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El golpe militar del 11 de septiembre del año 1973 en Chile que derrocó al presidente constitucional Salvador Allende, provocó un cambio radical en todos los ámbitos de la sociedad chilena. De la noche a la mañana de aquel fatídico día todo el país quedó bajo el poder de una junta militar liderada por Pinochet. Fue el comienzo del llamado “Apagón Cultural” y una serie de restricciones donde casi todo estaba prohibido por los bandos militares que se emitían por la radio y los medios de comunicación. Los allanamientos, las detenciones, el asesinato y la persecución de quienes pensaban diferente se hizo cotidiano y  provocó la desaparición de mucha gente y otros fueron empujados al exilio. La música y el arte pasaron a la clandestinidad.  El Toque de Queda restringía las reuniones, celebraciones y festejos bajo la atenta vigilancia de los poderes militares. Aprendimos de golpe a vivir bajo una severa dictadura y a inventar la manera de pasar desapercibidos para hacerle frente.

 

La Sangre, un grupo de rock y blues que habíamos formado en Valparaiso, con una propuesta musical agresiva y tal vez insolente en su momento, respondía a las necesidades de toda una generación que se desbordaba por ejercer el derecho a sentirse libre y valientemente enfrentar a los poderes que la oprimían. Cada vez que tocábamos con La Sangre en algún escenario por modesto que fuera, convocaba a un público diferente y mal mirado por quienes acataban sumisos las nuevas normas impuestas por la fuerza. Sus primeros integrantes fueron: Marcelo Mora (Tío Cosa) en la primera guitarra y voz, Miguel Ángel Gandulfo en el bajo y voz, Nelson Perales en la segunda guitarra, Pedro Lobos en la batería y yo, Víctor Hugo Sepúlveda en el saxo alto.

Fue creciendo así un movimiento clandestino que identificó a los desplazados, a los locos, alcohólicos, homosexuales y drogadictos que no tienen cabida en ningún régimen autoritario, como si no existieran y no tuvieran ningún derecho a la vida.

La Sangre con sus estridencias rítmicas y melódicas, con sus desafinaciones y acoples de sonido que alteraban los sentidos auditivos se fue transformando en el abrazo cálido y musical que muchos necesitábamos en esos difíciles momentos.

De a poco se fue abriendo la escena musical para un público joven que se desbordaba de manera incontenible y se empezaron a organizar festivales colectivos en grandes escenarios como la Quinta Vergara de Viña del Mar, el Fortín Prat en Valparaíso y otros recintos donde La Sangre estaba siempre presente con ese público especial que gustaba y disfrutaba de su música.

Un amigo trompetista tocaba eventualmente con nosotros. Alejandro Ibáñez Márquez y su característica: le faltaba la mano derecha, era manco. Se la voló jugando con explosivos a los 14 años y usaba una prótesis en forma de gancho con la que afirmaba la trompeta, y le apodaron Capitán Garfio, sobrenombre que aceptaba con bastante humor.

Un contrato para tocar en un festival de dos días en el Parque Rotario de las Américas de Villa Alemana organizado por la Municipalidad en los primeros años de la dictadura, fue una buena oportunidad para La Sangre de mostrar y expresar ese sentimiento de rebeldía que se venía manifestando de manera espontánea.

El escenario era al aire libre, con un precario sistema de sonido e iluminación y lo complementamos con nuestros recursos técnicos para lograr un buen espectáculo.

Las autoridades en primera fila encabezadas por el alcalde y un numeroso público que se apretujaba detrás, aplaudían a los solistas y grupos folclóricos que iniciaban el programa.

La Sangre era el plato fuerte para cerrar el show. Desde la presentación que hizo el locutor oficial para anunciar la participación del grupo se notó de inmediato  la efervescencia y emoción que provocaba en los asistentes que bailaban con mucho entusiasmo y coreaban los estribillos de los temas interpretados.

La euforia y el descontrol iban en aumento con los aplausos, silbidos  y gritos, no nos permitían terminar la presentación pidiendo otra, otra, y otra más.

Ya habíamos agotado el repertorio con los temas preparados y para no repetir ninguno decidimos rápidamente tocar uno que aún no estaba listo.

Lo habíamos esbozado en un ensayo como jugando, incluyendo partes de la letra del Himno  Nacional y el coro que repetía Puro Chile, Puro Chile en ritmo de rock. El público masivo lo captó rápidamente y también lo cantaba entusiasta. Terminamos sudando la gota gorda y al bajar del escenario nos abrazamos saboreando el éxito evidente. Los organizadores y personal técnico de la alcaldía nos miraban raro, con recelo y cara de pocos amigos. El Festival duraba dos días y debíamos volver a tocar al día siguiente.

Llegamos cuando el espectáculo ya había comenzado. Notamos de inmediato un clima hostil entre las personas que se movían detrás del escenario. Al intentar el armado de nuestros instrumentos fuimos rodeados por un grupo de efectivos de la Defensa Civil que eran conocidos como “Los Bacinicas” por el casco blanco de su uniforme. Nos decían que estábamos detenidos y prohibidos de tocar por órdenes superiores por la ofensa a la Canción Nacional de la noche anterior. No creímos ni les dimos importancia y el guitarrista Tío Cosa y el trompetista, Capitán Garfio, los más exaltados los apartaban con gritos, empujones y no se dejaban tocar. Cuando llegaron los Carabineros y un grupo de agentes de civil nos dimos cuenta que la cosa era realmente seria y no había nada que hacer. Estábamos detenidos. Los Bacinicas aprovechando de demostrar su autoridad nos patearon y a empujones nos sacaron del recinto. Afuera nos esperaba una “Cuca” como se le decía al furgón de los Carabineros y se llevaron a tres de nosotros. A Marcelo, el Tío Cosa lo subieron a golpes arrastrándolo del pelo, a Miguel Ángel y a Nelson Perales también. Alejandro Ibáñez se negaba a sacar su garfio del bolsillo y lo tiraron al suelo para obligarlo. Su temor era que pensaran que era un arma por el brillo metálico de la prótesis. Los instrumentos quedaron incautados.  A Pedro, a Alejandro y a mí nos dejaron libres pero  citados a declarar en la fiscalía militar de Valparaíso a primera hora del día siguiente.

