Fracasados y porfiados
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Pocas cosas simbolizan mejor el fracaso que la imagen de quien hizo esfuerzos notables por avanzar hacia algún lado, pero que, luego del despliegue de energía para el efecto, comprueba que ha quedado donde mismo. O peor aún, más atrás.
Y que el intento, en la suma objetiva y en la simbólica, no habrá servido de nada.
Luego, vendrá la narrativa histórica al auxilio de quienes tendrán que demostrar que sí valió la pena, que sí se venció la inercia y que es notable la diferencia entre el ahora con el antes.
Esto a propósito del recuerdo de un Gabriel Boric aventando su decisión de terminar con el neoliberalismo: Aquí nació, aquí se termina, fue el dictum.
Sonaba lindo.
El actual presidente no sabía lo que era el neoliberalismo por abatir, o no se conocía él. Algo falló en el origen
Pero, luego de ser aleccionado por la terca realidad, lo que ha hecho en dos años de gestión gubernamental ha sido perfeccionar el sistema escudado en el intento por mejorar algunas de las huellas clave de este.
Sucede que está probado que al neoliberalismo es imposible de dotarlo de alguna traza humana.
O se opta por un camino que lo supere o por ser rendido ante su aparente imbatibilidad.
La condición inicial del neoliberalismo es una acelerada pauperización de millones, la depredación criminal del medio ambiente, hacer negocios con todo y derechos incluidos, la mantención de una inhumana y minúscula casta de millonarios y un sistema político corrupto que sobrevive al límite del desfonde moral.
Creer que se mejora la vida de las gentes maltratadas corrigiendo un sistema hecho para precisamente hacer mierda esas mismas vidas, es no entender el fundamento del capitalismo. Lo que se logra por la vía elegida por Gabriel Boric, y por sus antecesores de la Concertación y la Nueva Mayoría, es afinar la explotación y el abuso.
Las consignas y declaraciones altisonantes solo engrupen al que quiere se engrupido.
Para que un puñado de poderosos que lo tiene y domina todo, se imponga a una mayoría desprovista casi de todo, es necesario que esa mayoría viva a sobresaltos, con deudas, reprimida y maltratada.
Y peor, aún, sin un horizonte que le entregue a lo menos una esperanza.
Un vergonzoso y elocuente 1% por ciento de los habitantes concentran el 49.6% de toda la riqueza del país.
Y a pesar de esta cifra, el modelo sigue su curso afianzado en la confianza que se ha instalado en el convencimiento cotidiano de sus víctimas: no existe un orden económico mejor y éste es el único posible.
Que habrá sido el convencimiento al que llegó el actual jefe de Estado al comprobar que se enfrentaba a una realidad que no se resuelve con consignas ni con buenas intenciones.
En el mejor de los casos habrá asumido que la cosa va por otro lado.
Hace falta que se muestre un camino en los que la gente abusada y vuelta a abusar encuentre las señales de alguna esperanza. Hace falta sintetizar un proyecto que haga de utopía y bien puede servir de punto de partida el texto constitucional del primer proceso fallido. Allí se perfila un país infinitamente más decente, justo y de escala humana que este que sufrimos.
Solo una propuesta de izquierda nítidamente antineoliberal, que se abra paso en el pueblo, con sus saberes y experiencias, en sus organizaciones, colectivos, barrios, escuelas, con sus artistas e intelectuales con sus dolores, rabias y falsas esperanzas, y con aquellos miles que fueron derrotados, traicionados, abandonados, pero que jamás se rindieron, puede señalar un rumbo.
Con esos porfiados que siguen en alguna parte.
Ricardo Candia Cares