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Secreto bancario

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En cada hogar hay un baúl, destinado a guardar objetos en desuso. Bien puede ser un cofre, una cajuela de ébano, acaso de lata, donde tuvo té o especias de la India. Ahora, se habla de cajas de seguridad o de fondos, destinadas a custodiar objetos valiosos. En ellas se mantiene todo cuanto puede ser apetecido por los ladrones y quienes, husmean en la vida privada. A menudo, hay fotografías, cartas de amor, insignias, reliquias y escapularios, hechos de la sotana de un santo. Ropas pasadas de moda o de un difunto de la familia. Aquí, surge la historia de la caja de Pandora, la cual nos remite a infinidad de faenas, vinculadas al hallazgo de chanchullos. Como vivimos en una sociedad regida por las trampas, escamoteos, vivezas e intrigas, nadie quiere exponerse a quedar en pelotas. El temor a la desnudez pública, desde la prehistoria, atemoriza. Usar ropas se ajusta a la sensatez. Se aconseja, entonces, jamás abrir la caja de Pandora. Nos puede salpicar a todos. Que continúe bajo llave y oculta en la buhardilla, para ser abierta el día del Juicio Final.

Entonces, levantar el secreto bancario, sería un destape, tan descomunal, como descubrir un feto en el desván. Aspirar a la privacidad es un derecho y a nadie se le puede exigir desvestirse en público. Es atentar contra las buenas costumbres, aunque no se aconsejan practicarlas en el lecho.  Existen otras instancias, menos escabrosas, para quedar en cueros. En este caso, todo queda regulado por quienes saben más que uno, en materias de destape. No se trata de una obra de estriptis, donde la protagonista se despoja una tras otra de sus prendas de vestir, donde el público babea y queda calata, con estrellas en los pezones y un hilito que le cubre la noria del deseo.

El asunto, menos complicado y picante, si se quiere, es levantar el secreto bancario. Desnudarse ante Impuestos Internos, la fiera que no suelta presa. Mostrar los haberes, no los deberes escolares y dónde se obtuvieron esos dinerillos que marean de tantos ceros y prodigiosa longitud. Bien pueden estar en pesos, dólares, euros, rublos u otras monedas e inversiones, para satisfacer la curiosidad de quienes investigan. Retahíla de cifras, donde los depósitos superan a los retiros, pues se trata de engrosar y no enflaquecer la cuenta bancaria. Ni hablar de estas pirámides, más altas que las egipcias. Ni el rey Midas alcanzó tanto prodigio en el arte de acumulación.

Como se trata de un estímulo a la inversión, el secreto bancario es un eficaz acicate, alegan quienes lo defienden. Crea riqueza, nuevos recursos y progreso, lo cual no se lograría si fuese conocido. A nadie le gustaría que alguien se escondiera debajo de la cama conyugal. El fisgoneo, sea público o privado, daña las relaciones humanas. ¿Aceptaría usted que investiguen a su familia? ¿Meterse acaso, en las disputas conyugales, aunque la palabra disputa se preste a malas interpretaciones? Si lo permite, pasaría por borrego y empezaría a formar parte de aquella multitud amorfa que, en las elecciones, vota por las personas bien vestidas. La advenediza rotada, les empieza a asustar.




De aprobarse el levantamiento del secreto bancario, constituiría un abuso a la fe pública. Verdadera estampida en la sabana de la economía, donde se gestan los malabares. Encaminada a la apertura de cuentas brujas en otros países, aunque ya las hay en abundancia. Busquen por ahí, señores espías, donde están los mayores recursos. Desde hace años, se ha originado la fuga de capitales, disminución del pago de impuestos y descrédito de las instituciones del país. Un amasijo para hacer una torta de novios, mientras llueve.

 

Walter Garib

 

 

 



Walter Garib

Escritor

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