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Vender humo

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A partir del Derecho Romano, se conoce la expresión “vender humo” o “venditio fumi” para agradar a los lingüistas. También se relaciona con “el cuento del tío” o “pasar gato por liebre”. Marullos y estafas a granel, bien acondicionados para engañar a los ingenuos. Hubo en épocas pasadas, un tal Armando X, quien, en un café del centro de Santiago, vendía el cerro Santa Lucía. Más de un cándido pisó el palito. Nunca pagó un café. Siempre había quien lo invitaba, pues el tipo sabía contar sabrosas historias.

En la política, es decir en la de alto vuelo, la expresión vender humo, se ha popularizado y concluye por enriquecer el habla coloquial. Aporte del ingenio de quienes pitorrean y de aquellos que viven del engaño. El humo posee suavidad y a muchos, les hace recordar las bandadas de tordos, y a otros, el humo de las locomotoras del tren. En la política populachera se utilizan las expresiones, “¿me has visto las canillas?”  y también, “¿me has visto las huevas?” las cuales provienen del coa. Entre ver el humo, las canillas o los genitales, hay una enorme diferencia, y no es nuestro propósito, ahondar en este tema. Que lo aborden otros estudios del cuerpo humano.

Vender humo es más poético, casi una metáfora, y tiene ese carácter efímero de disiparse con el viento. Se hace humo el amor, el dinero y las ilusiones por alcanzar la gloria. Desde hacía meses, no se utilizaba esta recurrente expresión y la alcaldesa de Providencia, en un arranque poético, pues sabe tocar el piano, se acordó de la frase. A cambio, pudo haber expresado: “vender luciérnagas”, ahora que subió la luz. La referencia, al menos a mí, me hizo pensar en las tragedias que suelen ocurrir en Chile, cuando hay incendios forestales. Pueblos enteros quedan bajo ese manto negruzco y tóxico.  El día se convierte en noche. Nadie vende el humo producto de tantas desgracias, pero nos hace pensar en la fragilidad de la vida. Hubo una época, donde los países industrializados de Europa, se ufanaban por tener chimeneas que lanzaban el humo de la prosperidad y cubrían sus cielos.

Nadie que se conozca por estas latitudes, ha instalado un negocio destinado a vender humo. Desde luego, sería una curiosidad y tendría infinidad de clientes. Cualquiera lo puede fabricar en casa. Quizá, se encuentre por ahí, un local que lo venda envasado, donde en su etiquetado diga: “Producto nacional, para engrupir a los incautos”. Ahora, se comercializa hasta la baba de los caracoles, como menjunje, destinado a combatir las arrugas del rostro. Si incluso, hay productos para evitar la caída del cabello y endurecer la columna gótica.




Después de este análisis deslenguado e impropio para menores de cinco años, regresemos a las aspiraciones de la alcaldesa de Providencia. Aunque no lo exprese en público o a la salida de misa, vive obsesionada con volver a ser la candidata de la derecha acartonada y siútica, que en las reuniones se tratan de mijitas. Se besuquean, haciendo aspavientos y comentan la última reunión en el club de golf. Entre tanto, se lisonjean. “Que regia, te ves linda” y vuelta a besuquearse, como si no se hubiesen visto en años; y de postre, cuando se van a despedir, surge el pelambre de rigor. Un blablablá manoseado y verdulero, aunque no exento de chismes. Conocen al dedillo a los arribistas sociales, a quienes se cambiaron el apellido proletario por uno largo y sonoro.

Es decir, quienes venden humo a destajo son los de siempre, vinculados a los adalides, que se jactan de ser los dueños de Chile.

 

Walter Garib

 

 

 

 



Walter Garib

Escritor

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