El antiintelectualismo en las derechas: un peligro silencioso en la era de la hiperconexión
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El fenómeno del antiintelectualismo dentro de las derechas es un tema que merece un análisis profundo y cuidadoso. En tiempos recientes, hemos observado un resurgimiento de esta actitud, que busca deslegitimar y desprestigiar el pensamiento académico y razonado. Este tipo de pensamiento, a menudo tildado de «marxista», “comunista” o «liberal», se enfrenta a un rechazo sistemático que no solo ignora la complejidad de las ideas, sino que también fomenta un ambiente de polarización y simplificación extrema. En este marco, el antiintelectualismo se convierte en una herramienta política peligrosa que amenaza con erosionar los cimientos del pensamiento crítico y la deliberación racional, esenciales para cualquier democracia saludable.
El antiintelectualismo dentro de las derechas no es un fenómeno reciente ni aislado. A principios del siglo XX, el historiador chileno Alberto Edwards ya advertía sobre las tensiones inherentes entre la facticidad y el doctrinarismo, subrayando una dicotomía fundamental en el pensamiento político chileno. Esta tensión, según Edwards, se manifestaba en una preferencia por lo empírico y lo tangible, en detrimento de las construcciones teóricas que pretendían explicar o transformar la realidad. Para las derechas, enfocadas en la preservación del statu quo, cualquier forma de pensamiento que desafiara su visión del mundo era vista con sospecha y rechazo. Este rechazo no se limitaba únicamente a las ideas provenientes de la izquierda, sino que también se extendía a cualquier tipo de intelectualismo que cuestionara las estructuras de poder establecidas (véase Luis Corvalán, *Nacionalismo y Autoritarismo durante el siglo XX en Chile. Los orígenes, 1903-1931*, 2009).
El profesor Luis Corvalán destaca en su obra que la dicotomía central en la hermenéutica del bosquejo de los partidos políticos chilenos radica en que la facticidad se vincula a las realidades objetivas del país, fruto de una larga historia. Frente a ello, el doctrinarismo se identifica con las ideas liberales importadas de Europa, que, según Corvalán, al modo de Edmund Burke, se conciben como teorías abstractas desvinculadas de las realidades nacionales concretas. Es crucial señalar que las ideas de Edwards no pueden ser trasladadas al presente sin tener en cuenta el contexto y las diferencias temporales. Como sugiere el contextualismo radical del historiador británico Quentin Skinner, la discusión de Edwards pertenece a otra época y a un debate distinto al actual. Sin embargo, lo que resulta interesante es que para Edwards, el único orden político que se ajustaría a las realidades locales sería uno de corte autoritario. Por tanto, el liberalismo y, por extensión, el marxismo, serían percibidos como un asalto a la facticidad, incapaces de materializarse en un orden duradero y estable.
Hoy en día, observamos una resonancia de esta perspectiva en ciertos sectores del pensamiento intelectual de la derecha, donde se considera que el único orden político viable es autoritario. Desde esta óptica, la democracia o los gobiernos de socialismo democrático serían inviable porque representan un constructivismo abstracto. En esta dicotomía, que emerge en la hermenéutica del bosquejo de los partidos políticos chilenos, aparece también otra distinción relevante: la oposición entre una “personalidad salvífica” y los “intelectuales liberales.” La primera se caracteriza por poseer dones intuitivos más que racionales y un profundo conocimiento de las realidades concretas del país. Afortunadamente, en Chile, esta personalidad salvífica no encuentra eco en ninguna figura prominente de la derecha, salvo en aquellos nostálgicos que ven en el general Augusto Pinochet un reflejo de esta figura. Esta “personalidad salvífica” se enmarcaría dentro de la facticidad, mientras que los intelectuales serían desacreditados por su inclinación a recepcionar ideologías extranjeras que, según Edwards, tenderían a dividir al país.
Por otro lado, en nuestros tiempos de hiperconexión, el antiintelectualismo ha encontrado un terreno fértil en las redes sociales y plataformas digitales. La difusión de bulos, desinformación y comentarios que ridiculizan el pensamiento académico se ha vuelto común. YouTube, en particular, ha sido un vehículo clave para la propagación de este tipo de contenido. Canales que se dedican a desinformar, burlarse e insultar a políticos y académicos, especialmente aquellos de izquierdas, han proliferado. Este tipo de ataques no solo buscan desacreditar a individuos específicos, sino que también minan la confianza en el conocimiento académico en general.
Un ejemplo claro de este fenómeno es el Brasil de Jair Bolsonaro, donde el antiintelectualismo se institucionalizó a través de iniciativas como la «escola sem partido«. Este movimiento acusaba a los profesores de secundaria de adoctrinar a los estudiantes con ideas de izquierda, y proponía la neutralidad como un valor absoluto en la educación. Sin embargo, esta neutralidad era, en realidad, una forma de censura que impedía la discusión de ideas que pudieran desafiar las creencias predominantes de la derecha. Este tipo de antiintelectualismo es extremadamente peligroso, ya que no solo limita la libertad de pensamiento y expresión, sino que también fomenta una sociedad menos crítica y más susceptible a la manipulación.
En Chile, este tipo de antiintelectualismo también está presente. Aunque puede no ser tan evidente como en Brasil, se manifiesta en comentarios y actitudes que buscan deslegitimar el pensamiento académico. Un ejemplo fue hace algunos años el comentario del economista Axel Kaiser sobre el libro de Thomas Piketty, «El Capital en el Siglo XXI». Kaiser, un intelectual ultraliberal de la derecha chilena, descalificó a Piketty diciendo que «es un intelectual, no le ha trabajado un día a nadie». Este tipo de comentarios no solo buscan desacreditar a Piketty como individuo, sino que también reflejan un desprecio más amplio hacia el trabajo intelectual y académico.
El antiintelectualismo de derechas, sin embargo, no es monolítico. También existe un tipo de antiintelectualismo que se dirige hacia otros intelectuales, no necesariamente de izquierdas, pero que son percibidos como una amenaza para la hegemonía de la derecha. Este tipo de ataques son igualmente peligrosos, ya que fomentan un ambiente de división y enfrentamiento dentro de la propia derecha. Además, al atacar a otros intelectuales, las derechas contribuyen a la erosión del debate intelectual y académico, lo que, a largo plazo, debilita la capacidad de la sociedad para enfrentar de manera crítica y reflexiva los desafíos del presente.
En consecuencia, el antiintelectualismo es una amenaza para la democracia y la convivencia social. En lugar de promover el debate y la deliberación racional, fomenta la polarización y la simplificación extrema. Además, al desprestigiar el conocimiento académico y el pensamiento crítico, contribuye a la creación de una sociedad menos informada y más susceptible a la manipulación. Es fundamental que, como sociedad, reconozcamos los peligros del antiintelectualismo y trabajemos para fortalecer el papel de los intelectuales y académicos en el debate público.
El antiintelectualismo dentro de las derechas es un síntoma de una crisis más profunda: la desconfianza en las instituciones y en el conocimiento experto. Esta crisis no se limita a las derechas, pero en este contexto, se manifiesta de manera particularmente virulenta. La solución a esta crisis no es simple, pero pasa necesariamente por un esfuerzo colectivo para revalorizar el conocimiento y el pensamiento crítico. En tiempos de hiperconexión, donde la desinformación y los bulos se propagan con una velocidad sin precedentes, es más importante que nunca promover una cultura de respeto hacia el conocimiento académico y la deliberación racional. Solo así podremos enfrentar los desafíos del presente de manera crítica, informada y constructiva.
Fabián Bustamante Olguín.
Doctor en Sociología. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo.