Entrevistas Portada

Entrevista a un observador chileno en las elecciones de Venezuela

Tiempo de lectura aprox: 5 minutos, 58 segundos

Roberto Ávila Toledo es abogado de la Universidad de Chile y ha sido querellante en causas relevantes de Derechos Humanos en Chile, como en aquella en que se investigó la muerte del presidente Allende. También participó en el caso que condenó al coronel Christian Labbé y a los agentes de la DINA por la desaparición de la directiva del Partido Socialista en 1975. Actualmente, tiene procesado por torturas al general Juan Emilio Cheyre y fue querellante en el caso que condenó al coronel Christian Labbé. Estos días se apresta a alegar en la Corte de Temuco en un caso donde se condenó a más de 10 agentes del Estado por violación a los derechos humanos de la directiva y el intendente socialista de Valdivia en 1973.

Recientemente regresó de Caracas, donde presenció la elección presidencial en calidad de invitado internacional. Políticamente, se le reconoce en el ámbito del socialismo democrático.

¿Cómo fueron invitados los observadores? ¿El régimen los eligió a su gusto?

Invita el Consejo Nacional Electoral, que es parte del Poder Electoral, un poder constitucional autónomo que no depende del gobierno. El Consejo está constituido a partir de la representación parlamentaria de los partidos y les indica a estos cuántos observadores pueden invitar cada uno, considerando sus diputados. A partir de allí, cada partido elabora su listado y organiza la agenda de sus invitados. Por prudencia, la cancillería se encarga de que se alojen en lugares distintos.




Me costó entender por qué me escribían desde el Consejo Electoral, la cancillería y el Partido Socialista Venezolano para coordinar mi viaje.

 

¿Pero hay observadores como Rojo Edwards y Kast que fueron rechazados?

Ellos no fueron incluidos en el listado por ninguna organización opositora venezolana. En Chile se sabe poco, pero internacionalmente estos parlamentarios son considerados más allá de la derecha, y no se les mira bien ni siquiera por la propia derecha internacional. Lo de la familia Kast en Paine en 1973 es conocido. Se les considera pinochetistas; ¿quién podría invitarlos sin enlodar su propia causa?

No estaban invitados por nadie y además iban a atizar el odio entre venezolanos en un momento muy delicado. Era obvio que ninguna autoridad responsable los iba a tolerar.

Respecto a los españoles de ultraderecha, estaban en la misma situación, con el agravante de que instigaron a la Unión Europea para no permitir que Venezuela retirara su dinero de bancos europeos para comprar vacunas durante la pandemia. Los venezolanos tuvieron que esperar a que chinos, rusos y cubanos inventaran sus vacunas. De no haber podido conseguirlas, los venezolanos habrían muerto como moscas.

El socialista español Rodríguez Zapatero sí estuvo, aunque no pude reunirme con él por una descoordinación.

Sobre Venezuela pesan más de 900 sanciones económicas de distinto tipo. Incluso les han incautado dólares para comprar insulina.

 

¿Cómo fue la previa a la elección?

Estuve allí desde una semana antes, y todo fue muy tranquilo. Había propaganda de todos los candidatos en las calles.

En uno de los centros de votación que visité el día de la votación, llegó un joven muy alto por el cual el componente femenino pujaba por tomarse fotos. Pensé que era un deportista o un cantante, pero resultó ser el gobernador socialista del Estado de Miranda. A la salida, un grupo de unas 30 personas lo abucheó y entonó cánticos anunciando que ese día se iban a tener que ir. El grupo que rodeaba al gobernador, mucho más numeroso, respondió con «el pueblo unido jamás será vencido», y la policía, el Ejército y la Guardia Bolivariana que estaban allí no intervinieron en favor de ninguno de los dos coros. El asunto no pasó a mayores.

En otro centro de votación, la puerta de entrada y las calles aledañas estaban empapeladas con panfletos del partido Copei, equivalente a la Democracia Cristiana chilena y opositor al gobierno.

