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Clan Macaya: inmorales de pura cepa

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No se entiende bien de qué se extrañan los extrañados: las instituciones que procesan fraudulentamente al abusador de sus nietas son la que corresponden con precisión cuántica al Orden vigente. Cualquier otra, sería una contradicción que haría inviable la existencia.

Que haya una justicia para pobres y otra para ricos es una de las condiciones sin las cuales lo que usted ve en su horizonte cotidiano no existiría. Por lo menos, no en este formato.

Cuando la izquierda neoliberalizada abandonó la lucha y a la gente que le dio sentido y consignas, dejó el espacio para que el poder económico, religioso, militar, mediático y político hiciera lo que le viniera en ganas.

Como se sabe, la política aborrece el vacío.




Ni siquiera durante la dictadura, cuando la muerte era algo que estaba ahí cerca, la gente estuvo tan desmovilizada, desmotivada y abandonada como está ahora.

Por entonces, había, al menos una certeza: que la dictadura no sería eterna y que alguna vez debería caer. Y esa sola conformidad, repetida como un poderoso mantra que controlaba el miedo e impulsaba a la acción, era suficiente para dar una esperanza. Y miles de hombres y mujeres se daban a la tarea cotidiana, pequeñita, casi inadvertida, de hacer su contribución para que así fuera.

La pregunta cae sola: ¿Cuál es la esperanza que nos debería animar hoy?

Probablemente, pagar el siguiente dividendo, la cuota del colegio de los niños, la tarjeta de crédito, al menos de una de ellas y, por cierto, la internet.

En ese contexto, campean las ideas que se metieron de tal manera en la sociedad, que los poderosos pueden cometer la aberración moral más reprobable y no les va a pasar nada.

Si usted es un pobre diablo, no espere nada.

Vea cómo prácticamente todas las instituciones el Estado, incluidas las militares, han venido desarrollando una cultura de la corrupción sin que haya pasado nada que no sea la impunidad más perfecta.

Especial mención en este derrotero pútrido por el que resbala este campo de flores bordado, merece la justicia.

Reformada para evitar lo que ahora hace con fruición y descaro, el sistema judicial ha encontrado hace tiempo el modo de insertarse en el Orden y actuar en consecuencia.

En corto: la justicia favorece a los ricos, a los poderosos, al patriarcado, a la alcurnia blanca, milica y de machos, a los políticos que sostienen ideológicamente el sistema y a la delincuencia de alta gama.

Como lo prueban las noticias, a un abusador sexual de sus propias nietas, como es el caso del poderoso patriarca de la familia Macaya, cuyo hijo es presidente de la UDI, partido instalado en el alma de la corrupción nacional y heredero de la suma ideológica de lo más abyecto de la dictadura, se le trata con guante blanco.

No hay evento putrefacto en la historia del último medio siglo en el cual no haya estado la ultraderecha, esa que hace gárgaras con los valores de la moral, la religión, la patria, la familia y cuanta mentira le sirva.

De modo que la historia actual es la magnífica decadencia moral en la que se reproduce una cultura que solo pervive porque los llamados históricamente a superarla no han tenido los cojones para hacer algo más que intentar diagnósticos y, cuando no, recibir migajas.

Así, resultará trivial que un tribunal deje libre a un pedófilo probado y confeso, poderoso empresario y padre del presidente de la UDI.

Y nadie debe abismarse porque esta afrenta a lo más elemental de lo decente no sea considerada como una anomalía judicial, un error de la matrix, el desatino de algún funcionario de medio pelo, ni un error de procedimiento el trato privilegiado que ha recibido un delincuente inmoral y cobarde como Eduardo Macaya.

Es la esencia de la justicia que sufre el país.

Que nadie se extrañe: eso que brilla con el lucimiento de lo triunfante, es la cultura vencedora que se inauguró un martes con aviones en el cielo y tanques en la plaza.

 

Ricardo Candia Cares

 

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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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