Carta abierta a los jóvenes sobre la Tercera Guerra Mundial
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Sé que cuando la mayoría de los jóvenes miran al futuro, tienen mucho miedo y poca esperanza. Si quieren tener más esperanza, tienen que estar preparados para infundir miedo a los poderosos de este mundo, que aparentemente han dejado de tener miedo de sus enemigos y viven en una orgía de esperanza. Antes de seguir adelante, quiero decir a los jóvenes que, aunque nací en Europa, hablo desde el Sur global a través de la lente de las epistemologías del Sur. Y por esta razón, lo que he dicho arriba es sólo una verdad a medias. Vista desde el Sur global, la Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado (basta con recordar Irak, Afganistán, Libia y Siria). Cuando hablo de la futura Tercera Guerra Mundial, sólo quiero decir que la escala de la guerra existente aumentará exponencialmente y que alcanzará también a los países del Norte global, condición sine-qua-non para que algo se convierta en global, sea una guerra o una pandemia.
El interés en promover la guerra
En todas las guerras hay un país o imperio especialmente interesado en promover la guerra. En la Primera Guerra Mundial, el más agresivo fue el imperio alemán; en la Segunda, la Alemania de Hitler. Nadie en el Sur global cree que Rusia o China estén interesadas en promover la guerra. Los imperios en ascenso prefieren las relaciones de suma positiva a las de suma cero (como la guerra). Su ascenso y aumento de influencia se basa en proporcionar ventajas reales a los nuevos aliados, aunque estén sujetos a condiciones de subordinación. Por eso favorecen la diplomacia y el multilateralismo.
Puede parecer extraño decir que Rusia no está interesada en la guerra, cuando fue Rusia quien invadió Ucrania en 2022. Todos los activistas por la paz, incluido yo mismo, condenamos esa invasión, aunque desde el principio dijeron (lo que se confirmó más tarde) que la invasión fue provocada por Estados Unidos con preparativos que se remontan al final de la Unión Soviética en 1991. El objetivo desde el principio era debilitar a Rusia y provocar su desmembramiento. En 1997, el político estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski propuso dividir Rusia en tres grandes unidades. Fue la misma lógica del debilitamiento a través del desmembramiento la que condujo al bombardeo de Yugoslavia (o Serbia), aliada de Rusia, en 1999, haciendo posible la instalación de una enorme base militar de Estados Unidos y la OTAN en Kosovo. En los círculos estratégicos se ha discutido mucho sobre la llamada trampa afgana (Afghan trap), es decir, los medios utilizados por Estados Unidos (de nuevo, en la época de Brzezinski) para inducir una invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética en diciembre de 1979 con el objetivo de debilitarla. Los detalles no importan para este texto, pero basándose en ellos es posible sospechar que la invasión rusa de Ucrania fue una nueva versión de la trampa afgana, la trampa ucraniana, con los mismos propósitos, aunque el resultado pueda ser muy diferente.
La trampa ucraniana comenzó a construirse poco después del fin de la Unión Soviética, con la permanencia de la OTAN tras el fin del Pacto de Varsovia y el proyecto de incluir a Ucrania en la OTAN, junto a otros países que servirían de escudo contra la base naval rusa en Crimea. Además de Turquía, que era miembro de la OTAN desde 1952, Rumanía y Bulgaria se incorporaron a la alianza (2004), faltando solo Georgia, que primero tendrá que pasar por la estrategia de cambio de régimen (regime change), la misma que se utilizó en Ucrania en 2014.
Quienes promueven la guerra no quieren verdaderas negociaciones de paz, sino montar sucesivos espectáculos de propuestas de paz sin la participación de una de las partes beligerantes, para que el peso de continuar la guerra recaiga sobre esta última y se alimente la guerra propagandística. Así es como Estados Unidos impidió la única negociación de paz auténtica entre Rusia y Ucrania, que tuvo lugar dos meses después del inicio de la guerra. El entonces primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, cuyo inconsciente imperial aún debe de estar atormentado por la guerra de Crimea contra Rusia (1853-56), se movilizó fácilmente con este fin. En contraste con esta actitud, desde 2008 Rusia ha presentado cinco propuestas serias de paz y seguridad para la región, todas ellas rechazadas por Estados Unidos.
Ahora sabemos que el gran rival de EEUU no es Rusia, sino China. Los tres principales escenarios bélicos en los que EEUU está implicado actualmente, Ucrania, Palestina (y Oriente Medio en general) y el Mar de China, persiguen el mismo objetivo: aislar a China e impedir el acceso de China a Europa y a las zonas de influencia de EEUU. La guerra es siempre el último recurso, a menudo precedido por la desestabilización del cambio de régimen (regime change), es decir, la interferencia activa en la vida interna de los países objetivo para provocar cambios políticos que permitan crear distancia y hostilidad hacia China.
