstica pone en peligro la democracia”, ‘El Desconcierto’, 08 de septiembre de 2004.
[12] Salas Ramos, Valentina y Candia Eduardo: “¿Por qué nos cuesta cambiar? Más y mejor democracia para conducir los cambios en Chile”, ‘El Mostrador’, 01 de septiembre de 2024.
[13] Kuhn, Thomas S.: “La estructura de las revoluciones científicas”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004, pág. 85.
[14] Damasio, Antonio: “El extraño orden de las cosas”, Editorial Planeta Chilena S.A., Santiago, 2019, pág. 100 y 101.
[15] Damasio, Antonio: “Y el cerebro creó al hombre”, Ediciones Destino S.A., Barcelona, 2010, pág,83.
Felipe Portales says:
El problema para Chile es más profundo. Es acceder a un sistema democrático efectivo, como el que tuvimos entre 1958 y 1973. Hoy tenemos -más allá de las apariencias y las formalidades electorales- un sistema virtualmente dictatorial en que pocas decenas de grandes grupos económicos concentran el poder económico y cultural, y subordinan completamente el poder político. Basta verlo con el caso reciente de las Isapres; y con el regalo de la mitad del litio hasta 2060 a Ponce Lerou, efectuado por el gobierno.