Gabriel Boric según Saramago, Marx (Groucho) y Sartre
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José Saramago: “¿Acaso no es cierto que, en el preciso momento en que la boleta es introducida en la urna, el elector transfiere a otras manos, sin más contrapartida que algunas promesas escuchadas durante la campaña electoral, la parcela de poder político que poseía hasta ese momento en tanto miembro de la comunidad de ciudadanos?”
Los que hemos transferido nuestra pequeña parcela de poder político a otras manos, tenemos bien ganado el derecho de, por lo menos, expresar nuestra rabia cuando el defraude es mucho más que el aceptado para evitar a la ultraderecha.
Porque Gabriel Boric ha develado su verdadera personalidad política: ninguna. O varias. O todas. Que es como decir la del medio, la del veleta, de la vuelta de carnero, la del viraje de chaqueta o la del estar bien con todos.
Menos con la gente que le creyó. Esa que renunció a su porción de soberanía por no tener nada más a su alcance.
Un político que intenta quedar flotando entre la nada y la cosa ninguna, bandeando según sea la lisonja y la presión, que acepta los poderosos tentáculos de las decadentes democracias europeas y del complicado momento del imperialismo norteamericano y que, por cierto, hace gala de un enorme temor a la derecha en todas sus versiones y variantes, jamás será alguien confiable.
Quien de pronto abjura de su pretendido izquierdismo, jamás fue de izquierda. La historia de este país está llena de tránsfugas, rábulas y marranos.
A lo sumo, es el producto de la miopía de la izquierda, de su tibieza tembleque, de su desorientación y de su falta de horizonte.
La escasa mirada de largo plazo de quien se formó políticamente con cero contacto con el país real, está obligado a ver solo lo que huella su pie. Las marchas estudiantiles no son ni han sido la realidad de un pueblo que no ha levantado cabeza en más de treinta años.
Boric y su gente no se proponen cambios que beneficien a las víctimas de una cultura esencialmente inhumana. Creen que el actual orden es el único posible y en este dominio habría que buscar el sentido de la política leída en los manuales y asentada en la visión que importaron de la Concertación.
No es posible analizar el pensamiento político de Gabriel Boric, sus convicciones y horizontes utópicos. A lo sumo, es posible dar con una seguidilla de frases que sonaron muy interesantes en el momentos en que fueron dichas.
Groucho Marx: «Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros«.
Por eso Gabriel Boric necesita impostar gestos, un cierto paso arrogante y variaciones tonales de su voz para intentar demostrar convicciones y principios muy anidados, reflexionados, leídos y estudiados. Sobre todo, actuar con un sentido de autoridad al modo del alcalde de La Pérgola de las flores, que tanto festeja la derecha.
Pero no le sale.
Hasta el día anterior a su elección, Gabriel Boric denostaba en cuanto podía a la Concertación/Nueva Mayoría. Era todo aquello que se debía superar en moral y proyección política, en falsa promesas y rendiciones. Era, en sus palabras, lo peor que había pasado a un pueblo que tuvo el coraje de sacudirse de la dictadura.
Como todos sabemos, en breve, Gabriel Boric debió acudir a parte de los peores cuadros concertacionistas cuando cayó en cuenta que poder y gobierno son cosas diferentes.
Así, de pronto, solo con cargo a una evidente ausencia de principios, el otrora crítico de la Concertación/Nueva Mayoría, autopropuesto para superar ambas coaliciones que ya estaban en una etapa terminal, les entrega un salvavidas que habrán recibido risueños y complacidos.
La ausencia de principios verificables, anclados en convicciones reales hará que a Gabriel Boric solo le quede enjaezarse como líder de esas sobras flotantes en lo que le reste de vida política.
Lo veremos transitar como un político conservador que repetirá que la gente es pobre porque quiere, que es necesario levantarse más temprano, que esta es tierra de emprendedores, que este sistema es bueno, pero hay que corregirle algunas cosas y que él se asume como la deriva adelantada, actualizada y necesaria de los que lo antecedieron.
Y resumirá su filosofía política en una posología que rechaza la violencia venga de donde venga, que está en contra de toda dictadura, que hay que defender la democracia siempre y en todos lados, que los extremos son malos, que las instituciones funcionan, que habrá justicia en la medida de lo financiable y que el himno nacional es el segundo más bello después de La Marsellesa.
Sartre: “Creo que un ser humano siempre puede hacer algo más de lo que se ha hecho de él. Esta es la definición que yo daría hoy de la libertad: ese pequeño movimiento que convierte a un ser social totalmente condicionado en una persona que no reproduce la totalidad de lo que ha recibido a través de su condicionamiento.”
Ricardo Candia Cares
Serafín Rodríguez says:
Y Neruda?
«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos» que nunca fuimos, habría que agregar…