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Todos se insultan

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Debido a las declaraciones de este fin de semana en el ámbito de la política, todos se insultan. Desatan la lengua y también los gestos, para expresar su enojo. Nadie quiere permanecer ajeno a este festival, donde algunos consultan el diccionario, para enriquecer las afrentas. Es decir, el vademécum del lenguaje. Así, han surgido vocablos en desuso, expresiones casi desconocidas en los salones de la discordia. Contrariedad familiar, oculta en el baúl de los recuerdos. Cada cual, de los involucrados en la reyerta, anhela demostrar sabiduría lingüística. Sean palabras de doble sentido, muchas de ellas, olvidadas. O quizá, aquellas de doble sentido, las cuales resultan las más hirientes. Extraña, por ejemplo, que nadie utilice el vocablo cabrón, actividad tan ligada a la política. Incluir aquí todos los insultos en nuestra lengua, nos llevaría años de trabajo.

La clase política, adiestrada en el campo minado de las declaraciones, dichos y diretes, durante esta semana, nos ha demostrado conocer y desconocer el floreo del lenguaje. Así, los sinónimos, ideas afines y vocablos en desuso, regresan. Algunas de estas expresiones, obtenidas desde el baúl de la buhardilla, vuelven a recuperar cierta gracia, al expresarse en las disputas palaciegas. Retahíla de vocablos, sonoros a veces, opacos otras ocasiones e inteligibles a menudo, enriquecen la coloquial convivencia. Así, las armas de fuego, se mantienen alejadas de este hostil escenario, otorgándole grandeza a la disputa. El arte del buen hablar, de expresar ideas originales y saber cómo insultar al adversario, utilizando voces genuinas, constituye un atributo.

Nada más ajeno a este tipo de controversias, que el uso de palabras groseras, propias del vulgo. No es de extrañar que, en nuestra literatura, surgieron escritores, como Nicomedes Guzmán, Armando Méndez Carrasco y Alfredo Gómez Morel, en cuyas obras se incorpora el lenguaje grosero, elevado a la condición de culto, debido a la maestría en su manejo.

Ninguno de quienes se hallan involucrados en la actual disputa verbal, que parece verborrea, ha logrado superar la destreza expuesta en nuestra literatura, surgida desde las capas bajas de la sociedad. Se dan de cabezazos con la gramática y el diccionario. Al expresarse, oscilan entre una y otra palabra manoseada, la cual a menudo utilizan, sin conocer su significado. En medio de semejante ramplonería, las disputas verbales de esta semana, le han puesto sal y pimienta a ese lenguaje subterráneo, que se mueve entre lo culto y lo chabacano. De por medio, existe el énfasis de querer demostrar el conocimiento del léxico en su amplia cobertura. Así, los adversarios de este coro de vociferantes al garete, supera la centena. Expresiones como “mascar la hucha”, es decir la alcancía, se convirtió en Chile, en “mascar laucha”. También el dicho: “De dulce y agraz”, se transformó en “Dulce y grasa”. La invención popular es infinita. ¿Cómo olvidar la presencia de dos personas desconocidas en la Sociedad de Escritores de Chile, en 1982, mientras la dictadura acosaba la libertad de expresión? Como nadie los conocía y Luis Sánchez Latorre, presidente de la institución quería presentarlos en reunión, dijeron ser: “Dos podetas del sure”.




Que esta controversia lingüística suceda en medio de la lluvia, temporales e inundaciones, es síntoma de inquietud. Ponen otra vez a prueba, la fragilidad de nuestra infraestructura, aunque las desgracias, vienen a despercudir el ámbito alicaído de la vida doméstica. Hasta la fecha, a nadie le han dicho infeliz. Qué felicidad.

 

Walter Garib

 

 

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Walter Garib

Escritor

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