Dentro de los recintos electorales, las personas llegaban, acreditaban su identidad con su cédula y la toma de su huella digital, igual que en los bancos. Luego pasaban a un armario que cubría hasta la mitad de su cuerpo y evitaba ver qué opción adoptaban. Les aparecía una pantalla electrónica con los distintos candidatos y el partido que los proponía; por eso había candidatos con varias fotos. Esto es muy útil políticamente porque permite al triunfador y al perdedor saber cuántos votos le aportó cada partido.

Si la persona pulsaba su opción, el sistema le pedía que confirmara o borrara si deseaba corregir. Luego pulsaba la opción y una máquina dentro de la cabina le entregaba el voto con la opción marcada en papel. Este voto se ingresaba a la urna de votación y se mandaba a la máquina electrónica lo que la persona había pulsado. Luego la persona firmaba el libro de comparecencia y agregaba su huella digital.

Había apoderados de los candidatos que, a la hora del recuento, recibían un acta con sustento en papel. Las actas están, su exigencia es simple barullo. Quien denuncia fraude es quien debe exhibir los antecedentes en que se sustenta su acusación.

Finalizado el acto de votación, la máquina electrónica entregaba los votos de cada candidato y los resultados. Luego había que verificar si coincidían con el recuento de los votos físicos y, si así ocurría, lo lógico era cerrar y remitir con sustento en papel y electrónico.

Este es un sistema muy difícil de vulnerar porque, además, en cada lugar había apoderados, que ellos llaman testigos, de todos los comandos presidenciales. Lo que ocurrió fue que la oposición, particularmente después del acto de cierre, pensó equivocadamente que el triunfo de la opción de Nicolás Maduro podía tener dimensiones gigantescas. Algunos intentaron: primero, sabotear una central eléctrica para que se cortara la luz y se interrumpiera el proceso electoral. Después, intervinieron el sistema electrónico para que, aun cuando estuviera el recuento en la mesa, este no pudiera llegar al Centro Nacional de Cómputos, lo cual retrasó varias horas el conteo final.

 

¿Quién ganó las elecciones?

Claramente las ganó Nicolás Maduro, pero hay matices que es difícil percibir cuando se observan los hechos a la distancia.

Primero, hay que considerar que la oposición sacó más del 40% de los votos, y eso en cualquier país del mundo deja a esa opción política en una situación de gran expectativa para los próximos eventos electorales. La derecha venezolana, o más bien una parte de ella, muy enceguecida, no parece percibir su importante avance, quizás cegada por la idea de extirpar el chavismo a la brevedad. Esto lo decían en la propia campaña electoral.

Maduro ganó porque la economía mejora sensiblemente, lo que aumenta el optimismo. Su opción representó lo conocido y la estabilidad.

El gobierno fue a las elecciones después de 9 años de sanciones económicas. La oposición fue muy contradictoria: el candidato formal era dialogante y prudente, mientras que una jefa de campaña era amenazante y descalificadora, augurando confrontaciones.

Los guarimberos dejaron un triste recuerdo; muchos están ahora en Chile. Aquí están en lo suyo.

Doña María Corina Machado no pudo ser candidata pues el Consejo Nacional Electoral la inhabilitó hace varios años. Siendo diputada venezolana en ejercicio, fue acreditada por un canciller panameño tan estrambótico como ella, como embajadora de Panamá en la OEA, donde pidió sanciones económicas contra Venezuela. Eso es traición a la patria en cualquier parte. En Chile estaría presa.

Fedecámaras, que agrupa a los empresarios, al igual que 8 de los 9 candidatos opositores, reconocieron el triunfo de los socialistas.

 

¿Corre riesgos la democracia venezolana?

Evidentemente que sí. Todo país con recursos naturales, especialmente si tiene petróleo, corre riesgos. El modelo para derrocar al presidente Mosadegh de Irán en los 50, a Allende en los 70 y el que se aplica ahora, es el mismo.

