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La oposición en Venezuela quiere un 11 de Septiembre

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La oposición en Chile al gobierno del doctor Salvador Allende decía que éste quería instalar una dictadura, que tenía un ejército de guerrilleros extranjeros, que almacenaba enormes cantidades de armamento y que se aprestaba a realizar un ataque generalizado en contra de los familiares de los oficiales de Ejército, el plan Z.

Todas estas mentiras cayeron, pero eso ocurrió después de la masacre.

La situación se repite casi calcada en Venezuela, donde el auténtico y real opositor no es la derecha venezolana, sino los norteamericanos, igual que en Chile.

El expresidente Donald Trump, criticando la política exterior de los demócratas, ha dicho con toda sinceridad: «Yo tenía al Gobierno de Venezuela a punto de colapsar y ahora resulta que el petróleo tenemos que comprarlo». Esa es la madre del cordero, diría mi abuela.

En Chile, ahora están los resultados económicos de la masacre: el 60% del cobre de exportación se lo llevan empresas extranjeras, pagando los impuestos que ellos quieren, y los anexos del cobre se los llevan gratis, lo que es más dinero aún.

En Venezuela se realizaron elecciones con partidos opositores y candidatos actuando en la legalidad, con prensa opositora libre y con un despliegue en las calles que nunca fue reprimido.

Es, cuando menos, curioso que una dictadura tolere partidos opositores, prensa opositora y que vaya a elecciones periódicas, de las cuales ha perdido dos y lo ha reconocido.

Es lamentable que nuestro gobierno se preste para las agresiones que, desde el país del norte, se endilgan contra el gobierno venezolano y, lo que es peor, que se expresen en una agresión económica que afecta principalmente al pueblo venezolano con el propósito indisimulado e inmoral de que, acicateado por las necesidades, se vuelva contra su propio gobierno.

Afortunadamente para Venezuela, una inteligente política económica y también afortunadas circunstancias internacionales han hecho que esa economía se recupere a paso acelerado desde hace casi un año y medio.

No solo es lamentable la política de nuestro gobierno, sino que además es errónea.

Las relaciones son entre Estados, no entre gobiernos. Es lo que se conoce como la doctrina del canciller mexicano Estrada, que nuestra cancillería ha venido siguiendo desde su formulación en 1930.

Si aceptáramos que los gobiernos tienen el derecho a calificar los procesos políticos internos de otro país y el funcionamiento de sus instituciones, las relaciones internacionales se transformarían en un pandemonio, y lo que es peor, negado el principio de soberanía de las naciones, nosotros tendríamos que someter nuestros procesos electorales internos al conocimiento y aprobación de otros países. Eso es claramente un absurdo.

Los Estados se respetan con las formas que cada uno tiene. Cuando el presidente Boric endilgó una serie de descalificaciones y exigencias al proceso electoral venezolano estando en los Emiratos Árabes Unidos, Estados que no han hecho una elección en su vida, no hemos tomado conocimiento de que el presidente haya criticado esa situación, y eso es prudente y correcto.

Si aceptáramos la injerencia de los Estados en procesos políticos internos de otros reglados por sus propias leyes, podríamos llegar al absurdo de que nuestras elecciones municipales de octubre estuvieran sujetas a la aprobación de la comunidad internacional; es decir, el alcalde electo de Chimbarongo debería recorrer las cancillerías en busca de aprobación antes de asumir su cargo.

La oposición en Venezuela, que tiene sus principales bases de apoyo en las zonas pudientes de Caracas, como el barrio Las Mercedes, donde cerró su campaña, no busca llegar al gobierno por la vía democrática, por eso desprecia incluso el 43% de apoyo que obtuvo en las últimas elecciones.

Lo que la oposición venezolana, no toda, pero sí la encabezada por doña María Corina Machado, busca es el derrocamiento del Gobierno y desatar la posterior masacre, como en Chile en 1973.

Esto es una necesidad para la restauración del sistema capitalista subordinado a los norteamericanos en Venezuela. En efecto, si el socialismo venezolano perdiera el gobierno por vía electoral, podría con facilidad recuperarlo en las próximas elecciones, pues su obra en beneficio de los más pobres, de los trabajadores, los estudiantes y la clase media emprendedora es manifiesta y está a la vista de todos.

Por eso es que la oposición venezolana busca el golpe de Estado para poder desatar la masacre, pero como el socialismo venezolano es pacífico pero no está desarmado, a diferencia de Chile en 1973, una acción insurgente desataría la guerra civil.

Por todas estas razones, creo que cualquier muestra de apoyo a los golpistas venezolanos en realidad es echarle leña a la guerra civil en Venezuela.

 

Roberto Ávila Toledo

 

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Roberto Avila Toledo

Abogado de derechos humanos

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