El hermoso y antiguo edificio de la Intendencia regional ubicado en la plaza Sotomayor había sido tomado por la Armada y los marinos fuertemente armados custodiaban el recinto donde se había instalado el tribunal militar. Un grupo numeroso de personas con expresiones de angustia se agolpaba en una puerta lateral del edificio para tratar de obtener alguna información de sus familiares detenidos en el interior.

La madre y hermana de Miguel Ángel habían venido con dos abogados para tratar de defendernos pero ni siquiera los dejaron entrar ni intervenir. Los que estábamos citados a declarar esperamos en una larga fila y nos hacían pasar uno por uno.

Alejandro no se presentó a la citación por temor a quedar detenido. A Pedro y a mí nos derivaron a una oficina donde fuimos conducidos por un custodio armado.

Los que estaban a cargo del interrogatorio eran civiles de los servicios de Inteligencia de la dictadura. Los uniformados armados estaban claramente bajo sus órdenes.

Preguntaban insistentemente por el tema que habíamos tocado y cantado con la letra del Himno Nacional. Querían saber quien lo había compuesto y quien propuso tocarlo en ese escenario.  Contestamos que fue una improvisación pues ya no teníamos más repertorio y en ningún caso fue premeditado ni menos con intenciones de ofender los símbolos patrios. Nos interrogaban por separado y luego nos confrontaban para tratar de confundirnos y hacernos caer en contradicciones. A nuestros compañeros detenidos desde el día anterior no los vimos. Nos dijeron que ya los habían mandado presos al “Lebu” un viejo barco mercante anclado en la bahía que sirvió por un tiempo como lugar de detención y tortura para los presos políticos. Por suerte para nosotros nadie grabó el audio del evento y no había pruebas concretas. Sospechaban que el tema era conocido y lo habíamos tocado antes pues el público lo sabía y cantaba el coro, Puro Chile, Puro Chile…

Los tres que ya estaban detenidos se pudieron poner de acuerdo en el carro policial durante el trayecto entre Villa Alemana y Valparaíso, para declarar que fue una improvisación con algunas palabras que coincidían con el Himno como: el mar, el sol y la cordillera etc. resaltando lo bonito que era Chile. Los tuvieron presos durante una semana sometidos a malos tratos físicos y sicológicos y luego fueron liberados con la prohibición de volver a tocar en público. Salieron visiblemente deteriorados, les habían cortado el pelo, con la moral muy por el suelo y temerosos de todo. Al reunirnos de nuevo decidimos seguir ensayando discretamente y no dejar de tocar aunque entramos en un prudente receso mientras nos volvía la confianza y el alma al cuerpo. Miguel Ángel desarrolló sus capacidades para organizar eventos y alquilaba salones o sedes sociales de sindicatos y clubes deportivos en la periferia de Valparaíso y Viña del Mar para tocar con La Sangre en fiestas y celebraciones de carácter más privado. Nunca más aceptamos presentarnos en actos de carácter oficial donde hubiera alguna autoridad  por temor a la represión ni tampoco volvimos a interpretar en público el tema Puro Chile.

Después de un corto tiempo, Marcelo Mora el Tío Cosa  emigró junto con su familia al exilio en Suecia donde falleció hace algunos años.

Nelson Perales dejó la música grupal pero siguió vinculado al arte, pintando cuadros, retratos y caricaturas al instante junto a otros artistas que se instalan a diario en el boulevard de la calle Valparaíso en Viña del Mar. Actualmente vive en Villa Alemana y se  dedica a mezclar música techno y house en computadoras.

Con el baterista Pedro Lobos perdimos el contacto y no supimos que rumbo habrá seguido su vida pero algunos amigos nos contaron que había fallecido de una enfermedad terminal hace más de 15 años.

El trompetista Alejandro Ibáñez falleció hace más de 10 años por bronco-aspiración en su dormitorio de Quilpué. La afición que tuvo siempre por el alcohol junto a su genialidad creativa lo llevó a fabricar un alambique casero y preparar sus propios destilados usando desechos vegetales.

Miguel Ángel Gandulfo emigró a Europa donde sigue en la música y las producciones. Radicado en España, Tenerife en las Islas Canarias lidera un grupo de estilo Pop Rock progresivo llamado: Gandulfo y los Benditos Veteranos. Con su hijo español Luciano de 24 años formaron un dúo y tocan en diferentes eventos por toda Europa.

Seguimos comunicados a través de las redes sociales. Sus aportes y buena memoria fueron fundamentales para escribir éste relato.

Por mi lado, las bandas de bronces y la música autóctona ritual del  altiplano chileno y boliviano me siguen apasionando y por esa razón vivo cerca de Oruro. Bolivia es donde se encuentra la raíz de todas estas expresiones culturales. Integro desde hace varios años la Comunidad Jayamara, agrupación urbana que cultiva la música indígena-campesina con instrumentos nativos.  En la actualidad con algunos músicos locales conformamos también un cuarteto de Jazz y Blues llamado “Sui Jazz”

 

 

Victoruro Sepúlveda

Chusakeri, Bolivia

Junio del 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

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