Por otra parte, el chavismo, en el cual empiezan a tomar protagonismo jóvenes de entre 18 y 25 años, que están por todas partes, que vivieron su adolescencia y juventud los últimos 9 años acosados por las estreches económicas que produjeron las más de 900 sanciones decretadas contra ese país por Estados Unidos, miran la realidad política de otra manera.

Venezuela es un país con largas y consistentes tradiciones democráticas, pero hay una juventud revolucionaria, una generación que ha sufrido los rigores del bloqueo y las sanciones económicas, de la agresión económica, que puede decir: hacemos elecciones, recorremos el país, nos esforzamos, ganamos las elecciones limpiamente y después nos dicen que hay fraude, tiran a los guarimberos a la calle y aplican nuevas sanciones. ¿Qué sentido tiene hacer elecciones?, se pueden preguntar.

Esa es una eventual deriva autoritaria que la comunidad internacional debe considerar cuando se emiten opiniones con ligereza que se suman en definitiva a las agresiones económicas.

 

¿Tiene una salida consensuada la situación venezolana?

Creo que el establecimiento de reglas democráticas respetadas por todos es posible y necesario. Creo que en eso deberían ayudar las democracias latinoamericanas, pero hay otros intereses en juego. Venezuela tiene petróleo.

La historia se repite. La revolución bolivariana es básicamente un esfuerzo nacionalista y de justicia social, que el proceso izquierdiza y ahora la agresión económica y política echan en brazos de potencias extracontinentales. No puedo dejar de pensar en Cuba de los 60.

 

¿Qué le pareció digno de destacarse?

El grado de perversión y eficacia en la manipulación mediática. Cómo, sin pudor alguno, se difundían mentiras a sabiendas, se mostraban imágenes manipuladas, escenas de años atrás o creadas por actores, un clima de terror con una dictadura brutal y homicida zozobrando y un pueblo echado a las calles. Todo eso era mentira, una campaña desestabilizadora. Un día, una amiga derechista chilena me mandó un video con una supuesta manifestación opositora en la Avenida Bolívar que estaría ocurriendo en ese minuto, por donde yo caminaba en ese momento, y la verdad era que no había tal manifestación.

Estamos entrando en tiempos donde la verdad no basta para desarmar la mentira.

 

¿Qué le parece el retiro de embajadores con Chile?

Creo que la declaración de nuestro presidente en cuanto a que Chile no aceptaba los resultados sino bajo ciertas condiciones no fue muy afortunada. Venezuela es un país soberano, como nosotros. No nos deben cuentas de sus procesos políticos internos.

Las declaraciones presidenciales provocaron una sobrerreacción. Pero Chile acumuló tarjetas amarillas: en el golpe contra Chávez en 2001, la desastrosa gestión del embajador Pedro Felipe Ramírez, la intervención del presidente Piñera en Cúcuta instigando un golpe y una guerra civil. La gestión de Jaime Gazmuri fue profesional, prudente e inteligente, pero teníamos historia.

Las cosas se arreglarán.

 

 



Related Posts

  1. lo ramon roman says:

    Boric is totalmente el producto del neoliberlismo, por lo tanto, no se puede esperar algo diferente al neoliberlismo de sus acciones, es decir, como lo dice el sabio dicho: «NO SE LE PUEDE PEDIR PERAS AL OLMO». Asi que basta de criticar a boric, él es lo que es, y si el huevonaje espera algo diferente de él, luego, el huevonaje es más ahuevonao de lo que parece, ¿estamos?

  2. Patricio Serendero says:

    Esta información confirma que las elecciones fueron limpias, justas y transparentes. La verdad es que a la Derecha eso no le importa. No ganaron, y por lo tanto gritan el fraude. Como siempre lo hacen. En cualquier país. No hay que darles más explicaciones por lo de Venezuela.
    Y Boric claro, continua demostrando que es un Almagro cualquiera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *