Una oligarquía trepidante
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Aunque se investigue a fondo, jamás se conocerán los robos perpetrados por nuestra oligarquía. No de una gallina francolina o de un pan, lo cual condenó a un personaje de una novela de Víctor Hugo, a ir a la cárcel. Si usted es dueño de su casa, quizá no lo sea y los títulos de dominio, representen sólo una ilusión. Bueno, dirá usted, aplicando la filosofía popular: tener ilusiones en la vida, de algo sirve. Como usted vive a tres cuartos y un repique, evita enterarse de las marrullerías de esta casta social. Prefiere cerrar los ojos. ¿Cómo frenar su codicia si saben encausarla? En horas, se embolsican, lo que usted ganaría en su vida de trabajo. A menudo, sin mover el meñique, porque sus ocupaciones son múltiples. El arte de robar se hunde en la historia de la humanidad y tiene infinidad de complejidades; y la más significativa es no dejar huellas. Gatos de campo para algunos, zorros para otros. Como la oligarquía se jacta de ser la dueña de Chile, en privado, dispone de las argucias y una pléyade de asalariados a su servicio, para apoderarse de las riquezas. Marrullerías, diseñadas a la medida de su voracidad. Donde usted busque, encontrará las huellas de sus afiladas zarpas. Como permanecen atragantados de tanto engullir a cuatro manos, de repente, ejecutan una estupidez y arriesgan ir a la universidad a clases de ética. Aunque usted no lo crea, algo aprenden; es decir, a no cometer las mismas boberías.
Nada se realiza en política o en otros ámbitos, sin su consentimiento. La oligarquía chilena es la empresa con mayor cantidad de empleados. Desde la alcahueta a cargo del conventillo, hasta el señorón, responsable de escribir panegíricos en la prensa. Diestra en saber elegir a sus asesores, contratados en el mercado persa, no se manchan las manos. Otros, como el abogado Luis Hermosilla y su corte de sirvientes, quien, por ir a Melipilla, perdió su silla. Ni hablar de esas manos sagaces y peludas, ávidas en escamotear información. Toda una tramoya de antología, destinada a servir de sustento a sus atropellos. Quienes van a la cárcel de alta seguridad o de las piñuflas, son los empleados que, por lenguaraces y jactanciosos, sueltan la pepa y terminan engrillados. Quienes se emborrachan al sentir olor a dinero engatusador, fulero, mientras sus patrones, saben cómo escabullirse del maremoto. A éstos, nadie los conoce, pues viven en la sombra, no de la cárcel, sino del anonimato.
Así marcha nuestra sociedad, de tumbo en tumbo, cuyo destino resulta cada día más incierto. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Escribir por escribir, a menudo se convierte en una banalidad. Hostil, si se quiere. Crónicas que se dispersan a la primera ráfaga del viento o terminan olvidadas en un baúl de la buhardilla. Al menos, disponemos de un medio donde escribir sobre nuestras aprensiones, y sentir cierto aire de libertad. Referirnos a cualquier tema. Decir, por ejemplo, que la democracia es una invención de la oligarquía, cuyo objetivo es mantener tranquilo al borrego. Convencido de vivir en la panacea, admite esta modalidad de gobierno y termina convencido de su bondad. Quizá, para la oligarquía, la democracia es el sistema político que más les acomoda a sus intereses, aunque de pronto, les seduce la dictadura.
Confiar demasiado en la democracia, bien podría ser una trampa. Engaño bien elaborado. Nos puede conducir a aceptar esta concepción política, como la ideal para ser aplicada en nuestros tiempos. Surgida bajo el alero de la modernidad, se arrastra sumisa a los intereses de una minoría ambiciosa. En medio de la turbiedad, a veces surge una luz de esperanza, que por desdicha se apaga a causa de los vientos de desgracia.
Walter Garib