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La paradoja de la Iglesia Católica chilena: de defensores de Derechos Humanos a acusados de abuso sexual

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La Iglesia Católica chilena ha sido históricamente una defensora de los derechos humanos, particularmente en tiempos de represión y dictadura. Sin embargo, en este último tiempo, una profunda paradoja ha surgido en su seno: varios de los mismos sacerdotes que arriesgaron sus vidas para proteger a los perseguidos han sido acusados de cometer abusos sexuales. Este contraste desconcertante no solo desafía la percepción de la Iglesia como bastión de moralidad, sino que también plantea serias preguntas sobre su capacidad para defender los derechos humanos en el presente.

Uno de los casos más emblemáticos es el del sacerdote Cristian Precht. Durante la dictadura militar en Chile, Precht se convirtió en un símbolo de resistencia y compasión, proporcionando refugio y apoyo a muchos perseguidos por el régimen. Su parroquia se convirtió en un santuario para aquellos que huían de la brutal represión. Sin embargo, este mismo sacerdote fue posteriormente acusado de abuso sexual. Una de las víctimas, un doctor en filosofía que había sido protegido por Precht, acabó suicidándose, dejando una sombra oscura sobre la imagen de Precht y cuestionando la integridad moral de la Iglesia.

El caso de Enrique Moreno Laval presenta una narrativa similar. Moreno Laval, también sacerdote, fue detenido en el Estadio Nacional y sometido a torturas durante la dictadura. Sobrevivió a estos horrores y continuó su labor pastoral, pero años más tarde, surgieron acusaciones de abuso sexual en su contra. Estos casos no solo dañan la reputación individual de los sacerdotes, sino que también socavan la confianza en la institución eclesiástica que ellos representan.

Otro ejemplo es el del sacerdote irlandés Derry Healy, quien trabajó en la zona poniente de Santiago, específicamente en Barrancas y Pudahuel. Healy se dedicó a la opción preferencial por los pobres, apoyando a las comunidades más vulnerables durante y después de la dictadura. No obstante, su legado de ayuda y resistencia quedó empañado por acusaciones de abuso sexual. Estos casos muestran una perturbadora contradicción: aquellos que fueron vistos como héroes y defensores de los oprimidos ahora son recordados también como perpetradores de abusos.




La dicotomía entre el rol de estos sacerdotes como defensores de los derechos humanos y sus actos de abuso sexual plantea una serie de preguntas urgentes y complejas. ¿Cómo es posible que aquellos que mostraron tal valentía y compasión también pudieran cometer actos tan atroces? ¿Qué mecanismos dentro de la Iglesia permitieron que estas conductas coexistieran y, en muchos casos, permanecieran ocultas durante tanto tiempo?

Es crucial reconocer que estos casos no son aislados ni anécdotas excepcionales. Representan un patrón más amplio de fallas institucionales dentro de la Iglesia Católica, donde la protección de los perpetradores y la negación de las acusaciones han sido, lamentablemente, comunes. Esta cultura de encubrimiento no solo permitió que los abusos continuaran, sino que también traicionó a las víctimas, negándoles justicia y reconocimiento.

Para repensar el papel de la Iglesia Católica como defensora de los derechos humanos, es necesario un examen profundo y honesto de estas fallas. La Iglesia debe reconocer públicamente su responsabilidad en estos casos y tomar medidas concretas para prevenir futuros abusos. Esto incluye la implementación de políticas de cero tolerancias hacia el abuso sexual, la creación de mecanismos independientes para investigar las acusaciones y la provisión de apoyo integral a las víctimas.

Además, es esencial que la Iglesia Católica reevalúe su comprensión del poder y la autoridad dentro de su estructura. Los casos de Precht, Moreno Laval y Healy muestran cómo el poder puede ser abusado y cómo la falta de transparencia y rendición de cuentas puede perpetuar el daño. La Iglesia debe fomentar una cultura de humildad y servicio, en lugar de una de control y dominio.

El proceso de reforma también debe involucrar a laicos y expertos externos que puedan ofrecer perspectivas críticas y objetivas. La participación de voces diversas puede ayudar a romper el ciclo de secretismo y complicidad que ha permitido que los abusos se perpetúen. La Iglesia debe estar dispuesta a aprender de otras instituciones que han enfrentado crisis similares y a adoptar prácticas probadas de prevención y respuesta al abuso.

En consecuencia, la Iglesia Católica debe esforzarse por recuperar su papel como defensora de los derechos humanos, no solo en teoría, sino en la práctica. Esto requiere un compromiso genuino con la justicia y la compasión, así como una disposición a enfrentar y rectificar los errores del pasado. Solo a través de un cambio real y profundo puede la Iglesia aspirar a ser nuevamente un faro de esperanza y protección para los más vulnerables.

Los casos de Cristian Precht, Enrique Moreno Laval y Derry Healy son recordatorios dolorosos de la complejidad y las contradicciones inherentes al rol de la Iglesia en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, también ofrecen una oportunidad para la reflexión y la renovación. Al confrontar honestamente estos desafíos y tomar medidas audaces para reformarse, la Iglesia Católica puede comenzar a sanar las heridas que ha infligido y reafirmar su compromiso con la dignidad y los derechos de todas las personas.

 

Fabián Bustamante Olguín.

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte

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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo

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  1. Felipe Portales says:

    Interesante planteamiento. Pero el problema es mucho más profundo ya que tiene que ver con el sistema extremadamente autoritario, machista y secretista que la Iglesia Católica hereda desde el medioevo; y que contraviene claramente el mensaje evangélico de fraternidad, igualdad y justicia. El Concilio Vaticano II avanzó mucho en reincorporar doctrinariamente el valor de la democracia y de los derechos humanos universales; y en terminar con el dogma autoritario e intolerante de que «fuera de la Iglesia no hay salvación»; pero dejó intocado su sistema de gobierno autoritario que no aplica su actual doctrina en los hechos.

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