Si tenemos en cuenta que China es ahora el país dominante en las alianzas internacionales que buscan cierto margen de independencia del imperialismo estadounidense (BRICS+, Organización de Cooperación de Shanghai), es de esperar que las democracias que forman parte de estas alianzas sean objetivos de desestabilización política, especialmente Brasil. El cambio de régimen es una estrategia desarrollada desde la Guerra Fría y bien documentada en el libro de Lindsey O’Rourke: Covert Regime Change: America’s Secret Cold War (Cornell, 2018). De hecho, el cambio de régimen es sólo una de las estrategias utilizadas por el imperio para interferir en la vida interna de los Estados sometidos, como ilustra el libro del experiodista del Financial Times Matt Kennard The Racket, A Rogue Reporter vs The American Empire (nueva edición, Bloombury, 2024).
Los signos de la preparación para la guerra
En 1931, poca gente creía que habría una nueva guerra quince años después de que hubiera terminado la anterior. Pero el fascismo y el nazismo crecían en los países y en las conciencias de los europeos, y con ellos la lógica de la guerra como solución radical a los conflictos. En 1936 comenzó la Guerra Civil española y al final de esta (1939), con el triunfo del fascismo franquista, parecía inevitable una guerra más amplia. Lo mismo puede decirse de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, librada entre la República de China y el Imperio de Japón de 1937 a 1945.
La preparación para la guerra comienza en la mente de los ciudadanos. De repente, los principales políticos de la «comunidad internacional» (es decir, Estados Unidos y la Unión Europea) empiezan a sugerir la idea de que la guerra es inevitable para defender los valores de la civilización occidental. No se cuestiona cuáles son esos valores ni en qué consiste la amenaza, pero la solemnidad de los discursos sugiere que la amenaza es seria y que es necesario actuar con rapidez. Un ministro alemán dijo recientemente que Europa volvería a estar en guerra en pocos años. Todo esto se dice con un tono de normalidad que trivializa los 78 millones de muertos en las dos últimas guerras mundiales y los muchos millones que han muerto en todas las guerras que se han sucedido en distintas partes del mundo, y siempre con la intervención activa de EEUU y sus aliados: Corea, Vietnam, Indonesia, Centroamérica, Argelia, Angola, Mozambique, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Sudán y Palestina.
Sorprende también que la amenaza nuclear, que durante décadas fue el gran elemento disuasorio de la guerra por el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki y la inmensa catástrofe que supondría, empiece a verse ahora como una posibilidad realista en los círculos militares. Annie Jacobsen (la misma periodista que reveló la Operación Paperclip, el programa de los servicios secretos que llevó científicos nazis a Estados Unidos) acaba de publicar un libro muy revelador de lo que acabo de escribir: Nuclear War: A Scenario (Dutton, 2024).
La escalada bélica está en pleno apogeo y eso es lo que me lleva a advertir a los jóvenes de que la Tercera Guerra Mundial está a la vuelta de la esquina. Dos indicadores justifican mi advertencia. Por un lado, se acaba de dar luz verde al uso de misiles y otro armamento, en gran parte suministrado por países de la OTAN, para atacar objetivos en territorio ruso. Esto significa convertir la guerra en una guerra entre Rusia y la OTAN, es decir, una guerra entre potencias nucleares. Por otra parte, el entonces Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo en junio que la OTAN tenía 500.000 soldados disponibles en alta disponibilidad para la guerra en Ucrania[1]. Además, varios países, entre ellos Estados Unidos, están tomando medidas para hacer obligatorio el servicio militar o para facilitar que los jóvenes decidan alistarse en las fuerzas armadas [2].
Retórica para promover la guerra
La retórica para promover la guerra pasa por varias fases. Los señores de la guerra siempre empiezan promoviendo la guerra en nombre de la preservación de la paz. Agravan las situaciones de conflicto, justificándolas como medidas para impedir que se extiendan. Adoptan medidas ofensivas mientras afirman que son defensivas. Esta retórica sirve para adormecer las conciencias de los activistas por la paz. Cuando este objetivo se consigue en gran medida, comienza una nueva fase: la demonización y persecución de quienes se mantienen firmes en la lucha por la paz. De repente son desacreditados como si estuvieran al servicio del enemigo, financiados por el enemigo, traidores a la causa patriótica del noble esfuerzo bélico para preservar la paz y la civilización occidental. Al descrédito le sigue la persecución activa. Por otra parte, los beneficios exponenciales de las empresas armamentísticas se saludan ahora como signos de la fortaleza de la economía, mientras que antes se les consideraba peyorativamente «los mercaderes de la muerte» o «los especuladores de la guerra».
En el caso de EEUU, el país que desde la Segunda Guerra Mundial más ha insistido en hacer residir su poder en la potencia militar, más que en la preparación para la guerra, asistimos a una política de guerra limitada pero permanente sustentada en cuatro pilares: las sucesivas derrotas en las guerras en las que han intervenido (Sudeste Asiático, y Oriente Medio) se transforman en victorias mediante una guerra de propaganda masiva; la prioridad del bienestar de las poblaciones se sustituye progresivamente por la prioridad de la seguridad nacional, que, por cierto, tiene tanto una dimensión exterior como interior (EEUU tiene el 25% de los prisioneros del mundo a pesar de tener sólo el 5% de la población mundial); los presupuestos militares crecen exponencialmente y nunca se cuestiona su crecimiento; por último, los procesos electorales se manipulan para que los promotores del militarismo ganen siempre las elecciones.
