La paradoja de la revolución inviable: Chile entre las condiciones objetivas y el pragmatismo
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La historia reciente de Chile ofrece un escenario lleno de contradicciones que, desde una perspectiva marxista, presentan un enigma interesante: mientras que las condiciones objetivas para un cambio revolucionario se han agudizado, las condiciones subjetivas se han mediatizado y diluido, haciendo que la posibilidad de una revolución sea cada vez más remota. Esta paradoja se entiende mejor a través de la inviabilidad del proyecto revolucionario y la adhesión, consciente o inconsciente, de la sociedad al pragmatismo de la realpolitik.
En términos marxistas, las condiciones objetivas se refieren a las circunstancias materiales y económicas que crean un terreno fértil para la revolución. En Chile, estas condiciones se han intensificado en los últimos años. La desigualdad económica sigue siendo profunda, con una brecha significativa entre los ricos y los pobres. A pesar del crecimiento económico, la distribución de la riqueza permanece extremadamente desigual, y los servicios básicos como la educación, la salud y la vivienda siguen siendo inaccesibles para una gran parte de la población.
El estallido social de octubre de 2019 fue una manifestación clara de estas condiciones objetivas. Millones de chilenos tomaron las calles para protestar contra el sistema neoliberal que perpetúa la desigualdad y la injusticia. Las demandas eran variadas, desde mejoras en las pensiones y los salarios hasta cambios estructurales en la Constitución heredada de la dictadura de Pinochet. Esta ola de descontento parecía indicar que las condiciones objetivas para una transformación radical estaban dadas.
Sin embargo, las condiciones subjetivas – es decir, la conciencia y disposición de la población para llevar a cabo una revolución – no acompañaron este impulso. A pesar del descontento generalizado, el proyecto revolucionario no logró consolidarse en una alternativa política viable. La razón principal es la mediatización de las condiciones subjetivas, un proceso donde los medios de comunicación, las redes sociales y las dinámicas políticas contemporáneas han jugado un papel crucial en diluir y fragmentar la conciencia de clase y la acción colectiva.
En el caso chileno, el pragmatismo de la realpolitik ha sido una barrera significativa para cualquier cambio radical. La población, enfrentada a la inviabilidad práctica de una revolución y a la ausencia de una alternativa revolucionaria clara y unificada, ha optado por soluciones pragmáticas dentro del marco del sistema actual. Esta tendencia se puede observar en la elección de figuras políticas como Gabriel Boric, quien, aunque proviene de un movimiento social crítico del sistema, ha adoptado una postura más moderada y reformista una vez en el poder.
La Constitución de 1980, una de las principales herencias del régimen militar, se ha mantenido prácticamente intacta durante décadas, a pesar de las promesas de cambio de varios gobiernos. El proceso de redacción de una nueva Constitución iniciado tras el estallido social de 2019, aunque significativo, ha estado plagado de obstáculos y compromisos que reflejan la dificultad de implementar cambios profundos en un contexto político dominado por la realpolitik. El rechazo a la propuesta de nueva Constitución en 2022 evidenció las limitaciones y contradicciones de este proceso.
Además, la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales ha contribuido a la fragmentación y dispersión de la conciencia de clase. En lugar de consolidar un movimiento revolucionario cohesionado, las demandas y las acciones se han dispersado en una multitud de causas y movimientos parciales, cada uno con sus propias agendas y prioridades. Esto ha debilitado la capacidad de articular una respuesta unificada y coherente al sistema.
Un claro ejemplo de esta fragmentación es el surgimiento de múltiples movimientos sociales que, aunque críticos del sistema neoliberal, no han logrado converger en un proyecto revolucionario común. Movimientos feministas, ambientalistas, indígenas y estudiantiles han sido protagonistas en la escena política chilena, pero sus luchas, aunque legítimas y necesarias, no han sido suficientes para construir una alternativa revolucionaria que desafíe estructuralmente el sistema.
La adopción del pragmatismo no es necesariamente una señal de conformismo, sino más bien una respuesta racional a la inviabilidad percibida del proyecto revolucionario en el contexto actual. La realpolitik, con su enfoque en la viabilidad y la efectividad, ofrece soluciones tangibles y alcanzables, aunque limitadas, en contraste con la utopía revolucionaria que, en muchos casos, parece inalcanzable.
En resumen, la paradoja de la situación actual en Chile se basa en la agudización de las condiciones objetivas para una revolución mientras que las condiciones subjetivas se han mediatizado y diluido. La inviabilidad del proyecto revolucionario y la adhesión al pragmatismo de la realpolitik han impedido la concreción de una transformación radical. Esta dinámica no solo revela las complejidades del cambio social en el Chile contemporáneo, sino que también plantea preguntas importantes sobre las posibilidades y limitaciones de las luchas por la justicia y la igualdad en un mundo cada vez más mediatizado y fragmentado.
Fabián Bustamante Olguín.
Doctor en sociología, Universidad Alberto Hurtado. Académico asistente del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo
Felipe Portales says:
El estallido social de octubre de 2019 constituyó una demostración de inmenso malestar pero fue incapaz de generar una alternativa político social de envergadura, con un diagnóstico claro; orgánicas sólidas; proyectos de transformación consistentes y populares; y líderes reconocidos. El FA y el PC -que pudieron haberlo liderado- se subordinaron a las dos derechas y a su acuerdo trucho del 15 de noviembre. Y la Lista del Pueblo y otros movimientos disidentes no tuvieron ni la capacidad, ni la organización, ni líderes carismáticos y probos y ni el proyecto necesario para sustituir el feroz poder que seguían ostentando las decenas de grupos económicos que son los que rigen al país. Directamente en su economía, medios de comunicación, generalidad de las universidades y sistema escolar; e, indirectamente, los partidos políticos y las Fuerzas Armadas y Carabineros. En definitiva el estallido social constituyó un espejismo sin base real.