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Calzones en la cesta del pan

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Como una demostración entre la ironía y el desparpajo, una bella chica, ingresa a una panadería en España. Ante la atónita mirada de los clientes, se quita los calzones y los deposita en una cesta del pan. En medio de la baraúnda y la perplejidad, nadie atina a reaccionar. Se marcha rampante del lugar, sin ese atavío que en España llaman bragas. Tras sí, ha dejado el aroma del amor en una prenda rosada, cuya transparencia es sinónimo de pureza. ¿Acaso señuelo de quien vive al amparo de la pasión clandestina? Nadie lo sabe. ¿O se trata de la devoción hacia una prenda protectora de la virginidad? En otra época se hablaba de cinturones de castidad. Aún persiste en algunos países de África, la mutilación de los genitales femeninos, pues el goce sexual está destinado solo a los hombres.  No es tema de nuestro personaje. Ha querido alterar el orden burgués. Romper los estereotipos, que nos ha impuesto una sociedad, que no se detiene en guerrear. Pacata y permisiva, donde a cada instante nos enfrentamos a sujetos golpeadores, que en su machista frenesí, abusan de la mujer.

La inglesa de nuestra crónica, que irrumpió en la panadería aquella tarde, donde el público adquiría sus vituallas, quiso dar un manotazo a las tradiciones. Golpear la moral pacata y dejar un obsequio a quien quisiera recoger el guante, es decir, el resguardo de su sagrada intimidad. Un pedazo de tela, como alas de mariposa, por lo general en forma triangular. ¿Acaso un juego destinado a sorprender la mojigatería? Hubo quienes la tildaron de cochina. Otros prefirieron sonreír y no faltó quien deseara llevarse aquella prenda para la casa, junto a olorosas hogazas de pan. Sus calzones no estaban rotos, lo cual en nuestro país es un bizcocho muy apetecido, a la hora del té. O llámele usted a cualquiera hora de la intimidad. Sí, la intimidad necesaria, destinada a los juegos clandestinos, vinculados al amor. Bien podrían ser los calzones amarillos, que se usan en año nuevo, para traer la buena suerte. También los utilizados por una generación de intelectuales, que profesa el purismo político.

De inmediato, la chica que era de nacionalidad inglesa, divulgó su memorable hazaña por las redes sociales, recibiendo elogios e insultos a granel. La acusaron de todo, incluso de arriar la bandera, donde no correspondía hacerlo. ¿Acaso el pan no es un alimento universal, citado en todos los libros? La hipocresía, vinculada a las buenas costumbres la acusó de ser una vulgar asquerosa, que busca cualquier medio para provocar escándalo. Si ella se hubiese llamado Marilyn Monroe, miles de fanáticos habrían concurrido a la panadería, a rescatar esa prenda aromada por la pasión. El pan sagrado, por el cual se lucha a diario. La ofrenda, jamás desdeñada por ateos o creyentes. Y si nos remontamos a la antigüedad, igual pasión se hubiese desatado, si se tratara de Cleopatra, aunque ignoramos si usaba calzones. De haber dudas, se debe preguntar a sus amantes, vinculados al Imperio Romano.

Semejante adhesión por las prendas de vestir, es de antigua data. Hay museos donde se encuentran los zapatos de un rey, su capa, calzas y nadie reclama. Olor a naftalina, como si fuesen las polillas vivientes de una era atrapada en el pasado. Objetos guardados en el baúl de la buhardilla, porque ya no sirven, o deben esconderse por razones de pudor. Otras personas de ambiguo ingenio, aúllan en vez de cantar y dan saltos tratando de imitar a los monos. Nuestro personaje, lanzó una bengala en medio de la oscuridad.

 

Walter Garib

 

 

 

 

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Walter Garib

Escritor

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