Columnistas

El precio del poder militar en la construcción del socialismo

La historia de los estados socialistas revela una estrategia recurrente y crucial para la construcción y consolidación de su hegemonía: la toma y control de las Fuerzas Armadas. Este movimiento, visto en países de la antigua órbita soviética, ha demostrado ser una herramienta fundamental para la creación de una sociedad socialista. Sin embargo, este enfoque no ha estado exento de costos significativos, tanto en términos de la viabilidad del socialismo como en la estabilidad de las sociedades que lo abrazaron.

Para comprender la magnitud de estos costos, es esencial examinar cómo los estados socialistas construyeron su hegemonía a través del control militar. En la Unión Soviética, por ejemplo, la Revolución de Octubre no solo transformó la estructura política, sino que también estableció un firme control sobre el ejército. Lenin y los bolcheviques entendieron que el Ejército Rojo debía ser leal al nuevo régimen para garantizar la consolidación del poder. Esta estrategia se reflejó en el riguroso control político del ejército y la purga de oficiales que no eran fieles al partido. La militarización de la política y la sociedad soviética, con el ejército desempeñando un rol central en la represión y la construcción de la nueva sociedad, tuvo profundas implicaciones.

En los primeros años del régimen soviético, la omnipresencia del Ejército Rojo contribuyó a la estabilidad del gobierno bolchevique. Sin embargo, a medida que el tiempo avanzaba, esta estrategia reveló costos severos. La primera gran purga de Stalin, que alcanzó a numerosos oficiales militares, muestra cómo la dependencia del ejército para la estabilidad política podía también ser una fuente de inestabilidad. La falta de confianza y la continua represión afectaron no solo a la moral del ejército sino también a la capacidad de defensa de la URSS, como se evidenció en la Segunda Guerra Mundial.

Un ejemplo paradigmático de estos costos se puede observar en la República Democrática Alemana (RDA). El régimen de la RDA, bajo el liderazgo del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), se alineó estrechamente con el modelo soviético y asumió el control absoluto de las Fuerzas Armadas Nacionales de la RDA (NVA). El SED, consciente de la importancia del control militar, utilizó la NVA para reforzar su dominio, tanto interna como externamente. Sin embargo, esta dependencia del aparato militar para mantener la estabilidad política resultó ser un arma de doble filo. La NVA no solo se convirtió en un instrumento de represión interna, sino que también se enfrentó a una creciente desconfianza y descontento entre sus propios miembros y la población general. El Muro de Berlín, con su construcción y su mantenimiento, simboliza la distancia creciente entre el régimen socialista y su pueblo, exacerbada por una estructura militarizada que promovió un clima de vigilancia y represión.

La experiencia de la República Popular de Polonia ofrece otro caso ilustrativo. Tras la Segunda Guerra Mundial, el Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR) consolidó su control sobre el país mediante un estrecho vínculo con las Fuerzas Armadas. La creación de la Policía Secreta y la introducción de leyes estrictas de control social y represión de la oposición fueron facilitadas por el poder militar. Sin embargo, la dependencia del aparato militar para mantener el orden en la sociedad también llevó a una serie de crisis económicas y políticas que eventualmente desembocaron en el surgimiento del movimiento Solidaridad. Este movimiento, con su capacidad para movilizar a grandes sectores de la población, evidenció cómo el control militar no podía sostener la estabilidad política y social de manera indefinida.

En la experiencia de otros países como Hungría y Checoslovaquia, la relación entre el poder militar y la estabilidad socialista se manifestó en una tensión constante. En 1956, la rebelión en Hungría, reprimida por las fuerzas soviéticas, demostró cómo la imposición del control militar podía llevar a un descontento masivo. Checoslovaquia, con su intervención en 1968, mostró que la dependencia de las fuerzas militares para controlar la disidencia y mantener el régimen podía resultar en una erosión gradual de la legitimidad y la cohesión social.

La misma dinámica se ha visto en otros estados socialistas. En Cuba, Fidel Castro utilizó las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no solo como un instrumento de defensa contra posibles invasiones externas, sino como una herramienta clave para implementar y consolidar el régimen socialista. La revolución cubana no solo se enfrentó a desafíos externos, sino también a la necesidad de asegurar el control interno. El liderazgo militar de Castro, incluido el papel crucial de Raúl Castro, fue esencial para la implementación de políticas socialistas y la represión de disidencias. Sin embargo, esta dependencia de las fuerzas armadas también trajo consigo un costo elevado: el mantenimiento de un aparato militar grande y costoso que desvió recursos que podrían haberse utilizado para el desarrollo económico y social.

En Venezuela, el ascenso de Hugo Chávez y su movimiento bolivariano se basó en una alianza estratégica con las fuerzas armadas. Chávez, exmilitar y presidente durante más de una década, entendió la importancia de tener el control militar para la estabilidad de su régimen. La creación de una estructura militar política conocida como la «milicia bolivariana» y el control de importantes cargos gubernamentales por parte de exmilitares consolidaron su hegemonía. Sin embargo, este enfoque ha tenido consecuencias devastadoras. La corrupción y el clientelismo militar, exacerbados por la falta de transparencia y rendición de cuentas, han contribuido al colapso económico y social del país. La crisis venezolana es un claro testimonio de cómo la priorización del poder militar sobre otros aspectos del gobierno puede conducir a la desestabilización y al deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos.

En Corea del Norte, la dinastía Kim ha mantenido un régimen socialista utilizando el control absoluto sobre las fuerzas armadas como una herramienta para garantizar su permanencia en el poder. La importancia del ejército en la estructura del estado norcoreano no solo se refleja en su papel en la represión interna, sino también en su influencia en la economía y la política. La política de «militarización de la economía» ha llevado a una concentración de recursos en el aparato militar, dejando al país con una economía debilitada y una población sufriendo penurias. La centralización del poder militar ha contribuido a una situación de aislamiento internacional y una dependencia económica que ha exacerbado las dificultades para el régimen y sus ciudadanos.

Estos ejemplos subrayan que la relación entre los estados socialistas y sus Fuerzas Armadas ha sido una doble amenaza. Por un lado, el control militar fue esencial para la consolidación y el mantenimiento del poder en una sociedad socialista. Por otro lado, este mismo control se convirtió en un factor de inestabilidad a medida que los costos asociados con la militarización de la política y la represión de la oposición comenzaron a hacerse evidentes.

La militarización como estrategia para construir una sociedad socialista y estabilizar el régimen conlleva costos que trascienden lo económico y lo político. La confianza pública en el gobierno puede erosionarse rápidamente cuando el aparato militar se convierte en el principal instrumento de control social. La falta de libertad y la constante vigilancia pueden minar el tejido social, generando descontento y resistencia.

Para cerrar, aunque el control de las Fuerzas Armadas fue un componente clave en la estrategia de los estados socialistas para construir y mantener su hegemonía, los costos asociados con esta dependencia son evidentes. La estabilidad que buscaban alcanzar a través de la militarización a menudo resultó ser precaria y costosa, generando crisis internas que debilitaron los regímenes socialistas y, en muchos casos, contribuyeron a su eventual colapso. La historia demuestra que el precio de utilizar el poder militar para construir una sociedad socialista puede ser alto, afectando no solo la viabilidad del socialismo, sino también la estabilidad y cohesión de las sociedades que intentan construirlo.

 

Fabián Bustamante Olguín.

Doctor en Sociología. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

 

Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *