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Magdalenas en el palacio de los llantos

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Desde hace largo tiempo, el oficio de Magdalena, ha empezado a ser ejercido por chiquilines, empleados de la oligarquía. Profesión bien valorada en un mundo de peritos gemidores. No cualquiera echa una furtiva lágrima, en un   mundo donde se viven a diario las tragedias. Otros cronistas, más avezados, hablan de lloronas, mujeres contratadas en los funerales, para gimotear junto al féretro. Visten de negro, rosario en mano, con la cabeza cubierta por una mantilla. Semejante actividad es la antigua costumbre cultural, donde se demuestra el dolor por la partida del ser querido.

En el mundo de la repostería se habla de magdalena, el bollo pequeño, tan solicitado cuando se bebe una taza de té o café. Ser Magdalena, la otra alternativa húmeda, constituye un privilegio en una sociedad llorona. Expertos en sollozar van por la vida ofreciendo llantos, destinados a conmover a las autoridades. Se humillan ante el poder entre gemidos, pataletas y pucheros, mientras hablan miserias. Cada lágrima tiene un valor explícito en el mercado y sube gracias a las UF. Unidades de Fomento. No es lo mismo una lágrima en un   funeral, a una lágrima por haber extraviado el pudor. Cuando se trata de negocios u operaciones comerciales, debe existir rigor. De lo contrario se diluye. Llorar es una actividad venida desde la antigüedad, y no cualquier llanto conmueve o tiene un buen destino.

Durante estos meses, mientras llueve en otoño, se ha visto a personajes de prosapia, concurrir a la Moneda. Si hace algún tiempo se jactaban de ser los elegidos por el Dios dinero, hoy lloran desdichas. Apenas si duermen agobiados por el hipo. Se ven paliduchos, sombríos, descuidados al vestir, pues utilizan ropas de segunda mano, compradas en las ferias libres. ¿Debe la autoridad desoír sus húmedas pedigüeñerías? O sablazos a mansalva si deseamos emplear un término castrense y así traer a la memoria, temas de actualidad.

¿Acaso no son chilenos que han entregado hasta su honor, por el crecimiento de la patria? Olor a dinero y prebendas especulativas. Invirtieron en los momentos aciagos los ahorros de sus alcancías, junto a los de sus trabajadores. Hasta la última chaucha. Otros, huyeron del país. Basta revisar sus currículos y usted podrá resolver el acertijo. Educados en las universidades del imperio, trajeron a Chile el arte del chanchullo y el cuento del tío Sam. Representantes de las AFP, ISAPRES y compañías de seguro, se quejan ahora, por el trato discriminatorio del cual son objeto. Si en la dictadura auspiciada y dirigida por la oligarquía se hincharon, hoy sienten ser excluidos. Añoran el fraudulento pasado, época donde saqueaban a mansalva las riquezas del país, utilizando puruñas en vez de las manos. Desbordado frenesí y astucia, destinados en robarse hasta el aliento de la clase trabajadora.

Ni siquiera durante el regreso a una debilucha, pálida, amarilla y zigzagueante democracia, ni se les tocó con el pétalo de una rosa. No perdieron el habla, el pudor, ni se cortaron las uñas de águilas arpías. Se las limaron para vivir a tono con la nueva realidad. Sobrevivieron, guarecidos en sus propios cotos de caza, aguaitando el incierto devenir.  Magdalenas quejosas, siempre instaladas en el Olimpo, trepan en la resbaladiza escala social. Entre codazos, patadas y escupitajos al rostro. Nada saben de estrecheces, ni miserias, aunque la miseria moral, la llevan en la sangre. De lo contrario, serían canonizados y sus nombres esculpidos en las avenidas, plazas públicas e islas del archipiélago de los Chonos. A impulsar tan justa y meritoria acción, dirigida hacia quienes se han sacrificado por Chile. En hora buena.

 

Walter Garib

 

 

 

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Walter Garib

Escritor

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