Los intereses detrás de la promoción de la guerra
La guerra está al servicio del capitalismo y del colonialismo de muchas formas. Entre las principales, podemos distinguir las empresas productoras de armas de guerra (la industria militar estadounidense controla el 45% del comercio mundial de armas y sus beneficios han aumentado exponencialmente con las guerras en Ucrania y en Gaza)[3]; el capital financiero (Ucrania es actualmente el tercer mayor deudor del FMI); el acceso a los recursos naturales (alrededor del 30% de los 33 millones de hectáreas de la rica tierra cultivable de Ucrania, considerada el granero de Europa, ya es propiedad de diez grandes empresas agroindustriales extranjeras) [4].
Al tiempo que denunciamos el genocidio de Gaza, no debemos olvidar el proyecto del Canal Ben Gurion, propuesto en los años sesenta y de nuevo en la agenda de los señores de la guerra, un canal alternativo al Canal de Suez y gestionado por Israel y sus aliados. Este canal uniría el golfo de Aqaba, en el mar Rojo, con el mar Mediterráneo. Más largo, pero con más capacidad que el Canal de Suez y también fuera del control egipcio (que en el pasado ha bloqueado repetidamente el paso de barcos hacia o desde Israel), este canal podría ser una alternativa a la nueva Ruta de la Seda de China. Inicialmente previsto para desembocar en el Mediterráneo en un puerto al norte de la Franja de Gaza, se ha especulado recientemente con que la limpieza étnica en curso podría, entre otras «ventajas» para Israel, despejar el terreno y acortar la longitud del canal, atravesando lo que hoy es la Franja de Gaza [5].
Me dirijo a los jóvenes porque ellos serán la carne de cañón de la Tercera Guerra Mundial, por muy sofisticada que sea la alta tecnología, el uso de perros robot y la Inteligencia Artificial. Leyendo el diario de guerra de Curzio Malaparte, Kaputt, en el frente de Alemania Oriental y del Norte en la Segunda Guerra Mundial, una de las cosas que más me impactó fue la descripción de los exuberantes banquetes de los generales de Hitler y los políticos aliados, con los manjares más exóticos, los mejores vinos y las mujeres más elegantes, mientras en el frente los jóvenes alemanes y sus enemigos morían a millares, desertaban o enloquecían, vagaban por los bosques sin destino ni futuro o sólo esperaban una bala misericordiosa.
Para evitar el estallido de la Tercera Guerra Mundial y dar esperanza a quienes tienen miedo de ella, es necesario infundir miedo a quienes la promueven. El movimiento pacifista, ahora renovado por la lucha contra el genocidio de los palestinos en Gaza, es un signo de esperanza, pero no basta. La guerra es siempre el resultado de una manipulación masiva del miedo y de la creación de condiciones de vulnerabilidad, privación, precariedad y erosión de los derechos sociales que afectan a poblaciones cada vez más numerosas. Sobre todo, es el resultado de la fragmentación de las luchas que se resisten a todo esto. Cuanto mayor es la fragmentación, más invisibles se vuelven el poder y la dominación y mayor es el riesgo de que las víctimas se levanten contra otras víctimas aún más victimizadas, de que los condenados de la tierra luchen contra otros grupos aún más condenados de la tierra.
La articulación de las luchas sociales contra las tres principales dominaciones modernas -capitalismo, colonialismo y heteropatriarcado- es, por tanto, la condición necesaria para la reconstrucción de alternativas de paz, paz que esta vez exigen tanto los seres humanos como la naturaleza. La condición suficiente es que refundemos el conocimiento y las políticas educativas para que revelen lo que yo llamo la sociología de las ausencias, el conjunto de alternativas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales que proliferan en el mundo. No necesitamos alternativas, necesitamos un pensamiento alternativo sobre las alternativas.
Por Boaventura de Sousa Santos* -Diario 16, España
Traducción de Bryan Vargas Reyes
[1] https://news.antiwar.com/2024/06/16/nato-500000-troops-on-high-readiness-for-war-with-russia/
[2] https://www.antiwar.com/blog/2024/06/15/congress-moves-toward-stepped-up-registration-for-a-military-draft/
[3] https://responsiblestatecraft.org/military-industrial-complex-ukraine-israel/
[4] https://www.oaklandinstitute.org/sites/oaklandinstitute.org/files/takeover-ukraine-agricultural-land.pdf
[5] https://www.newarab.com/news/what-israels-ben-gurion-canal-plan-and-why-gaza-matters
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* Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.)
Renato Alvarado Vidal says:
Curioso artículo. Todo está muy bien expuesto y argumentado…hasta el último párrafo, donde aparece – a propósito de escopeta – el dichoso heteropatriarcado.
Creo que don Boaventura debió haber fundamentado mínimamente este punto, ya que aparece así, de repente, como conejo sacado del sombrero y con mucho olor a haberse acordado a última hora de mencionarlo para estar acorde a los contenidos de moda en las redes telefónicas.