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Cómo el radicalismo de derecha amenaza nuestro futuro

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Vivimos actualmente en un mundo y, en particular, en un Chile de tiempos complicados, que a veces transcurren demasiado rápido para comprender plenamente de qué va todo esto. En este sentido, el radicalismo de derecha, con todas sus caras, es uno de los fenómenos destacados. El radicalismo de derecha ha sido objeto de numerosos estudios y se ha identificado como un fenómeno influenciado por una variedad de factores que van desde la crisis económica hasta el miedo a la inmigración. En la literatura clásica especializada sobre el radicalismo de derecha (Bell, D. The Radical Right, Doubleday, New York, 1963; Lipset, S.M. y Raab, E. La política de la sinrazón: el extremismo de derecha en los Estados Unidos 1790-1977, Fondo de Cultura Económica, México, 1981; Rodríguez Jímenez, J.L. La extrema derecha española en el siglo XX, Alianza, Madrid, 1997, entre otros autores), se plantean varios factores que favorecen estas tendencias, a saber: la descomposición sociocultural, la crisis de valores, los cambios políticos radicales, las crisis económicas, el miedo a la inmigración y el aumento de la infelicidad.

Para entender cómo estos factores se manifiestan en el contexto chileno, es menester analizar la situación actual del país y cómo ha evolucionado en los últimos años. Chile ha experimentado una serie de desafíos que han exacerbado las condiciones mencionadas por los autores. Sostengo que el aumento de la criminalidad, la desconfianza hacia las instituciones y la percepción de amenaza ante la inmigración extranjera (promovida por el expresidente Sebastián Piñera para salvar de la dictadura venezolana) han sido puntos críticos. Por lo tanto, a mi juicio, se podría estar gestando las condiciones objetivas para un surgimiento de una derecha radical, quizás con una orgánica diferente, más laxa, como al estilo estadounidense como Proud Boys, entre otros.

El fenómeno de descomposición y decadencia sociocultural se puede observar en la percepción de los ciudadanos sobre la inseguridad y la falta de cohesión social. La criminalidad, especialmente la atribuida a extranjeros, ha aumentado en los últimos años, generando un sentimiento de inseguridad y aislamiento en la población. Este miedo es explotado por movimientos y redes sociales radicales de derecha, que promueven la idea de que la solución a estos problemas pasa por medidas más drásticas y autoritarias.

La crisis de valores y la generalización de la crisis cultural son factores importantes para considerar. En Chile, la pérdida de confianza en las instituciones, incluyendo la política y la justicia, ha generado un vacío de autoridad y una sensación de desorientación. Los cambios culturales, como el avance de movimientos progresistas y la lucha por los derechos de las minorías, han sido vistos por algunos sectores conservadores como amenazas a las tradiciones establecidas. Este choque de valores genera un terreno fértil para el radicalismo de derecha, que se presenta como defensor de un orden moral y social perdido.

Por otro lado, los cambios políticos radicales también juegan un papel significativo. En los últimos años, Chile ha sido testigo de una serie de protestas sociales y cambios en la estructura política del país, incluyendo un intento (fracasado) de redacción de una nueva Constitución. Estos eventos, aunque democráticamente legítimos, son percibidos por algunos sectores como desestabilizadores y amenazantes. Este sentimiento de amenaza es capitalizado por los partidos, movimientos y redes de derecha radical, que se presentan como los únicos capaces de restablecer el orden y la estabilidad.

Asimismo, la crisis económica y el recrudecimiento de la lucha por la competitividad son otros factores determinantes. La pandemia de COVID-19 y la recesión global han golpeado duramente a la economía chilena, aumentando el desempleo y la precariedad laboral. Esta situación crea un caldo de cultivo para el descontento y la frustración, que son canalizados por el discurso radical de derecha. La promesa de recuperar la estabilidad económica es un argumento poderoso que atrae a muchos votantes. Cabe preguntarse, una economía que solo exporta materias primas y fomenta el sector terciario, ¿qué tipo de estabilidad puede generar a futuro? Las propias derechas chilenas son las que han permitido que Chile sea un país sin industrias, solo exportador de productos con escaso valor agregado. Esas mismas derechas que enarbolan las banderas de Chile, pero que en la práctica atentan contra los intereses de él.

