Bloqueo en Francia
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El partido de extrema derecha de Marine Le Pen alcanzó en Francia un 37% del electorado en las elecciones europeas del 9 de junio, con más de 60% de apoyo entre los obreros, que tomaron, junto a parte de la población de provincias, progresivamente el camino del rechazo al extranjero árabe y subsahariano como bandera frente a su debilitamiento social y sentimiento de abandono. Este resultado se confirmó el 30 de junio, con un apoyo de 35% a la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas que siguieron la disolución de la Asamblea. Esta fue decidida impulsivamente por el presidente Macron luego de la elección europea, cuyo segundo mandato de cinco años expira en 2027. La izquierda sumó en esa primera vuelta un total de 31% de los votos, el macronismo un 22% y la derecha tradicional un 10%, lo que en Francia se denomina el «arco republicano» que reivindica la revolución francesa de 1789 y la resistencia a los nazis y al régimen cómplice de Pétain, que está en el origen de la actual extrema derecha.
Esta fue refundada a inicios de los años 1970 por pro-nazis y ex oficiales de la guerra de Argelia, con vocación nacionalista y xenófoba. En un principio permaneció en la marginalidad, pero ha logrado un avance sistemático en los últimos 30 años, en medio de la globalización que aumentó la prosperidad promedio pero provocó nuevas desigualdades, la desertificación de los espacios rurales (y las protestas de los llamados “chalecos amarillos” de 2018-19) y una desindustrialización que cambió el mundo del trabajo. Este terminó, en medio de largos períodos de desempleo masivo, alejándose de una izquierda ahora asentada preferentemente en los sectores medios y en la población de origen inmigrante. La izquierda es fuerte en Francia y gobernó con Mitterrand, Jospin y Hollande desde los años 1980, en alternancia con la derecha tradicional de Chirac y Sarkozy. Pero el desgaste y giro hacia políticas liberales en nombre de la competitividad en la presidencia de Hollande (2012-2017) dio lugar luego a la actual presidencia de Macron. El ex ministro de Economía del último presidente socialista apareció como hombre providencial, supuestamente ni de izquierda ni de derecha, para impedir el avance de la extrema derecha y como promesa de eficacia económica y de integración europea. Con un apoyo propio no superior al 24% del electorado en 2017 y al 28% en 2022, favoreció el quiebre a su izquierda -emergieron los «insumisos» liderados por Mélenchon, una neoizquierda radical escindida de los socialistas que obtuvo un 22% en la elección presidencial de 2022, en medio del desplome de los socialistas- y también fracturó a la derecha gaullista, en beneficio propio y, a la postre, del crecimiento de la extrema derecha.
La segunda vuelta en las elecciones legislativas se realiza en Francia entre los que suman más de 12,5% de los electores. La del 7 de julio dio curso a un nuevo rechazo al partido de Le Pen, a través de desistimientos generalizados de los candidatos pertenecientes al campo de la izquierda y del macronismo que llegaron terceros. A este «frente republicano» no se sumó la derecha tradicional, aunque recibió los votos del resto, cuando era necesario en alguna circunscripción para cerrarle el paso a la extrema derecha. Esta conducta permitió relegarla al tercer lugar en número de escaños (143), muy lejos de la mayoría absoluta (289) que induce al presidente a nombrar al primer ministro que obtiene el apoyo de la mayoría de la Asamblea. Esto es propio del sistema bicéfalo de autoridades ejecutivas del sistema político francés, que da una autoridad mayor al presidente en política exterior y defensa, lo que se extiende al resto de materias cuando tiene mayoría en la Asamblea Nacional (el Senado es una cámara revisora con pocas facultades). En caso contrario, se produce una mayoría relativa inestable del campo presidencial, como la del segundo mandato de Macron hasta la reciente elección, que legisló con frecuencia recurriendo al artículo 49-3 (que permite al primer ministro aprobar una ley sin voto, siempre que no sea objeto de una moción de censura exitosa), o bien una mayoría opositora que da lugar a la «cohabitación» entre fuerzas políticas de signo distinto, como le ocurrió a Mitterrand y Chirac en parte de sus mandatos.
El resultado de la segunda vuelta del 7 de julio permitió hacer emerger una primera mayoría relativa de la izquierda, reagrupada en el «Nuevo Frente Popular» con candidaturas comunes en las 577 circunscripciones, después de un fuerte enfrentamiento en la elección europea entre listas separadas que volvió a dar a los socialistas (14%) la preeminencia sobre los «insumisos» (10%). Este frente suma, además, a ecologistas (6% en las europeas) y comunistas (2% en la misma elección). Pero la mayoría relativa (182 electos NFP más otros 13 de izquierda) no es suficiente para sostener un primer ministro en el sistema francés. Esto solo podría ocurrir mediante un pacto entre la izquierda y la segunda fuerza, el macronismo (168 electos).
El primer problema es que los «insumisos» se niegan a cualquier pacto con otras fuerzas y, además, rechazan cualquier primer ministro del Nuevo Frente Popular que no sea propio o cercano a ellos, y exigen que en todo caso no sea socialista, los que cuentan ahora con un grupo parlamentario comparable. Esto no lo aceptan los otros tres miembros del frente de izquierda por considerar que un “insumiso” o cercano no obtendría la nominación por Macron o bien sería objeto de una censura en la Asamblea a los pocos días. Esto llevó al no apoyo del PS y los ecologistas al nombre, propuesto por los otros dos partidos, de la ex diputada comunista y cercana a los «insumisos» Huguette Bello, que preside el territorio de ultramar de La Réunion, la que declinó su opción. Los tres partidos distintos de los «insumisos» han propuesto luego a la independiente Laurence Tubiana, una mujer de izquierda y ecologista que fraguó el Acuerdo de Paris de 2015 sobre cambio climático, nombre que fue rechazado por los «insumisos». La izquierda ha entrado, después de una gran performance unitaria en las legislativas, en una crisis de vetos mutuos hasta ahora sin salida.
El segundo problema es que el ala derecha del macronismo, proveniente del conservadurismo tradicional, se niega a cualquier pacto con «insumisos» y ecologistas y solo lo aceptaría con los socialistas, lo que no alcanza a fraguar una mayoría. La falta de acuerdo en la izquierda sobre una figura común para primer ministro la pone en un derrotero en el que no podrá obligar a Macron a nombrar a un jefe del gobierno de sus filas que se proponga evitar una mayoría en su contra.
Frente al vacío, se produciría la continuidad del repudiado macronismo mediante un pacto de geometría variable por un año (hasta que pueda disolverse otra vez la Asamblea Nacional) ya sea con el gobierno saliente que administre los asuntos corrientes sin legislar o con un primer ministro que cuente con el apoyo del macronismo y la derecha y la abstención de la extrema derecha. Pero esto produciría probablemente una división del macronismo. En suma, Francia se encuentra con una situación política inextricable en perspectiva por al menos un año.
Gonzalo Martner