Por su parte, argumento que el miedo y el sentimiento de amenaza ante la inmigración es quizás uno de los factores más evidentes. Chile ha recibido una gran cantidad de inmigrantes en los últimos años, especialmente de Venezuela, Colombia y Haití, países con un alto grado de descomposición interna y anomia por diversas razones. Si bien la inmigración puede ser beneficiosa para la economía y la diversidad cultural, también genera tensiones y competencia por recursos escasos como el empleo y la vivienda. Aquí, sobre todo las redes sociales y los medios de derecha explotan estos temores, promoviendo políticas restrictivas y xenófobas que buscan limitar la entrada de extranjeros, incluso para votar en las próximas elecciones (ver las declaraciones publicadas aquí en El Clarín de Chile del diputado socialista Daniel Manoucheri). Las izquierdas saben que algunos extranjeros, como los venezolanos, no votarían por la izquierda, sino por la derecha (que, de hecho, en algún momento llevó a venezolanos cautivos para la UDI). Este escenario complejiza aún más el siguiente párrafo.

De hecho, tengo la impresión de que el asunto es más complejo aún porque se está generando paulatinamente a nivel discursivo una cultura de la ‘sospecha’ hacia los inmigrantes, sobre todo venezolanos, porque cualquiera de ellos puede ser parte de la banda transnacional Tren de Aragua. Esta banda ha tenido el beneplácito del gobierno de Nicolás Maduro, quien ha pactado con ellos para mantener la paz social en su país y, posiblemente, tengan conexiones importantes. Por cierto, creo que, a estas alturas, por el bien de las izquierdas, es insostenible defender el proyecto ‘socialista’ bolivariano, que carece de absoluta legitimidad y de geopolítica. (¿Es viable seguir apoyando un socialismo militar, con falta de lucidez política, en ciertas izquierdas chilenas?).

Finalmente, el aumento de la infelicidad entre los chilenos es un factor subyacente que no debe ignorarse. La sensación de incertidumbre, la pérdida de seguridad económica y la percepción de una amenaza cultural y social contribuyen a un malestar generalizado. Este malestar es canalizado por el radicalismo de derecha, que ofrece soluciones simplistas y a menudo autoritarias a problemas complejos.

Para cerrar, el radicalismo de derecha en Chile es un fenómeno contingente pero complejo, influenciado por una serie de factores interrelacionados. Comprender estos factores y abordarlos de manera integral es esencial para construir una sociedad más justa y equitativa. En lugar de responder con represión y estigmatización, debemos buscar soluciones que, aunque a veces pragmáticas en el corto plazo, promuevan en el largo plazo la inclusión, la cohesión social y el bienestar de todos los ciudadanos. Solo así podremos superar las divisiones y construir un futuro mejor para Chile.

 

 

Fabián Bustamante Olguín.

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Académico asistente del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

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  1. Felipe Portales says:

    Difiero del autor. La responsabilidad fundamental de nuestro rumbo como país desde 1990 ha radicado en el liderazgo de la Concertación que gobernó ininterrumpidamente hasta 2010; y que procedió a legitimar, consolidar y profundizar el modelo económico-social y cultural neoliberal que nos impuso la dictadura, en beneficio de unas pocas decenas de grandes grupos económicos. Curiosamente dicho liderazgo que se enorgullece de «los 30 años», cuando lo «apuran» demasiado con críticas, recurre contradictoriamente a indicar que no dispuso de mayorías parlamentarias para hacer algo distinto. ¡Pero esto también es un sofisma! Porque dicho liderazgo le regaló solapadamente en 1989 (por un acuerdo de Reformas Constitucionales) a la futura oposición de derecha la mayoría parlamentaria que habría tenido bajo los términos de la Constitución original del 80. Y cuando Lagos (entre agosto de 2000 y marzo de 2002) y Bachelet (en 2006; y entre 2014 y 2018) obtuvieron finalmente dicha mayoría, no hicieron NADA para sustituir el modelo económico impuesto por la dictadura.
    Y la explicación de esto la dio ¡el máximo ideólogo de la Concertación de la época!, Edgardo Boeninger, en un libro escrito en 1997 («Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad», ¡que está en PDF! y especialmente en sus páginas 367-373) donde señaló que a fines de los 80 dicho liderazgo llegó a una «convergencia» con el pensamiento económico de la derecha, «convergencia que políticamente no estaba en condiciones de reconocer».

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